Texto de Spandrell, publicado en Bloody Shovel el 21 de enero del 2018.
Esta es la tercera parte. Partes uno y dos.
Feliz año nuevo a todos. Dejé un gancho al final de mi última publicación porque pensé retomarla en pocos días, pero he estado ocupado, sin ganas de escribir algo muy largo.
Lo siento por eso, pero este blog es gratis, así que espero entiendan que no puede tomar prioridad en mi itinerario. De nuevo, hay una dirección de bitcoin (1Cwcrj3tNBmyUQ2avU93uZ2JAwx8W2RfPQ) en la barra lateral. Si querés que escriba más, bien podemos arreglar algo.
2017 fue un año muy movido. Supongo que el sentimiento general ha sido de desilusión. Trump no logró nada, tampoco parece que esto cambie. Europa desaceleró la invasión de refugiados, pero no lo suficiente y China se dio cuenta de que la inteligencia artificial hace al control estatal mucho más sencillo; están innovando en el campo de la censura y el control de masas. Todo lo que China está haciendo Occidente lo hará en pocos años. El factor agravante es que los estados occidentales utilizarán tácticas orwellianas para estimular el bioleninismo.
Hablando de eso, voy a continuar desde donde lo dejé. Quedamos con la temprana evolución del sistema parlamentario occidental. En economía existe este maravilloso concepto llamado «la mano invisible». En un ambiente libre, si se puede hacer dinero, alguien encontrará la manera de hacerlo. Funciona igual en la política: si hay un entorno político libre, si hay poder para ser tomado, alguien encontrará una manera de tomarlo. La economía y la política son muy similares.
Hay un aspecto en teoría económica llamado «teoría de la empresa». ¿Por qué existen las corporaciones?, ¿por qué no podemos emplearnos nosotros mismos? Así solía ser durante el medievo, en los días del gremio. ¿Por qué somos esclavos corporativos ahora?
Hay muchas ideas flotando, pero la teoría estándar afirma que las empresas se construyen a causa de los «costos de transacción». Básicamente, en un mercado libre, los actores económicos individuales realmente no confían entre sí, y por una buena razón. Demasiada gente alrededor, no se puede saber con certeza quién es bueno y quién no. Una empresa jerárquica arregla las interacciones sociales, crea una estructura de confianza y responsabilidad, haciendo más predecibles y seguras las acciones económicas.
La teoría política estándar de un liberal tenía claro un sistema de actores políticos independientes. ¡Sorpresa! Nacen las empresas políticas, es decir, los partidos, y resulta que ese es un modo más efectivo para la acción política que un montón de individuos aislados. Del mismo modo en que las corporaciones buscan a un tipo de hombre en específico -no el mismo que buscaría el artesano individual-, los partidos seleccionan a una clase particular, que pueda obedecer y sea digna de confianza. He ahí la semilla del leninismo y sí que creció.
El asunto con las empresas, realmente con cualquier organización, es que no hay límites fijos en su crecimiento y tampoco hay alguna regla que defina la clase de cosas que pueden hacer. Un Estado es una pandilla que crece, se vuelve un ejército y luego conquista un territorio. Siendo pandilla, los compinches hacían poco más que emborracharse y asaltar caravanas pero, eventualmente, crecieron hasta el punto de ser un Estado que hace básicamente de todo. Viendo algo más cerca de casa: la East India Company fue creada como una empresa de comercio de especias y terminó reinando sobre cuatrocientos millones de personas. ¿Por qué? Había más dinero en cada estadío del proceso.
Esto ocurrió en el s. XIX cuando los partidos empezaron a formarse. Estos nacían con el objetivo de asegurar el poder en el parlamento, pero una vez que tenés una máquina para amasar poder, ¿por qué detenerse ahí? También hay mucho poder fuera del parlamento, lo dice la constitución: el ejecutivo, el judicial; para empezar, nada más. Después está la prensa, el poder de moldear la opinión al gusto; la educación, el poder de formar las mentes de los niños y condicionar sus relaciones sociales mientras crecen. Hay muchísimos grupos sociales ahí afuera y todos tienen dinámicas de poder. ¿Por qué no tragarlos? Si existe poder, es para que lo tomen, alguien lo tomará eventualmente. Las revoluciones liberales consistieron en sacar al poder, de exhibirlo para luego ser tomado.
