El 23 de diciembre de 1972, en Managua, Nicaragua, ocurrió un desastre que marcaría el destino del país centroamericano, pero mejor que lo cuente alguien que sí lo vivió:
En esa fatídica noche del 22-23 de diciembre, recuerdo mirar sobre nuestra ciudad capital, Managua, y pensar que la Navidad había llegado al fin. Las altas estructuras de los negocios estaban decoradas con toda clase de luces. Las residencias, casi sin excepción, mostraban algún tipo de recordatorio eléctrico de que la temporada navideña pesaba sobre nosotros.
Entonces vino el golpe, ¡terremoto! Sentí de inmediato la tragedia; esto no era un simple temblor. Managua literalmente se desquebrajaba. El devastador movimiento ocurrió a las 12:39AM. Luego, la oscuridad. Momentos hacía que la ciudad estaba iluminada como un gigantesco árbol de Navidad y, segundos después, la ciudad estaba toda negra. Entonces vinieron los sonidos del metal crujiendo contra el metal, esos sonidos escalofriantes que hacía mi propia casa; aún me atormentan. Luego me tocaría oír un sonido más inquietante: el de la agonía humana y la desesperación.
En esos pocos minutos, unas diez mil almas perecieron en Managua. Era una ciudad sin energía eléctrica, una ciudad sin agua, una ciudad sin teléfonos y, por un breve período, aislada del mundo. Para mí y para el resto, no hubo manera de dormir esa y muchas noches después. Una ciudad con setenta y cinco mil hogares, el noventa por ciento de los cuales fueron totalmente destruidos. Para los sobrevivientes, no habría descanso en muchísimo tiempo.
Este es el testimonio del General Anastasio Somoza Debayle, presidente número 53 de la República de Nicaragua, el diablo de la mitología revolucionaria y liberal, pertenecientes a las dos religiones políticas más grandes de Nicaragua (sandinismo y liberalismo, respectivamente). En esta entrada presentaré algunos fragmentos de su libro Nicaragua Betrayed, obra que casi nadie conoce, pero que debería ser una lectura obligatoria. En este libro Anastasio II se defiende de todo lo que la prensa, las universidades, el clero y las ONG afirmaron (y siguen afirmando) sobre él. Fue publicado en 1980, poco antes de su vil asesinato en Asunción, Paraguay.
Esto puede que cause algunas reacciones viscerales. Después de todo, cuestionar la figura del Somoza diablo significa cuestionar el mito fundacional del Estado revolucionario nicaragüense, así como del estado liberal constituido después. Sólo pido una lectura de mente abierta. Anastasio ya está muerto, recordá eso. También recordá que, durante once años, los sandinistas tuvieron el poder, las ganas y la oportunidad de manipular la figura de los Somoza. Pensá en lo que hacen hoy día: si mienten ahora, con todo y redes, ¿por qué vas a creer en lo que dijeron antes, cuando no existía el internet y algún ministerio regulaba la verdad oficial?
El turno de los liberales fue algo mayor, unos diecisiete años, y su táctica menos intrusiva. Para ese momento el trabajo ya estaba tan bien hecho que cuando Ortega tomó el poder en el 2007, lo único que tuvo que hacer fue mandar a poner en los libros de texto del MINED el equivalente a un «Somoza malo» cada dos párrafos y poco más hizo falta. Al General sólo lo invocan quienes quieren otra década como los ochentas. Hoy día pocas personas pueden imaginar a cualquiera de los tres Somoza como menos que desquiciados sedientos de sangre sin ningún tipo de característica salvable. Hasta los comparan con Ortega, tremenda falta de respeto.
Retomando el hilo, aquella fatídica noche en Managua definiría el panorama de los próximos cuarenta años. De cierto modo es interesante esta sentencia determinista, tan poco en control estamos que nuestro destino lo define algo que, a la tierra, resulta intrascendente. ¿Esto significa que un temblor nos envió al comunismo? A lo mejor. Yo digo que el terremoto fue una sacudida al avispero. Déjenme explicar:
El terremoto obligó al General Anastasio Somoza Debayle a tomar medidas desesperadas, principalmente para recaudar más y mover mejor los pocos recursos que tenía. Entre estas medidas estaba el aumento de impuestos y algunas regulaciones correspondientes al comercio. Estas medidas afectaron al gran capital. Los capitalistas jamás olvidaron eso y apoyaron al Frente con sus cierres patronales. Aunque algunos mantenían rencillas desde hacía rato.
