La cobija del árbol.

“Al caer la noche, la capital muestra otra fisonomía, oculta la pobreza […]”

“Un impulso optimista de la necesidad de dibujar el rostro de Managua es sumergirse en el siguiente dossier. Un retrato cercano de las imperfecciones del Nica, como también de su humanidad y afecto.”

-Ruiz Udiel.

«Urgente, urgente, urgente (gran pérdida): Hoy murió un mimo en la esquina y nadie lo dijo (Triste año nuevo)… El día de hoy, en la madrugada, soñé con Frank al que cariñosamente llamábamos nuestra generación de poetas. Nos encontrábamos haciendo piruetas en una cuerda floja, y hoy como preludio del sueño, la fatal noticia….. Y yo te llamo mi Amigo generacional, Nicaragua cuanto ha perdido».

Yo ni lo conocía, no supe ni de su existencia sino años más tarde, cuando me percaté de su trágica partida; no por el hecho de haber cumplido estrictamente con los aforismo de Cioran o Mälinder, en donde, atestado de una bizarra visión, acabo con su mera existencia, después de haberlo dado todo. La tragedia de su partida fue que no se le vio brillar en todo su esplendor.

De los recuerdos muy bien guardados de mi madre y de más de algún otro literato de Nicaragua, construyo el perfil de quien fue Francisco Ruiz Udiel, aquel poeta amante de Borges que comenzó su carrera en las ruinas de la UCA. Pensar a Udiel en la sangre ajena me hace lamentar no haber sido lo suficientemente consciente durante sus años mozos; qué calibre de persona fue. Pensar que hizo de la tierra milpa, con los mermados recursos que tenía a su alrededor para motivar y hacer notar a los jóvenes con sus relegadas voces en la literatura nacional, siendo esta una tierra de iletrados o analfabetas culturales. Me ahonda profundamente en el espíritu su legado y me inspira a luchar y vivir día a día sabiendo quien lo logró.

La delicada, metafísica y profunda letra de sus poemas, legado e historia que forman parte de esas fábulas prodigiosas revestidas por la magnánima binza típica del realismo mágico; en una tierra llena de ellas, son recuerdos que permanecen guardados en las más prodigiosas bibliotecas o estantes de colegios o universidades que dan espacio para el disfrute de la asombrosa calidad de las letras nacionales; desgraciadamente son relegadas al polvo y al, a causa del quimérico cáncer de la (post)modernidad, atizada meramente por la informática.

Me carcome imaginarme una plática con tan curioso personaje cada vez que leo uno de sus poemas o escucho hablar a mi madre de él. No ocultaré que su pintoresca personalidad marcada en los pocos que convivieron con él no me atrae, pero con los muertos no se habla, menos en la oración.

En un ejercicio mental por imaginarme el día a día de esos raros espécimen sociales que son los escritores; trato de reconstruir su conciencia, constituida por la plétora de amores, desgracias, temores, miedos y victorias que constituyen a la persona, y estoy seguro que Inés era de los benditos por la naturaleza que tuvo una mente maravillosa entre tanto becerro con campana.

A mí no me queda nada más que meditar y apreciar su legado, como inspiración a futuro de mi vida, ya sea como su final o carrera en el país que no le regalo las mejores cosas, pero aun así demostró un amor tan puro y diáfano hacia él. A día de hoy me cobija la estrecha sombra de su enraizado árbol, aquel yaciendo sobre un diáfano espíritu, señal de su paso.

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