Bueno, sorpresa, sorpresa, la gente empezó a moverse y a tomar el poder, como en la mágica mano invisible, que construye una economía si uno deja a cada quién hacer su trabajo; la mano invisible de la política también hizo su trabajo. Las empresas económicas están construidas alrededor de la ganancia y crecen a través de sociedades anónimas. Los partidos políticos se construyen reclutando a las gentes de bajo estatus o por lo menos potencialmente de bajo estatus, y prometiéndoles alto estatus una vez asegurado el poder.
Sabemos cuán eficiente y sofisticados pueden ser los mecanismos que buscan el máximo de ganancias. La política liberal fue también un caldo primordial para la evolución de mecanismos dedicados a la toma de poder. No tomó mucho para que un mecanismo fuerte, estable y muy contagioso apareciese. El socialismo siempre estuvo ahí, pero Marx publicó el Manifiesto comunista en 1848, el año en el que las revoluciones liberales mataban a las monarquías de Europa.
El socialismo vino a refinar la política liberal del mismo modo que la partida doble refinó la contaduría. La base de la política electoral era prometer estatus a la gente de bajo estatus. Marx, desde su condición de judío semi-asimilado que no capta la latente hipocresía de la sociedad huésped, no entendió del todo el chiste del igualitarismo liberal y sólo lo llevó a la conclusión lógica. Niños, no se supone que deban hacer eso. Tienen que entender el chiste. Pero él no lo hizo. ¿Libertad e Igualdad? De acuerdo. Es hora de abolir la propiedad privada. Eh, esperá, ¿va en serio?, ¿abolir la propiedad privada?
Él no podía decirlo en serio. Veamos: la propiedad privada no sólo es la base de la civilización. Incluso las tribus pre-agrícolas tenían propiedad privada. A los monos les gusta tener cosas. ¿Qué tan loco tenés que estar para decir que la propiedad privada debe ser abolida?, ¿quién va a unirse a ese movimiento? . . . Bueno, muchas personas. Verán, el capitalismo fue algo grande, cambió la forma de trabajo de la sociedad entera. Más concretamente, cambió qué clase de persona tenía alto estatus y qué clase no. Bajo el capitalismo, los mercaderes reinaban. Muchas personas no estuvieron contentas con eso.
Y bueno, pasa que algunas personas no son capaces de triunfar bajo el capitalismo. No es tan difícil y, pues, todos somos diferentes. No es culpa nuestra si de la nada algún judío de Shtetl, que ni siquiera habla bien, hace más dinero y resulta con mil veces más estatus que nosotros, cuando hace cien años habríamos sido gente decente de feudo y el judío de Shtetl sería justamente odiado y repudiado. No ser bueno en algo apesta. Así que, sí, la gente estaba resentida y el socialismo apuntó precisamente a ese resentimiento.
Por supuesto, el socialismo no tenía que abogar directamente por la eliminación de la propiedad privada. La sociedad feudal tenía propiedad privada. Con impuestos progresivos, algo de bienestar y leyes de usura; esa clase de cosas, con eso estaban satisfechos. Pero, ¿para qué ser razonable si no importa a la larga? Un partido político no tiene que cumplir sus promesas, ¡ni se diga un partido político de izquierdas! Un partido de izquierdas está, por definición, luchando contra lo establecido. Si no pueden cumplir sus promesas pueden simplemente culpar a los poderes que sea y la gente les creerá porque, bueno, los poderes que sea deben tener poder, o al menos tenían. La inercia es algo real. Los recuerdos de las personas pueden ser imprecisos, especialmente si tienen un buen incentivo para no refrescarse.