Pero al gran capital lo veremos luego. Ahora, el General no era el hombre más querido en la Nicaragua de 1972, eso lo sabemos todos los que nos bachilleramos bajo la tutela del MINED y no conversamos regularmente con los viejitos, pero hace falta ser un poco desgraciado para contrariarle en un momento como el que pasaba Nicaragua después de la tragedia del ’72, cuando Managua quedó vuelta escombros y veinte mil vidas se apagaron en menos de un minuto. El Dr. Agüero, miembro de la junta de gobierno y militante «conservador», sí que se portó como un desgraciado, al menos así lo cuenta Anastasio en el primer capítulo de su libro (p. 7-8):
El día siguiente al terremoto, la junta de gobierno se reunió en mi casa y declaró la ley marcial. Hablando en términos generales, cuando un desastre golpea cualquier área o país, la ley marcial es declarada. Esto simplemente implica que el comandante militar del área designada represente la mayor autoridad. Como jefe de las fuerzas armadas, me convertí en la autoridad máxima de la ciudad de Managua. En términos militares, yo era el gobernador. Desafortunadamente, mi designación como gobernador militar fue tardíamente impugnada por el Dr. Fernando Agüero, un miembro del partido político opositor y parte de la junta. Amigos mutuos e incluso miembros del propio partido opositor me dijeron que él simplemente era un envidioso. El Dr. Agüero intentó torpedear todos y cada uno de los movimientos que el gobierno hacía en su esfuerzo para salvar a Managua de la catástrofe. Me pareció extraño que al inicio ofreciese cooperación completa y de la nada fuese en contra de cada movimiento hecho. A lo mejor haya alguna explicación. En aquel tiempo, el Dr. Agüero era muy cercano al Sr. James Cheek de la embajada de EE.UU. Buenas fuentes me advirtieron que Cheek estaba alentando al Dr. Agüero para hostigarme de cualquier modo posible. En un momento donde necesitamos total cooperación, la desunión, encabezada por un individuo en la embajada estadounidense, era lo último que queríamos. Es bien sabido, y salió escrito en varios periódicos, que varios líderes de la oposición vinieron a mí para reconocer que, en momentos de crisis, yo mantuve al país en una pieza. Pensé en el momento -y lo sigo pensando ahora- que la tarea fue monumental. Siento que logré superar el reto y traer orden al caos, esperanza a la desesperación y progreso a los escombros.
Y luego (p. 11):
Mientras tanto, los dime-que-te-diré y las puñaladas por la espalda continuaron. El Dr. Agüero aún se oponía a todo movimiento mío y para entonces estuve seguro de que James Cheek lo estaba estimulando. Este es el mismo James Cheek que, en una ocasión, me urgió derrocar a la Junta de gobierno en un golpe de Estado.
Pero Agüero y el establecimiento «conservador» no fueron los únicos que empezaron a sabotear los intentos de reconstrucción: la Iglesia, los jesuitas en especial, tenían rencores con el General desde antes. Es irónico que la Iglesia fuese luego muy atacada por el Sandinismo. Llámenle justicia.
El General nos habla de la Iglesia en el capítulo uno (p. 11):
Continué teniendo dificultades con los jerarcas de la Iglesia Católica. Esta oposición la dirigía el obispo Obando y Bravo. Irónicamente, el obispo era justo el hombre que quería como vice-presidente del Comité de emergencia. Le invité personalmente a la primera reunión organizativa en mi casa, pero no llegó.
También habla de un incidente interesante (p. 19):
Como mencioné, en el programa de ayuda tuvimos una batalla continua con monseñor Obando y Bravo. Él era obispo de Managua. La controversia inició con la distribución de las provisiones. El obispo quería distribuir los suministros a través de las divisiones parroquiales de la Iglesia Católica. Las divisiones parroquiales no podían servir esta función porque las iglesias estaban destruidas. En lugar de eso, decidimos distribuir todo a través de los recintos electorales donde la gente se conocía entre sí. Este sistema funcionó muy bien.
Conociendo la importancia de la Iglesia y siendo yo mismo de la fe católica, decidí invitar al obispo [Obando y] Bravo a mi oficina para mostrarle un mapa confidencial que revelaba detalles sobre la re-ubicación de la ciudad. Además, le dije que le daría una copia del mapa para que discutiera con su gente y determinara el lugar donde querían sus iglesias. Luego le pregunté qué lugares deseaba y le prometí donar la tierra. Monseñor nunca regresó. Sin embargo, este es el mismo obispo que se mostró muy ansioso por obtener cerca de $400,000 del gobierno de Nicaragua por un solar vacío cerca del palacio nacional, que vendió al gobierno.
