Desde que el Frente sandinista de liberación nacional (FSLN) nació como una célula guerrillera en las zonas recónditas del país en los años sesenta, reconoció como su mayor enemigo, no al somocismo, a como creen muchos. Somoza era su meta, quitarlo a como fuera para implantarse ellos, misión que lograron, pero una vez el General deja el país y es asesinado en Paraguay, deja de ser un problema de importancia para los guerrilleros; sin embargo, la saña no disminuye hacia quienes siempre vieron como un obstáculo, como una verdadera barrera para sus sucios planes: los campesinos.
Desde que los guerrilleros incursionaron en las zonas rurales del país, no fueron vistos con buenos ojos por el campesinado, éstos últimos en su eterna sabiduría presentían que algo no iba bien con sus pretensiones bélicas subversivas y sus corazonadas terminaron siendo ciertas. Robos, abigeato, irrupción en la propiedad privada, violaciones y hasta asesinatos a mansalva; fueron algunas de las tantas atrocidades que los “revolucionarios” descargaron con los productores del campo, a quienes juraban defender y representar.
Para muestra un botón, los famosos “héroes de Nandaime” que tanto se modelan aún hoy, catalogados como “místicos revolucionarios” y “altos defensores de la causa sandinista”, no eran más que 4 bandoleros, ni siquiera eran oriundos del poblado de Nandaime. Ricardo Avilés, Jonathan González, Óscar Turcios y Juan Quezada venían de otros municipios del país, escapando de la Guardia, en busca de municiones y alimentos. Dieron con Nandaime, donde se dedicaron a extorsionar a los lugareños. Señores de edad que aún recuerdan los hechos aseguran que los guerrilleros se dispusieron a asediar las zonas rurales del pueblo (donde los Guardias tenían menos cobertura de acción), amenazaban a los campesinos para que les dieran comida o ropa. Robaron ganado, cereales y pertenencias valiosas de los pobladores; logran ser interceptados por la Guardia gracias a los mismos nandaimeños, quienes los delatan, cansados de sus fechorías. Así eran los ahora referentes de la revolución comunista.
E incluso desde antes de la venida de los despiadados sandinistas, su ejemplar y más alta figura, Augusto Sandino, era un terror acechando en tierras segovianas, como si de una funesta premonición de cruento camino sangriento para ellos se tratara. Así lo dejó plasmado el General Somoza en su libro El Calvario de las Segovias (1936), como bandolero liberal actuando junto a su mano derecha, Pedro Altamirano, alias “Pedrón”, y su guerrilla insurrecta, encargados de sembrar el espanto en las antes pasivas y prósperas tierras y llanos del norte de Nicaragua. Torturas, violaciones a niñas, asaltos y el famoso “corte de chaleco” eran de las tantas técnicas que el “general de hombres libres” practicaba para amedrentar a los usurpados lugareños.
Y así, años más tarde, situaciones semejantes, o incluso peores, sucedían en todo lo largo y ancho del territorio productivo nicaragüense. Antes, durante y después de la caída de la tiranía sandinista en los ochentas, el encono contra los campesinos era constante y férreo. Por ejemplo, el famoso y fatídico suceso conocido como “La Navidad Roja”, un crimen de lesa humanidad que no iba dirigido sólo contra los pobladores misquitos y sumos de la zona; los productores de dicho sector iban dentro de la ecuación, dando como resultado miles de personas injustamente asesinadas.
Por ello inicia la Contrarrevolución, movimiento que los campesinos apoyaron en grandes números, conformando la Resistencia nicaragüense. Un extenso número de los miembros de la Contra eran campesinos levantados en armas ante el fracaso socialista que supuraba en Nicaragua, así como ataque contra su propiedad, su estilo de vida y la integridad de sus familias. Aparte de torcer el brazo de los sandinistas y obligarlos a dejar el poder, la Contrarrevolución acrecentó el odio del sandinismo para con los productores.
Desde los noventa hasta la fecha se contabilizan más de 2000 asesinatos “misteriosos” (confirma Vilma Núñez del CENIDH) contra líderes históricos de la Contra, en donde inclusive efectivos del ejército han estado involucrados; todos los caídos han sido campesinos habitantes de las zonas del norte y centro del país; objetivos claros de la martillante promesa “¡Vamos a gobernar desde abajo!”, desde las fauces del infierno para ser más exactos.