Un partido político puede salir intacto del acto de mentir; un movimiento político -vaga y embriónica versión de un partido- puede hasta salir impune de un asesinato. No nos deben nada, no tiene que ser razonables, ni siquiera tienen que ser consistentes. Sólo necesitan ser capaces de reclutar personas comprometidas. Y ser irracional te da más seguidores que ser razonable. ¿Por qué? De nuevo, porque la gente razonable, decente y normal tiene un mejor rango de opciones; no tienen que entregarse a algún plan loco. Simplemente pueden buscarse un trabajo y vivir una vida normal. Para la persona irracional, inadaptada y extraña, las opciones son mucho más limitadas. Unirse a algún partido político que propone la abolición de la mera cosa que hace a la sociedad posible es, muy posiblemente, la mejor oportunidad que tendrá de adquirir alto estatus en su vida. Así que, sí, ¿por qué no?, ¡comunismo!
Existen muchas versiones de irracionalidad y de anormalidad. Algunas personas sólo no son muy buenas moviéndose en la sociedad capitalista. Nacieron así, sin culpa alguna. Escritores, periodistas, abogados. Ríos de tinta se han derramado escribiendo sobre la popularidad del izquierdismo entre los intelectuales, lo que es curioso ya que el comunismo no fue muy amable con ellos. El capitalismo da alto estatus precisamente a la persona opuesta y los intelectuales odian eso. Son socialistas naturales. Muy acérrimos socialistas.
Una heurística sencilla sería ver la constitución natural de cualquier movimiento político como la gente que, en el gran juego de suma-cero del estatus humano, se alzaría en estatus si dicho movimiento político ganara poder. Pero no es tan sencillo, acaso porque no podés saber lo que va a pasar. Los socialistas primitivos no tenían idea de qué iba a ocurrir una vez el socialismo fuese implementado. Decían que sabían, pero nadie sabe el futuro. La incertidumbre es constante en la vida humana y cualquiera que afirme lo contrario habla pura mierda, o en jerga científica, hace signaling.
Lo que es real es el presente. La constitución natural de cualquier grupo político disidente son las personas que en ese preciso momento están perdiendo en el juego de suma-cero que es el estatus humano. Esta gente está molesta, llena de resentimiento y harán lo que sea necesario para sabotear el funcionamiento de la sociedad; tienen buenas razones: la vida es corta, sólo tenés un intento; nadie quiere perder estatus; las consecuencias son muy graves; bajar en el orden jerárquico implica, en términos zoológicos generales, acceso a peores parejas, o a ninguna. Podemos apostar que todos esos intelectuales estaban molestos y querían subirse al primer movimiento que se plantease aplastar al capitalismo y a sus malévolos gatos gordos, incluso si este en el proceso aplastaba también todo lo bueno de la vida. ¿A quién le importa? Eso sólo hizo al proceso más atrapante.
De nuevo, la percepción de pérdida es subjetiva. Algunas personas simplemente no son razonables, se les cayó algún tornillo y jamás estarán felices si no se les da por lo menos el poder absoluto y un harem de dos mil mujeres. Los movimientos políticos albergan una cantidad desproporcionada de esta clase de especímenes, al lado de gente que únicamente pasa por una mala situación; a lo mejor no es realmente su culpa. A mucha gente le va mal por decisiones incorrectas que tomaron en la juventud como, por ejemplo, estudiar titiritería en vez de algo útil. Por eso van mal, y ahí sí es su culpa, pero no pueden hacer nada al respecto y por eso se unen a las filas de la oposición.
El punto aquí no es quién forma las reservas de la oposición. El punto es que, en una democracia, la oposición tiene la oportunidad de hacerse con el poder. Tienen la libertad de hacerlo y son animados a hacerlo. Así, cualquier agente político inteligente encontrará la manera de organizar a estas personas del mismo modo que un agente comercial brillante encontrará el modo de hacer más dinero. Siempre hay alguien. Un proceso evolutivo lo producirá eventualmente.
Los resentidos ganarán porque su motivación de subir la escalera social es muy fuerte. La esperanza aplaca al miedo. Las gentes con la vista puesta en ganar estatus siempre van a superar a los que simplemente tratan de mantener lo que tienen. Hay muchos caminos, pero todo ya está escrito. En una «sociedad libre», la política siempre irá hacia la izquierda. Siempre.