Los obstáculos creados por los obispos alcanzaron un punto perturbador. El presidente Nixon desvió una nave con suministros desde Vietnam hasta el Puerto de Corinto. La nave desembarcó en Corinto y yo ordené que los suministros llegasen a Managua por tren. De alguna manera, el obispo de la ciudad de León escuchó sobre los planes. La línea de suministros llevaba al tren a través de León. Bien, el obispo detuvo el tren y dijo: «estos suministros son míos». Entonces ordenó a sus fieles descargar todos y cada uno de los elementos en ese tren. Recuerdo al embajador Shelton, estaba al borde de un ataque. Me dijo: «¡¿qué le vamos a decir al presidente Nixon?!» Le contesté que le dijera la verdad, simplemente:
«Señor Presidente, temo informarle que los suministros que desvió hacia Managua desde Vietnam han sido secuestrados por un obispo católico». Ahora, esto es algo hilarante pero también es algo trágico. Ilustra bien la total falta de cooperación entre la Iglesia católica y el gobierno de Nicaragua. La Iglesia quería hacer su propia cosa.
Y explora los lazos entre revolucionarios y el clero en el capítulo dos (p. 24):
De haber sido yo un dictador, como mis oponentes afirmaban a la prensa internacional, pude haber eliminado este cáncer totalmente. […] Habría significado deshacerme de los sacerdotes jesuitas que predicaban el comunismo. Estos curas buscaban a los jóvenes de las familias de clase alta y los adoctrinaban a la causa izquierdista. Su esfuerzo nunca cesaba. […] Estos sacerdotes enseñaban el comunismo, ellos creían que Jesucristo era un comunista y que sólo encontraríamos paz mundial cuando el mundo fuese todo comunista. Enseñaban que el capitalismo es malo y que todas las cosas materiales deben ser rechazadas. Es notorio que el papa Juan Pablo II se adhería a la tesis de que los sacerdotes deben ser apolíticos y no tienen por qué involucrarse en asuntos concernientes al gobierno.
Esta filosofía religiosa tuvo un impacto considerable en las mentes de nuestros jóvenes, en etapa formativa. Por esto los hijos de las familias exitosas de Nicaragua se volvían contra sus padres. Citando una frase salida de la Guerra de Corea, es una forma de «lavado de cerebro». Un interesante reporte apareció el 11 de julio de 1979, en un número de Accuracy in Media, Inc.; esta es una publicación salida de Washington, D. C. En ese número, AIM citaba al Sr. Robert Moss, que escribe para el London Daily Telegraph; nos dice esto:
Moss reporta que el «embajador itinerante» sandinista, Fr. Ernesto Cardenal, apareció en Teherán el abril pasado, donde mantuvo largas charlas con el ayatolá Khomeini en la Radio Teherán el 8 de abril. Moss nos cuenta que Cardenal habría descrito sus tres meses en Cuba durante 1970 como su «segunda conversión». Estableció una comuna católica en una isla del Lago Nicaragua, que convertiría en una base de reclutamiento sandinista…
Esto es de especial importancia (p. 24-26):
Nosotros sabíamos dónde se posicionaba Cardenal. Sabíamos que no era un mero «poeta filósofo», como decían algunos miembros de la prensa. Sólo era un sacerdote cuya filosofía política estaba expuesta a un limitado número de persona, la mayoría trabajando bajo la sombra del sacerdocio para conducir sus actividades subversivas sin exposición al escrutinio público.
No puedo enfatizar lo suficiente el rol que los sacerdotes comunistas jugaron en el auge del movimiento sandinista. Repito que la influencia ejercida sobre sus jóvenes estudiantes era mucho mayor de lo que alguien ajeno al asunto podría comprender. La cita del señor Moss es reveladora de otro modo. Nos muestra la relación entre los sandinistas y el ayatolá Khomeini.
En Nicaragua hubo muchos sacerdotes que activamente se opusieron a nuestro gobierno y continuamente me pintaban como una especie de mounstro. Un núcleo considerable de estos curas venía de los Estados Unidos y España. Parecían, en general, mucho más dedicados a la causa comunista que los sacerdotes locales. Naturalmente, yo sabía quiénes eran estos hombres y supe lo que estaban enseñando. Por supuesto, teníamos la inteligencia, en cualquier momento pude haber dado los nombres de los sacerdotes que me querían muerto y al gobierno en manos de comunistas.
