Texto de Spandrell, publicado en Bloody Shovel el 13 de diciembre del 2017.
Esta es la segunda parte. Partes uno y tres.
La guerra de la edad del bronce no era más que señores de la guerra yendo de un lado a otro en sus carros de pelea, lanzando flechas aquí y allá, después bajándose para luchar mano a mano. Los primeros Samurái también hacían eso. Iban en sus caballos, gritaban su nombre, su casa, su pedigrí.
Eventualmente alguien se dio cuenta de que ganar una guerra era algo ventajoso. Empezaron a levantarse ejércitos enormes compuestos por gente común. Les daban armas baratas, un escudo barato a quien tocase, les inculcaban disciplina dura como roca. Así se ganaba. Un equipo disciplinado siempre le ganará al hombre más talentoso.
La teoría de la democracia era que la gente rica, con tiempo libre para educarse sobre política y el interés financiero puesto en el gobierno de la nación, se postularían para cargos individuales, representando su constituyente, siendo reelegidos si hacían un buen trabajo y reemplazados si no. Las leyes, sin embargo, se aprueban por voto mayoritario. Alguien eventualmente se dio cuenta que tener el voto mayoritario era algo muy ventajoso. El oro estaba en encontrar una manera de organizar seguramente a medio parlamento. Así nacieron los partidos políticos.
Un partido político es una bestia enteramente distinta a un político individual. Un partido político no tiene utilidad para los ricos. Su dinero es bienvenido, pero los ricos no suelen ser muy leales. Ellos pueden pagarse una personalidad. Como líder democrático, los políticos son tus empleados. No necesitás que sean muy competentes o habilidosos, sólo que sean leales, obedientes y puedan hacerse elegir. Ayuda que puedan hablar, que tengan buena imagen televisiva, pero no pasa de eso.
Lo que necesitás es gente leal, que vote por lo que vos les digás. Roissy te puede confirmar: un hombre o una mujer es tan leal como sus opciones. El político ideal es el hombre que no tiene nada más en la vida que su puesto, alguien para quien ser político signifique lo mejor de su vida. Alguien que activamente recuerde que al salir del partido perderá estatus. Marco Rubio, digamos. Él seguirá el juego, le conviene.
Cualquier sistema encabezado por partidos políticos se moverá siempre hacia la izquierda. Su modelo de negocios se basa en tener gente de bajo estatus para que les trabajen. Obviamente deben darles algo a cambio y deber aumentar su probabilidades de ser votados siempre. Su promesa es simple: Ustedes, la gente de bajo estatus, ayúdennos, obedézcannos y nosotros les daremos alto estatus. No votan por nosotros, desobedezcan, y la derecha ganará, permanecerán con bajo estatus.
Entonces la Izquierda gana. Siempre lo hace. Están bien organizados y saben consolidar mayorías mejor que cuatro pelagatos ricachones sin razón para coordinarse. Los de alto estatus han estado del lado perdedor de la política los últimos trescientos años. ¿Y qué? Siguen siendo ricos, la vida es buena. Los impuestos son más altos y las mujeres nunca han sido más molestas, pero bueno, ¿a quién le importa? Los hijos igual irán alto.
La Izquierda siempre gana, pero al ganar esta retiene alto estatus; tienen el poder ahora. Intentan impetuosamente convencer a todos de que no, ¡claro que no!, ¡si las fuerzas reaccionarias están por todas partes!, ¡hay que seguir luchando para defender la revolución! El 80% de la energía de la Izquierda se va en producir propaganda sobre cómo la Derecha tiene las riendas de todo el sistema agarradas debajo de la mesa. Aunque la Izquierda pueda disponer del 90% de los impuestos, seguirá hablando como si estuviese en el mundo de Charles Dickens. Después de sesenta años de feminismo, acción afirmativa y los judíos colmando los puestos de poder, la Izquierda del 2017 está obsesionada con el «racismo sistémico», la «masculinidad tóxica» y el «antisemitismo». Así es como funcionan.
La Izquierda lleva en el poder, de un modo u otro, los últimos doscientos años. Una vez que toman el poder, gozan su muy luchado alto estatus. Naturalmente, pierden la disciplina. Llega un partido más a la izquierda y los saca del poder. Después se repite el ciclo. Cthulhu siempre nada hacia la izquierda, ahí es donde reside el poder.
Primero capturaron el sistema electoral, fue sencillo. Después vieron que el poder no estaba enteramente dentro del edificio del parlamento. La separación de poderes es, o al menos fue, real. El parlamento podía pasar leyes que el ejecutivo retrasaría o ignoraría. Un juez podría encontrar o inventarse algún fallo en una ley y bloquearla. No sirve de nada tener mayoría legislativa y la habilidad de pasar cuantas leyes querás, si no podés ponerla en práctica. El poder es absoluto o no es poder del todo.
Pero donde hay voluntad hay un camino y siempre habrá alguien con la voluntad para ejercer poder. Eventualmente la Izquierda encontró una forma. Dos, de hecho. Sigan al tanto.