Por supuesto la velocidad en la que se mueve depende de grado de libertad en el proceso político. La primera parte que se izquierdiza es el legislativo, la parte más abierta. Pero, como dije, en otras partes de la estructura hay poder. Los burócratas, abogados; la prensa, que provee temas de conversación a todos ellos. El sistema educativo, que los formó a ellos y a sus hijos. Es obvio que, si algún agente político va detrás del poder absoluto, debe hacerse con el parlamento, pero también con todos los demás y esos otros son más difíciles de comprar. Vimos el proceso por el cual los políticos se mueven hacia la Izquierda: un partido político necesita gente leal que pueda seguir órdenes; la gente de bajo estatus son las más leales, dadas sus opciones. Los burócratas y jueces son más difíciles de controlar, tienden a ser más inteligentes, tienen que serlo para hacer su trabajo. Los Estados tratan de contratar gente inteligente para sus burocracias y cortes. China los filtraba (en China los gobernadores servían de jueces. Jamás han creído los chinos en la separación del judicial y el ejecutivo) a través de un famoso sistema de exámenes complicados. En la mayoría de lugares, los burócratas siguen siendo contratados a través de exámenes, ni hablar de los jueces y abogados; tienen que superar una barra.
Así que, ¿cómo controlás a esta gente? No es posible, igual con los políticos. No podés organizarlos a través de las líneas formales del partido. Eso va contra las reglas y es un punto muy importante. ¿Cómo asegurás que las partes no elegidas de una estructura de poder estén en armonía con las partes que fueron electas? Aquí es donde la máquina de poder izquierdista desarrolla dos estrategias. Lo llamo la ramificación del izquierdismo entre leninismo formal y leninismo distribuido, que por razones históricas desembocaron en el leninismo clásico y el leninismo biológico. Históricamente, esto corresponde muy bien a lo que Moldbug llamó la División anglo-soviética.
En Rusia el izquierdismo avanza lento, mas con diligencia, desde hace un largo rato. Recordemos que Rusia fue alguna vez una autocracia absolutista reinada por un Zar. Durante el s. XIX el país se abrió un poco y, al desarrollarse el capitalismo, nació el izquierdismo en la misma proporción, alimentado por aquellos que no prosperaron bajo el sistema. Los Dostoyevskyoides, a Rusia nunca le faltaron. Diría que Rusia tuvo una cantidad desproporcionada de izquierdistas porque, en vez de crecer orgánicamente el capitalismo como en los Países bajos, el capitalismo ruso vino de la nada a una sociedad tradicional y beata. Así que, por supuesto, toda esa gente condicionada durante siglos a ser súbditos leales y buenos cristianos no estaba disfrutando de la libertad para construir fábricas y hacer dinero; odiaban todo eso. Rusia produjo muchos izquierdistas desquiciados antes siquiera de tener política electoral.
Al escenario llega Lenin para organizar el golpe y tomar el poder como un comunista formal. ¿Y qué hace Lenin? Él quería poder absoluto, como cualquiera, pero él tuvo las agallas y la voluntad para intentarlo. El método de Lenin para la adquisición del poder fue hacer justo lo que dije que no era posible: integró a la clase dominante en su partido político. Los jueces, burócratas, profesores y la prensa; todo dentro del partido, el partido comunista. Los partidos políticos, recordemos, aparecieron como un método para asegurar disciplina y organización en política de elecciones. Lenin llevó esa idea al máximo, de modo que el partido absorbía cada órgano de poder dentro de Rusia. Funcionó de maravilla. No fue fácil, de ningún modo. Tuvo que pelearse una sangrienta guerra y luego largas y horrorosas purgas, y luego más, la sociedad entera aterrorizada, más purgas después. En más o menos veinte años, Stalin ya le daba los últimos retoques al sistema. Había logrado poder absoluto. Controlaba al partido, y el partido lo controlaba todo.