De haber sido un dictador, como Fidel Castro o los líderes de cualquier país controlado por los soviéticos, estos curas habrían acabado desaparecidos o liquidados. Después de todo, eran verdaderamente subversivos y abogaban por el derrocamiento del gobierno. Yo siempre he sido creyente en la libertad de religión e incluso cuando estos sacerdotes errados buscaron destruirme, yo escogí no imponer ninguna sanción sobre ellos. En vez de eso, traté de monitorear sus actividades y coartar, lo más posible, su influencia.
De haber tomado una actitud hostil contra este segmento de la Iglesia católica, puedo imaginarme la apresurada represalia de la prensa internacional: SOMOZA NIEGA LA LIBERTAD RELIGIOSA EN NICARAGUA, o DICTADOR SOMOZA PATEA A SACERDOTES EN LOS DIENTES. Así habrían rezado muchos titulares. Automáticamente, la opinión internacional habría ido en contra del gobierno de Nicaragua y yo habría sido el diablo con cuernos. Con sólo un lado de la historia, el Vaticano se tornaría receloso, el congreso de los Estados Unidos me habría denunciado y la condena global acaecido sobre mi persona desde todas partes del mundo. Es irónico, pero literalmente miles de fieles católicos en la Nicaragua de hoy desearían que hubiese tomado esas medidas.
Y para terminar, teniendo a nuestros sacerdotes, sólo falta la Catedral (p. 26):
Encontré oposición considerable de ciertos miembros del personal de las universidades, así como de sus estudiantes. Ellos se oponían a mí, a mi gobierno y al sistema de la libre empresa. La universidad era un burdel de actividad comunista y el adoctrinamiento izquierdista era el modus vivendi en el campus.
Tengamos en cuenta que Anastasio II fue educado en Estados Unidos y no dudo que en verdad creía en el liberalismo. Estar en contacto con la política de un país tercermundista, sin embargo, evita que uno pueda imponer enteramente su sistema de libertad absoluta. Además, hablamos de los setenta; era imposible que la Nicaragua de Anastasio fuese más liberal que conservadora y que su administración fuese cien por ciento libertaria.
Fue lo suficientemente liberal, sin embargo, como para que ciertos grupos pudiesen llevar acabo sus actividades subversivas con el conocimiento del gobierno y con su intervención nula. Asumo que por eso el sandinista habla de medidas de seguridad básicas para cualquier Estado lidiando con un problema de guerrillas como represión brutal; la verdad es que Somoza fue demasiado clemente con esta gente y en parte podemos culparlo por habernos metido en este embrollo.
No tenemos que culparlo, sí, ya que él mismo lo admite (p. 29, ya veo por qué el MINED no nos manda a leer esto):
Las noticias mostraban una Nicaragua controlada, una Nicaragua suprimida, una Nicaragua sin libertades. Qué extraña era esta imagen siendo expuesta. Si alguna cosa precipitó el colosal predicamento en el cual el gobierno de Nicaragua luego se encontraría, fue un exceso de libertades. Por este exceso, tomo total responsabilidad.
Uno pensaría que en esta Nicaragua liberal-conservadora los capitalistas estarían generalmente del lado del Estado que los defiende, que no irían en contra de la mano que los protege de los idealistas, fanáticos yendo en contra de la mera base de la sociedad: la propiedad privada. Subversivos los llamaba el General. Y así fue, con altos y bajos.
Los marxistas tienen razón sobre los capitalistas en unas cuantas cosas, sí, y una de ellas es que estos son egoístas. Esto no es necesariamente malo en situaciones normales. Al final, los liberales saben una o dos cosas sobre economía y dejando a los empresarios hacer lo suyo sin molestar es generalmente una buena manera de aumentar el PIB.
Pero hay más cosas en la vida que el PIB, más cuando a la capital de tu país la destroza un terremoto y hay gente muriendo bajo escombros. Por muy libertario anarco-capitalista que seás, el Estado tiene que actuar y vos tenés que cooperar sin quejarte. Simplemente es lo correcto, no creo que querás argumentar lo contrario.
El Estado nicaragüense tenía que actuar con urgencia, recaudar lo más que pudiera y trabajar con los hombres que tuviese a la mano, sin importar su pureza moral o a qué partido jurasen lealtad. Como ya vimos, esa no fue la actitud de la mayoría de políticos y tampoco los altos mandos de la Iglesia se mostraron muy diligentes. ¿Cómo reaccionaron los empresarios? Leamos (p. 16-17):
Para propósitos de reconstrucción, los EE. UU. estaban dispuestos a hacer un fondo de igualación con Nicaragua. Pero uno debe entender que, en ese momento, Nicaragua no tenía fondos extra. Al momento, el embajador Williams, el ya mencionado Shelton y yo tuvimos una reunión para determinar cómo Nicaragua lograría recaudar los fondos necesarios. Llegamos a una solución, una que no me gustaba del todo. Sin embargo, era la única forma de obtener el dinero. Este plan requería que el Estado nicaragüense impusiera una exacción del 10% al impuesto por exportación, F. O. B., a todas las exportaciones de Nicaragua. Hubo pocas excepciones, como las bananas, pero considero importante recalcar que no hubo una sola excepción en alguna cosa producida por los negocios de la familia Somoza. Como resultado de este plan, el gobierno de Nicaragua recaudó aproximadamente treinta millones de dólares al año.
