Muriendo por la resistencia.

Arte por Ocram.

Ante la píldora que le desgarraría las tripas, Ger reflexionó. No tenía miedo, aunque le enseñaron a vivir con miedo toda su vida, desde niña hasta en la universidad; miedos diferentes, a la oscuridad y luego a las luces muy reveladores. A la mente le vinieron todas las luchas y gestas heroicas, todas las grandes acciones de los grandes personajes y esas mismas le parecieron banalidades, inventos de perfidia. Así lo leyó en algún lado. Eran todos burgueses machistas, o racistas, o clasistas en algún aspecto. Nunca era suficiente, jamás era suficiente. El utopismo, vio, era un efecto secundario de las drogas que tomaba.

No había nada más utópico que pensar en su país fuera del hoyo en el que nació. Hubo días en los que lo dio todo, en los que corrió y gritó. Pero ahora nada de eso se podía. Ahora la protesta no era ya de la grande masa, era de una cábala. No recordó Ger si alguna vez, en la historia de las barricadas y las decapitaciones, esa usurpación no pasó, y se preguntó cómo no lo vio venir nadie, ni los más leídos, ella metida. Todos pensaron “esta vez va a ser de verdad, esta vez vamos a traer el cielo a la tierra, la nueva Jerusalén sin Dios, ni Estado, ni patrón”.

Y no, porque ahora estaba a punto de romperse toda, de deshacerse en la cama, de derrocarse a sí misma. Afuera, a su ver, sólo había un mundo plagado de espectros con nombres en ladino y espectros con nombres en inglés. No iba a entregarse a ellos, aunque toda su vida les hizo el trabajo sin darse cuenta, porque, ¿en qué idioma se habló la primera anarquía, el primer grito de liberación? Fue Satanás el primer whig y, por tanto, el primer jacobin, el primer libertaire, el primer feminist, el primer decolonialist, y así fue siendo de todo menos lo que a Ger nunca gustó.

Ella nunca creyó en Satanás, aunque le gustaba pretender. Tal vez por eso iba a desquebrajarse sola. Si en otro tiempo hubiese nacido, con otras gentes encima suyo, con otros espectros en los salones de las universidades y, sobre todo, con otros miedos, tal vez ahí hubiera encontrado el confort, siendo parte de algo más grande que la anarquía o la insurrección. Eso no lo consideró. Si no era en una gigantesca explosión, ella, una partícula dentro de algo destructor de todo lo malo, ‘purificador’, no era nada valioso a su ver. Era una esclava si servía, digamos, de tablón en una carabela. Ella quería ser el fuego rompiendo a través de las velas y el mástil, liberando a las tablas y telas de su sufrimiento. Que ese fuego viniera del cañonazo de un privateer le era indiferente, o incognoscible. Fuego es fuego, liberación, determinación, deconstrucción, rebelión, irreverencia, ardor… más espectros, demasiados espectros habitándole la cabeza antes de irse todo al polvo de estrellas.

Y de algún modo pensó en algo bueno mientras se iba. Era la sonrisa de alguien que odiaba por haberle negado siempre el derecho a ser como le viniera en gana. Era el rostro de un sujeto odioso llorándole. Pudo sentir las gotas cayéndole en la cara, pudo sentir las sacudidas y sólo causaban más desprecio sobre ella los temblores, a la vez que consideraba, con las tripas de fuera, si aquella no fue entonces su explosión preferida, si acaso en esos instantes abandonaba el miedo a sus protectores.

Así, se iba, habiendo visto lo que hubo sin satisfacerle nada más que botar y roer. Dicha que más allá no pasa nada, habrá pensado al arderle el cuerpo, mismo más veneno que carne desde hace tiempo, y tan carnal a la vez, y tan capaz de bien traer si bien puesto estuviera, si no le hubiesen enseñado a tener tanto miedo a la pobre Ger.

Yo ya estaba lejos de eso, no me pueden echar la culpa. Ni la vi explotar ni vi extinguirse el fuego. Recordé cosas de cuando la tuve cerca, no eran buenas, pero venían a la mente sin que lo supiera porque, al punto, Ger estuvo en todos lados. Le hicieron su propia etiqueta en las redes, vandalizaron mi universidad con sus últimas palabras (que no fueron suyas) y también hicieron calcomanías sus amigues anarquistes.

A Ger la pusieron como víctima de fuerzas mayores las mismas fuerzas que le robaron el sentido y le enseñaron a tener miedo y a explotar. Mafiosos de la cábala llegaron a su entierro, fue muy macabro desde el inicio pero, con todo y eso, no apareció en los medios. Le dejaron ese privilegio. La «lucha» siguió en su nombre así, en la tierra, y siguieron los fuegos y las barricadas cada cuarenta años. Estoy seguro de que le habría encantado ver a tantos espectros pelear por lo suyo y lo ajeno. También creo que Ger está peleando todavía, donde sea que esté.

 

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