Contemporizando la crisis contra nuestro campesinado; es más que evidente la sórdida persecución que han sufrido en el contexto de la Insurrección de Abril por parte de la tiranía de Ortega. De abril 2018 a la fecha se contabilizan 55 campesinos asesinados y torturados atrozmente, siendo la mayoría de líderes territoriales, declarados opositores al gobierno y activistas históricos en contra del sandinismo.
Pero, ¿por qué tanta tirria histórica por parte del sandinismo contra ellos?, ¿qué le ha hecho el campesinado a la “Revolución” como para que los quiera muertos o reprimidos?
El campesino nicaragüense es humilde, trabajador, honrado, entregado, honesto y cumplido. Su trabajo es oro para él y su misión para con su patria es encomiable; ellos lo saben. Como amantes de la verdad, siempre cuestionaron al sandinista su actuar de doble moral, “¿por qué tanta muerte y sangre si quedamos peor que antes?”, se preguntaban siempre en su sencilla, pero portentosa lógica.
El campesino veía inaudito que unos bandidos quisieran apoderarse del poder del país que tanto les había costado sacar adelante. Ellos, que por razones estratégicas y desatinos del destino, tuvieron que compartir terreno con los guerrilleros, conocían de cerca su actuar, vigilaban sus acciones y divisaban lo déspotas que podían ser. Todo esto implicó una oposición a las pretensiones y, obviamente, los comunistas los acabaron viendo como contrincantes.
El campesino es esa “Derecha». Ya todos los nicas nos sabemos de memoria la retórica senil de Ortega y sus secuaces. Muletilla de estos trasnochados es esa de culpar de todos sus reveses a “la Derecha”, que por “la Derecha” no ha prosperado el socialismo, que por “la Derecha” seguimos siendo pobres y así, desgastantemente. Pero el detalle está en que el campesino es parte de esa “Derecha” que tanto muerden en sus desvaríos.
Pero es que el campesino en esencia es eso, un ser integralmente de Derecha, para nadie es novedad que gran parte de ellos se identifican abiertamente como “liberales”, esto a su contemporánea afinidad al PLC, tiempos en los que resultó ser la mayor fuerza política partidaria opuesta de alguna manera -al menos-, al socialismo pregonado por el FSLN y secuaces; pero sus costumbres y quehacer cotidiano está inclinado hacia el conservadurismo. Les gusta el orden y que todo marche en justicia y verdad; todo lo que en esencia odia y es contrario al sandinismo. “¡¿Cómo no odiarlos?!”, se ha de preguntar todavía Tomás Borge desde el averno.
No existe mayor amante a la Patria que el campesino nicaragüense, ¿o quieren que les recordemos las más de noventa marchas anti-canal y cómo ofrendaron sus vidas en las filas de la Contrarrevolución? Su fervor patriótico es una llama que inflama Nicaragua desde sus entrañas ganaderas y agrícolas. Fervor que cuaja gracias a ese indecible Temor que sienten por Dios. El campesino ama a Dios y a la Patria y eso les da ahonda u ya profunda identidad nicaragüense. Ellos viven, aman y sienten a Nicaragua como ningún otro nica.
Esa arraigada identidad cristiana causa roncha en los pérfidos ateos sandinistas. No pueden soportar cómo ese respeto por lo sagrado, la honda espiritualidad, se traduce en defender la soberanía de la nación. Esa entrega sanguínea que ellos tienen para alzarse y darlo todo, se simboliza como una infranqueable barrera con la cual los “revolucionarios” chocan de frente. ¿Acaso es coincidencia que en los municipios productivos el sandinismo este siempre ha sido aplastado en las elecciones (hasta que las robaron descaradamente, claro)?, ¿por qué siempre se dan enfrentamientos en los pueblos norteños y del centro del país cuando ocurren los fraudes electorales? Con los campesinos no pueden jugar.
Queda claro porqué el terror que sufren nuestros hermanos productores, precisamente por el terror y enraizado odio que los defensores de la ideología de la muerte tienen para con ellos. Pero, pese a esto siguen siendo luz y sal de esta insurrección que ellos vienen batallando desde que los tiempos bárbaros iniciaron. Nuestra deuda con ellos es incalculable, es deber recompensar tanta entrega y ahínco.