Debe reconocerse que el plan de exportaciones era, políticamente, un proyecto poco popular. Miembros de mi propio partido trataron de persuadirme de que esta acción pondría contra mí a todos los empresarios. Naturalmente, tal impuesto tenía que ser aprobado por el Congreso, cosa poco fácil de lograr. En mi opinión, tomó mucho coraje político recomendar y abogar por esta medida. Ninguna de mis decisiones fue sencilla y ciertamente este impuesto fue una política difícil de tomar. Muchos de los empresarios que luego se pondrían en mi contra no pudieron entender que Nicaragua necesitaba dinero, ¡lo necesitaba rápido!
En un momento donde el país necesitaba unidad y cooperación absoluta, todos daban la espalda al General. Estados Unidos, con todos los males que resultan de ser colonia suya, tuvo más diligencia y buena fe que los opositores nicaragüenses, los capitalistas y que la propia Iglesia:
Recuerdo que en la misma noche del terremoto, el embajador de los EE.UU., Turner Shelton, laboriosamente llegó hasta mi casa. Él y yo discutimos las alternativas. Acordamos que un mensaje de dolor tenía que enviarse a todo el mundo. En aquel tiempo, Nicaragua era gobernada por una junta de tres hombres. El embajador y yo estuvimos de acuerdo en que la junta tenía que enviar el mensaje. Sin embargo, era imposible localizar a la junta entera. Yo, como líder de las fuerzas armadas, sentí pertinente asumir la responsabilidad de enviar tan urgente mensaje. Recuerdo haberlo escrito sobre el maletero de mi carro. La embajada de EE.UU. tenía un equipo estratégico de radio que operaba con una licencia de cortesía dada a la Guardia Nacional de Nicaragua. El mensaje fue hacia toda América Central y los Estados Unidos. Pedí a los Estados Unidos reenviar el mensaje a otros gobiernos.
La respuesta fue inmediata. Nicaragua siempre estará agradecida por la ayuda que vino de tantos países, particularmente de los Estados Unidos de América. Sin los insumos médicos, la comida y la ropa, muchas más personas habrían perecido. Envío especial gratitud a las naciones que respondieron a nuestro llamado de ayuda. Es lamentable que estos actos de amabilidad y generosidad serían luego ensombrecidos por falsas acusaciones concernientes a la distribución de la tan necesitada ayuda que vino a Nicaragua. (p. 6)
El embajador de los Estados Unidos, Turner Shelton, había informado al presidente Nixon del tamaño de la catástrofe. Nixon estaba consciente de nuestra grave situación. Nos mandó hospitales portátiles de la fuerza aérea, y uno enorme de doscientas camas desde Fort Hood, Texas. Francia envió un hospital portátil de veinticinco camas. En conjunto con este esfuerzo, todo tipo de medicamentos fueron enviados. Tal asistencia médica indica que incontables vidas fueron salvadas. No tomó mucho para reestablecer nuestro sistema de comunicaciones. En poco tiempo, nos pudimos comunicar con el resto del mundo y la red montada probó ser invaluable. Un teléfono de campo fue instalado en mi garaje. Con este sistema, yo era capaz de llamar a casi cualquier lugar del mundo. La importancia de dichas comunicaciones fue esclarecida cuando el embajador Shelton me informó que el presidente Nixon me llamaría el 24 de diciembre. Yo tenía un gran respeto por Nixon y me enorgullecí de saber que llamaría, aunque yo no fuese cabeza de Estado. Me consideré su amigo. Fui su invitado a la Casa blanca en 1971, cuando asistí a la celebración del 25 aniversario de graduación de mi clase en West Point. (p. 14-15)
Cuando las condiciones se estabilizaron algo más, los Estados Unidos enviaron a Nicaragua un equipo para evaluar el plan de reconstrucción total. El equipo lo encabezó el embajador Williams y seguido a su viaje, un reporte entero de sus hallazgos se le entregó al presidente Nixon. Esto ocurrió a inicios de 1973. (p. 16)
Los Estados Unidos dedicaron once millones de dólares para la construcción de once mil casas. Teníamos la tierra en la que esas casas se construyeron. En ese aspecto, fuimos suertudos de haber comprado la tierra con antelación ya que incluso la tierra expedida para uso público hubiese tomado tres meses en poder ser utilizada. (p. 17)
Nuestro esfuerzo de reconstrucción fue significativo y eso lo atestigua el hecho de que el secretario de estado de EE.UU., William Rogers, vino a Managua a la puesta de la piedra angular del primer hospital de Managua construido con fondos del AID.