Eso es el leninismo clásico. Hay muchísima literatura al respecto si querés saber más. Y existe China, donde el mismo principio aplica, más estos días después de que Xi Jinping ató unos cabos sueltos en algunas áreas que el PCC dejó sin vigilancia hace décadas. El punto del leninismo es que, luego de adquirir el poder absoluto, la debacle izquierdista se detiene, el país deja de moverse hacia la izquierda. Cero ideas nuevas, cero movilización de indeseables para tumbar al gobierno. Nihil, nada de eso. El movimiento sempre avanti era un medio para un fin, ese fin siendo el poder. Una vez en el poder, la coalición se disuelve. No desaparece, deja residuos en tanto los Estados quieren mantener una consistencia ideológica con lo que decían desde su fundación. Las dinastías chinas lo retrataban como piedad filial cuando los emperadores seguían las ideas del abuelo, el fundador; más que todo inercia.
Así no ocurrió en Europa occidental y Norteamérica. Ningún partido izquierdista logró poder absoluto en Occidente. Jamás pasó, y no fue por falta de ganas, pero no salió. El porqué, bueno, está mi teoría de la otra vez: los países que desarrollaron el capitalismo orgánicamente produjeron perdedores menos resentidos que los imperios rurales, lanzados a la modernidad sin más. No es del todo mía, la leí de otro lado -no recuerdo dónde-. De todos modos, el éxito del leninismo en Rusia y China tuvo que ver mucho con la suerte. Lenin pudo haber fallado fácilmente, pudo haber perdido la guerra, pudo haberle faltado el dinero de los judíos de Wall Street. Ninguna Rusia Soviética, tampoco la China comunista. Pero sí pasó y el socialismo fue muy fuerte en esos lugares, con o sin la toma del control.
¿Qué pasó en Occidente? Hay un tipo que pensó al respecto muy profundamente, por mucho, mucho tiempo; más que todo porque estaba preso y tenía tiempo para estudiar el problema. Hablo de Antonio Gramsci. Él era un agitador comunista en Italia. Fue capturado por Mussolini y sentenciado a pudrirse en prisión. Durante ese tiempo, él pensó mucho sobre el asunto: ¿qué hago aquí?, ¿por qué perdí? Maldito Lenin, él hizo su golpe de estado y ganó, ahora está en el poder. Mírenme, pudriéndome en prisión. ¿Qué salió mal?
Su idea, muy influyente -y por buenas razones-, era que la estructura de poder preferiría seguir siendo la estructura de poder antes que ser derrocada por tu pandilla. Podés intentarlo de forma limpia, en las elecciones, pero hay muy pocos locos resentidos que votarían por la abolición del cimiento de la vida social (propiedad), al menos en los países moderadamente prósperos de herencia occidental. En esta clase de lugares, si querés el poder absoluto, vas a tener que colonizar la estructura de poder lentamente. Vas tener que influenciar mentes y cambiar la cultura. Puede que suene algo esotérico y espiritual, pero no lo es. Básicamente, Gramsci argumenta la necesidad de ocupar las escuelas y la prensa y hacer, en cada institución con algo de poder, lo que un partido político haría, y esto se hace lenta, pero sólidamente. Los partidos políticos funcionan empleando gente leal, cazando el bajo estatus. Bueno, encontrá una forma de entrar al concejo de cada colegio, cada periódico, cada departamento gubernamental, cada junta judicial. Hacés luego lo mismo: manejás un partido leninista de bajera hasta que sos el dueño de todo el Estado.
Suena fácil, ¿ah? No, suena complicado. Y lo fue, pero no tanto; después de todo, hay economías de escala bastante obvias que influyen en el tráfico de influencias. Un tipo conoce a un tipo que conoce a un tipo. El gran descubrimiento del s. XX no fue el poder atómico, fue el poder de los conectes. Unas pocas personas leales en posiciones de poder son la fuerza más fuerte del universo: pueden hacer que la verdad sea mentira, que los inodoros lleguen a las galerías de arte, pueden mandar a las mujeres a la guerra; de todo. Fue sencillo para los socialistas poner sus manos en los medios; los periodistas son socialistas naturales, tipos brillantes, buenos escritores y sin talento para hacer dinero. Lo mismo con los profesores, enseñar no paga bien y es cansino. ¿Por qué alguien querría ser profesor? Bueno, por la gloria del socialismo claro está.
