Cuando conscientemente tratamos de desconectarnos de la indómita realidad a la que somos uncidos, el último pensamiento del día, la última meditación, la última frase, el último recuerdo, la última cara, el último pesar se transforma en el obituario de nuestro día. El hecho de que tratemos de pensar cómo estos pensamientos tan peculiares nos ahondan demasiado, además de conturbarnos con nuestro desiderátum de la semana, nos encoge y estremece, porque reconocemos que, tarde o temprano, a como recopilamos el día, recopilaremos nuestra vida a futuro.
Debido al vestigio epistemológico ansiamos conocer cómo procesar esa piedra filosofal que transforma las penurias y abatimientos Osiris en oro, imitando la alquimia de esos seres revestidos de carne y piel que muy tranquilamente ocultan la obra gris de su constructiva miseria en ese monologo lleno de agracejos, y esto con el: buenos días, ¿Cómo estás?, ¿Y tú problema ese […]?
Levitar en la cárcel de nuestra conciencia y tratar de imaginar cómo estarán nuestros cercanos puede ser unas de esas tareas que, más que fomentar nuestro fetichismo respecto a la vida del prójimo, puede llevar aún más a estremecernos; llegaríamos a conocer los pesares, los tormentos, los arrepentimiento, esos pensamientos que flotan en la pila cerebral, pero que, por mero instinto de seguridad emocional y racional, no los comentamos, los sufrimos en silencio, nos los consumimos como un cigarro que en un parpadeo es sólo colilla.
Imaginarnos a todos en una secuencia perfecta de una serie de televisión o una película con mucho drama; terrenalmente estamos arraigados a la almohada de la noche que representa nuestra seguridad y el confort ante la realidad que es la responsable de nuestras penurias que conviven en nuestro yo. Las tragedias de las vidas, cual muertos resucitando lentamente, van mostrando su putrefacción ante nuestra pequeñez. Estos muertos vivientes que día a día ignoramos, o damos por sentado su nefasta presencia, coadyuvan a la personificación del infierno en donde dan cuerda al antagonista de nuestra conciencia, y nosotros ante este vil teatro ¿Dónde estamos?, ¿Siendo víctimas de la tortura?, todo esto ¿Hasta cuándo? La respuesta a ello, nace en el amanecer monótono y autónomo, que por suerte o desgracia varía según Dios o Satán.
Ejercitarnos mentalmente para lograr transportarnos a la indigencia del otro, comienza observando las nuestras, pero no viviéndolas, sino apreciándolas de lejos, deleitándonos con el panorama que no afecta a nuestro yo espiritual pero sí al físico. Luego de ello y de una buena parte de nuestra vida, podríamos proseguir a pensar en aquellos o aquellas cercanos a nuestra esencia.
Según sus impulsos o agobios que por pura física expulsan, es suficiente material para empezar nuestra labor. Por ejemplo: imaginarnos al señor M meditando sobre su vida en los albores de su juventud, viviendo como un genio, una actitud y personalidad deleitable, pero con la cruz de su fallido idilio, o la señorita C vagando entre los traumas de su niñez o adolescencia que la amoldaron a lo que es y ahora sufriendo esa fábula sin moraleja que ojalá sus rezos de rodillas con el rosario de las tres en reverencia al pantocrátor le rindan frutos. También está la escenificación que esperamos y se dramatice en la obra tal cual las dirigimos internamente y con antelación, no obstante el azar juega su baraja obligándonos a esperar en el limbo de la incertidumbre. Tratar de recrear la mente y pensar al otro, esperando calcular sus reacciones es una tarea titánica, pero no para nuestro inquilino con el que convivimos.
No me quiero alargar mucho con esta instrucción apócrifa de cómo irnos a nuestra diaria reunión con Morfeo, pero de vez en cuando es bueno tomar conciencia de la forma en que nos laceramos. En teoría nuestra cabeza es para nosotros, pero el conspicuo don de la empatía con el que ya nacemos nos enfatiza cáusticamente que no es así. Quizás después de todo no venimos tan solitarios a esta realidad.
Duración media del ejercicio: lo que el cuerpo y al conciencia dicten. Se recomienda el consumo de sustancias psicotrópicas para una mayor tortura y expansión del efecto.
Advertencia: La constante realización del ejercicio puede causar angustia interna, sintonía con la comunidad y la posible conversión al cristianismo o la religión de su conveniencia.