Es notorio que, mientras el secretario Rogers estuvo en Managua, reconoció al embajador Turner Shelton por su galante servicio a la gente de Nicaragua. Era un honor bien recibido. Pocos estadounidenses saben de la contribución que este hombre hizo a nuestro país. Los izquierdistas en el departamento de estado de EE.UU. hicieron un buen trabajo cubriendo el maravilloso desempeño de Turner Shelton. Lo considero un amigo personal y, fuera de dudas, un amigo de la gente de Nicaragua. A lo mejor esa es la razón por la que fue tan criticado por la prensa estadounidense. (p. 18)
No es que ame a los Estados Unidos, al final ellos son también culpables de lo que pasó acá (de manera directa e indirecta). Fueron incapaces de cumplir sus deberes como hegemón (no es que en efecto nos debieran algo, aunque el honor existe, ¿saben?), pero nos ayudaron muchísimo y fue precisamente por eso que su traición dolió más:
Cuando la hora decisiva [de Somoza] llegó y su leal Guardia Nacional era presionada desde todas direcciones por las fuerzas superiores, entrenadas por comunistas, los Estados Unidos no cumplieron con sus tratados existentes con Nicaragua. Hay evidencia de que los Estados Unidos inclusive contribuyeron a su caída. (Jack Cox’s Foreword)
Si llegaste hasta acá, seguro que te preguntarás: ¿Y el tal Somoza qué hacía en todo esto? A mí me dijeron mis profesores sandinistas del MINED que él se robó la ayuda internacional y se bebió la sangre donada y mandó a matar bebés mientras torturaba la Guardia a las pobres almas que sólo querían libertad hasta que los agarraron baleando gente y los apresaron injustamente. ¿Cómo podés defender a este mounstro? Facho de mierda.
Bueno, no sé realmente si el General hizo todo eso. A lo mejor sí, a lo mejor no, pero, ¿no te parece algo sesgado irnos por una sola versión de la historia?, ¿no tiene derecho el hombre a defenderse?, ¿por qué tus profesores del MINED no te mandaron a leer Nicaragua Betrayed para refutarlo después con sus mejores argumentos y evidencias sacadas de los mejores libros sandinistas, totalmente imparciales? Preguntémonos eso.
Al menos yo sí voy a dejar que se defienda (p. 6-8):
Algunos elementos en la prensa estadounidense, Viron Vaky, asistente del secretario de estado para asuntos inter-americanos y mis oponentes políticos en Nicaragua, afirmaban que la ayuda internacional fue explotada para mi ganancia personal. Nada pudo estar más alejado de la verdad. Para verificar la justa distribución de toda la asistencia enviada a Nicaragua, dirijo al lector a una declaración hecha ante el U.S. House Subcommittee on International Development. Esta coyuntura de representantes fue ensamblada con el propósito de investigar la supuesta malversación de la asistencia económica en Nicaragua.
El 9 de marzo de 1978, Terence Todman, el subsecretario de estado para asuntos del hemisferio occidental, testificó ante el subcomité de investigación. Dijo: «Desde el terremoto de 1972, 28 auditorías mayores, dos inspecciones del personal del congreso y un reporte sobre las actividades de reconstrucción, hecho por la Oficina de Responsabilidad Gubernamental, han sido completados. Estamos felices de anunciar que ningún desvío de fondos o malversación de asistencia oficial de los Estados Unidos ha sido detectada por estos reportes». Ahora, Viron Vaky también trabajaba para el departamento de estado. ¿Quién decía la verdad, entonces? Al ser cuestionados al respecto, el departamento de estado tenía que contestar. Su respuesta fue la siguiente: «El subsecretario Todman estuvo hablando sobre los resultados de la investigación específica del GAO y otras auditorías relacionadas a los fondos de ayuda de los Estados Unidos. Ninguna investigación o auditoría reveló desvío o malversación de los fondos estadounidenses.» Ahí lo tienen, en blanco y negro. Pero hasta este día hay quienes, desde altos puestos, me acusan falsamente. No puedo evitar preguntarme, ¿qué otras operaciones de auxilio alrededor del mundo han sido investigadas veintiocho veces? Para ser exactos, el mundo sabía que Viron Vaky mentía.