Una vez que los socialistas colonizaron el sistema educativo, el partido gramsciano-leninista-distribuido tenía el trabajo casi hecho. Las escuelas son precisamente el lugar donde todos los centros de poder hacen intersección. Montesquieu debió pensarse muy inteligente cuando dijo que el legislativo, ejecutivo y judicial tenían que ser independientes y estar en constante conflicto. Bueno, sí, ¿pero adónde mandan a sus hijos al colegio? Exactamente a los mismos lugares.
Y, por favor, marqués, ¿cómo planea usted tener a esos jueces, burócratas, legisladores, maestros, periodistas, banqueros e industrialistas, que han crecido juntos, compartido una vida alejada del resto de la sociedad, dentro de una clase dominante unificada? ¿Cómo diablos vas a hacer que se regulen mutuamente y se equilibren? Eso no puede funcionar y no ha estado funcionando. Se casan entre ellos y mandan a sus hijos al mismo colegio, sí, luego hacen algún show y juegan a la política kabuki (así les gusta decir a los americanos, como si sólo el kabuki fuese falso y los demás teatros reales), pero al final ellos saben que son una casta endogámica.
El programa de Gramsci también se llamó La gran marcha hacia las instituciones. Una revolución cultural lenta, pero constante. Estaba completada en la mayoría de países occidentales para los sesenta y el resto es historia. Supongo que el plan original de Gramsci fue tomar el poder como lo hizo Lenin, una vez que las instituciones fuesen subordinadas, para establecer la dictadura del proletariado. Ese barco ya zarpó en Europa occidental. Los trabajadores eran ricos, podían costearse carros, casas y vacaciones a la Florida o España. No podías motivarlos con consignas sobre ahorcar capitalistas y redistribuir los bienes entre las masas.
El partido estaba andando. Para los sesenta, las redes socialistas, más o menos alineadas con partidos socialistas formales, ya manejaban el sistema educativo y gran parte de la prensa y las agencias del gobierno, las cortes y los parlamentos. Hacía falta unificarlos, hacerlos leales y obedientes. La forma clásica de hacerlo era con los perdedores del capitalismo: trabajadores y burócratas movidos por el alto estatus de una revolución prometida. Eso funcionó bien entre 1848 y 1948. Los que aplicaron este método lograron hacerse con la mitad del mundo, pero para 1960, hacía falta una nueva ideología si se quería capturar a Occidente y mantener motivado y leal al populacho.
Lo que hicieron fue apegarse al fórmula: prometés alto estatus a la gente de bajo estatus. Sólo tenés que cambiar un poco el contenido, adaptarlo a los tiempos. La sociedad occidental de 1960 no era la misma de 1860. Era más rica, menos desigual, mucho más placentera. Se trabajaba ocho horas, había automóviles y televisores para todos, las muchachas salían bastante fáciles y siempre había una fiesta a la que ir. No había ninguna razón para montarse una revolución comunista. Hubo una «revolución» en el ’68, con el asunto de Vietnam, pero eso fue más un bacanal al aire libre, no una revolución. Sonaba genial decirle así, los adolescentes del ’68 están ocupando toda clase de posiciones de poder hoy día y no han abolido la propiedad privada.
La debacle izquierdista no es un tipo particular de gente, es un complejo memético con vida propia. Un virus evolucionó para concentrar el poder, adoptando ideas que ayudan al proyecto y descartando las que no. El socialismo económico, organizando a los pobres, no estaba funcionando en Occidente, pero el principio era bueno, sólo necesitaban encontrar a otro grupo con bajo estatus. Y siempre hay alguien, el estatus es un juego de suma-cero; siempre arriba estará alguien, siempre abajo otro, incluso en sociedades igualitarias. El socialismo presionó a Occidente a volverse una sociedad igualitaria y placentera para 1960, pero -incluso en el mejor de los mundos- siempre habrá gente de bajo estatus. Incluso si tratás de re-diseñar la sociedad de modo que haya una completa igualdad de oportunidades, incluso si lográs alzar una revolución y disolvés cada jerarquía existente y empezás de nuevo. Siempre habrá gente de bajo estatus.