Con respecto a la corrupción de sus oficiales (p. 13-14):
Debo reconocer que sí hubo saqueos de parte de un par de oficiales del ejército. No es mi intención retratar a mis oficiales y hombres como santos. Algunos utilizaron esta desastrosa situación para su ganancia personal. Puedo recordar un incidente en el cual llegó a mí la información de que cuatro oficiales de alto rango fueron vistos saqueando un edificio. Confrontado con la evidencia, todos admitieron su culpa. Todos fueron dados de baja del ejército, a pesar de que hubo circunstancias mitigantes; sentí que esa acción era necesaria.
Los cuatro oficiales removían bienes de un edificio en llamas, abandonado por sus dueños. Su argumento, y era uno válido, fue que todo en esas tiendas acabaría quemado de todos modos, así que no estaban saqueando realmente. Sin embargo, mi orden se mantuvo. La mercancía recuperada acabó en manos de sus dueños legítimos.
Y unos cuántos detallitos:
Para la evacuación, decidí usar los cuarteles de mi partido político, el Partido Liberal Nacionalista. Pedí a la buena gente de Managua que viniera con cada camión y bus que sirviera, para así evacuar a unas 350 000 personas. Teníamos la autoridad para expropiar tantos camiones como quisiéramos, pero no hizo falta. El verdadero carácter de nuestra gente una vez más se evidenciaba. Logramos juntar cerca de dos mil camiones y buses, todos privados. Para la evacuación, designamos tres rutas para salir de Managua: una al este, una al oeste y otra al sur.
Ahora, la cuestión era, ¿dónde vamos a meter a toda esta gente? Sabía que muchos de los residentes de Managua venían del resto del país y que cada familia tenía parientes en su particular lugar de origen; los envié con sus parientes. Completamos la evacuación en dos días. Esta fue la gente que no tenía medios de transporte, miles otros salieron en sus propios vehículos. Debo resaltar que aquellos sin parientes fueron puestos en escuelas de primaria y secundaria al llegar a su destino, todos con comida y refugio dados por las ayudas; estábamos alimentando a 650 000 personas (p. 9-10)
Al pensar en la ayuda, recuerdo sorprenderme al ver la lista de países que enviaron asistencia. Esta es una de las razones por la cual me cuesta entender el porqué detrás de la traición de Estados Unidos hacia Nicaragua. Recibimos ayuda de Rusia, la China comunista, Corea del norte, Vietnam del sur, Cuba, la China nacionalista, países de Europa oriental, Libia, Irán, Israel, Japón y muchos otros países. Incluso recibimos una donación de una mina de oro. La mina de oro se llamaba Compañía Minera del Septentrión y de ellos recibimos $150 000. Un día faltó la carne y yo personalmente doné cuatrocientos novillos. (p. 12)
Una de mis prioridades fue reconstruir todas las escuelas. Con los fondos obtenidos del AID y el Banco mundial, fuimos capaces de reconstruir todos los salones de clases en un año, esto evitó que los niños de Managua perdieran el año escolar, algo de gran importancia para mí. Con virtualmente todos los negocios destruidos, el desempleo era un problema serio. Nuestra gente tenía que trabajar. Por eso creé el Cuerpo de reconstrucción civil. En su punto álgido, el Cuerpo empleaba 3 500 hombres. Esencialmente, su trabajo era limpiar los escombros, separar maderas utilizables para apilarlas y recoger todo metal que pudiese ser reciclado. Este grupo sirvió bien y, lo que es más importante, tenían trabajo.
Como es usual, sin embargo, fui criticado. Esta vez el criticismo venía de la comunidad internacional. Había cargos de que estos hombres formarían la base de un ejército privado a mi servicio. Tales cargos recibieron más que un poco de atención y como resultado de las acusaciones, el senador Mark Hatfield de Óregon y el senador Lawton Chiles de Florida vinieron a Nicaragua a investigar. Revisaron el programa y hablaron con los hombres; completaron una investigación meticulosa. Cuando su tarea acabó, tuvimos una reunión. Recuerdo al senador Hatfield diciendo que había oído mucho sobre los Somoza, pero, me dijo: «realmente es muy distinto oír sobre ellos que hablar cara a cara». Luego añadió: «Ahora ya sé lo que ustedes están haciendo acá». Sobra decir que el Cuerpo de reconstrucción realizó una función más que necesaria para el país. (p. 15)
Es de notar que luego del terremoto, y por un tiempo considerable, un área vital que requeriría atención urgente, supervisión y dirección era el área de cuidados médicos. Por cuidados médicos me refiero a hospitalización, insumos médicos, cuidado a los enfermos y heridos; comida para los desahuciados. Mi esposa, Sra. Hope de Somoza, dirigió enteramente este esfuerzo de manera gratuita. De día o de noche, ella estaba en medio de aquel gigantesco esfuerzo. Ella felizmente dio su tiempo y su energía. Sé que parte de su vida aún puede sentirse en Managua. Dio tanto a tanta gente. (p.18)
Y estos son sólo los primeros dos capítulos.