Porque siempre existirá la biología: algunas personas son altas, algunas son bajas; algunas lucen bien, algunas son feas; algunas delgadas, otras flacas; algunas personas son agradables y otras molestas; algunas más geniales y otras causan cierta incomodidad; algunas siguen las reglas y otras expresan tendencias criminales. El segundo de cada pareja será de bajo estatus en cualquier parte de la Tierra, incluso bajo el comunismo soviético del Comandante Trotsky. Algunas personas simplemente no sirven, así funcionan los genes.
Afortunadamente para los izquierdistas, incluso después de lograr su afluencia, incluso después de que la clase trabajadora desapareciese como tal, aún había mucho material con el cual avanzar la causa del control total. Los grupos izquierdistas empezaron a agitar estatus enfrente de los negros, los judíos, las mujeres solteras, los drogadictos, los discapacitados, los retrasados, los enfermos mentales, los gordos, los sodomitas, las lesbianas, los musulmanes agresivos, a los transexuales igualmente. Cualquiera que fuese de bajo estatus en cualquier sociedad humana. Porque no sirven, no son productivos; a lo mejor no sea su culpa, algunos nacen altos, otros bajos, algunos inteligentes, otros tontos, algunos empáticos y otros psicópatas. Algunos viven contentos con su suerte, otros codician el poder. Así es como es.
La larga marcha hacia las instituciones que Gramsci previó como una manera de volver al Partido comunista italiano más como el de Lenin acabó produciendo un sistema leninista distinto, uno distribuido e informal, en vez del sistema unificado y formal de Lenin; acabó siendo un sistema para la promoción del desperdicio social como fin último, en vez de la promoción de la idea marxista del proletariado oprimido. Marx no fue un hombre bueno, pero al menos trató de revestir sus ideas de sentido. Das Kapital requirió algo de esfuerzo para ser escrito, pero aquello fue un accidente contigente de su tiempo. El izquierdismo no tiene por qué tener sentido, sólo necesita hacer su trabajo.
O al menos marginalmente, porque el hecho de que el leninismo biológico sea el principio organizador de todos los centros de poder en Occidente, y que se ponga peor a cada momento, significa que no está haciendo su trabajo del todo bien; su trabajo es la concentración de poder. Está adquiriendo control absoluto, lo que Lenin hizo. Cuando Lenin lo inició y Stalin lo terminó, el contenido ideológico de la Izquierda se estabilizó. Cthulhu dejó de nadar, pero acá en el Atlántico lleva siglos nadando, cada vez más alocado, porque no hay quien lo detenga. Tenemos a la Catedral, sí, un partido leninista distribuido e informal, asegurándose muy efectivamente de que sólo su gente llegue al poder y a manejar la influencia. El asunto es que no tenemos un Stalin, ni un Xi Jinping, ni siquiera un intento de Putin.
El porqué, es una buena pregunta. La constitución no escrita de la política anglosajona es demasiado robusta; la libertad inglesa. Sólo Oliver Cromwell pudo domar a esa bestia y no por mucho tiempo, y eso fue hace tanto. Occidente es el vasallo del imperio usonano y los Estados Unidos no está haciendo un buen trabajo como absolutista. Pero ya llegará a eso, se está acercando, la ganancia es demasiado alta. Si existe una forma de tomar el poder, alguien tomará el poder. Todo lo que este futuro líder -«lideresa», por cómo vamos- tiene que hacer es decir: ¡Denme más poder o, de lo contrario, todos ustedes, sí, ustedes, las mujeres gordas y malas con trabajo de oficina, los extranjeros viviendo del bolso público, los indeseables con estilos de vida insanos; todos ustedes, denme poder, o si no, volveremos a 1959, será aceptable ser blanco, todos ustedes tendrán que hacerse la cama y limpiar sus cuartos, tendrán que trabajar de verdad; tendrán que hacerse responsables de ustedes mismo!
¿Cuánto tiempo tomará? No creo que mucho.