Pero dejando el libro a un lado (ya después podrán leerlo ustedes), esta falta de comunión entre los distintos grupos de la sociedad nicaragüense puede atribuirse a muchos factores, pero considero que lo importante, primero que nada, es acusar a los culpables, aunque esto nos pueda parecer incómodo:
El gran capital traicionó a Nicaragua, con sus cierres patronales que echaron a perder tres décadas de crecimiento económico en un tiempo de crisis y por su falta de voluntad en uno de los momentos más oscuros de la nación; la Iglesia traicionó a Nicaragua, con su adoctrinamiento jesuita, su falta de cristianismo, con su ataque hacia el orden terrenal establecido, una actitud anti-bíblica (Romanos 13:1) y eso lo veo yo aún siendo ateo; los políticos «conservadores» traicionaron a Nicaragua, con su constante oposición a la figura más derechista en la historia reciente de Nicaragua, su oportunismo y su apologética a la guerrilla. Realmente, los sandinistas sólo vinieron a movilizar esta serie de traiciones, fueron a dar la puñalada final al César y a pesar de que Brutus fue otro (EE.UU.), esto es más culpa de aquel que confió ciegamente en él. No fueron los bárbaros los que abrieron las puertas.
¿Cómo debemos reaccionar a esto? Supongo que no es posible ya. Los que cometieron esa traición están muertos o por morir, pero las consecuencias siguen. A veces pienso que este país es inviable, pero no quiero pensar eso, me gusta demasiado. Es cierto que acá nunca nos hemos llevado entre nosotros, conservadores y liberales se vienen matando desde antes de existir el país como tal, pero los liberales ya se habían hecho con el poder (importa poco cómo lo lograron) y las cosas iban bien. Cuando ocurrió el terremoto, en vez de cooperar con la autoridad que venía manejando en buenos términos el país, los conservadores pensaron que tenían la oportunidad de retomar el poder; la Iglesia, contaminada por el pensamiento de izquierdas, vio la oportunidad de intentar traer el cielo a la tierra y los empresarios guardaron rencores injustificados. Los medios atendían a intereses extranjeros. Pero sin el sandinismo (la influencia externa en cuestión, nuestro proceso leninista), esta división no hubiese sido tan letal, habría quedado en las partes más bajas de la oposición o desembocado en un cambio de poder como parte de nuestro ciclo bi-partidista. Ya sabemos cómo pasó todo.
Ahora hablemos de soluciones, aunque en términos algo vagos, porque yo no veo ninguna solución concreta al desastre que, ya pronto, cumple cuarenta años de su clímax.
Al final Somoza está muerto, no importa cuánto se empeñen algunos en querer desenterrarlo para justificar la implementación de un modelo socialista. No es hora, sí, de enemistar a los trabajadores con sus patrones, tampoco es hora de que las mujeres se crean hombres y empiecen a pedir nuestros puestos. Es hora de crear unidad, de sacrificar cosas por el bien de la nación; hace falta salir del capitalismo tanto como del comunismo y poner, por fin, a Nicaragua en el centro. «Nicaragua primero», si se vale decir tal cosa.
Y es que no necesariamente estoy en contra de los mercados libres o de la libre empresa, pero ha sido dentro de este «respeto» que ciertos agentes han contribuido a la ruina nacional. Irónicamente, esta actitud acaba cerrando los mercados y prohibiendo la libre empresa, así como mandando a la economía al carajo. Pasa lo mismo con la libertad de expresión. Uno entiende por qué el General, aunque liberal, tuvo que «ensuciarse las manos» regulando y «reprimiendo»; me estaría repitiendo si digo que no hizo lo suficiente.
A los liberales que me leen -que son muchos, y aprecio la presencia que hacen- sólo les digo que debemos tener estándares, sancionar lo que amerite ser sancionado, reprimir lo que tenga que reprimirse, salvaguardar a la nación y no sólo su PIB; regular si hace falta, desregular si no, reconciliar al peón con el terrateniente y al hombre con la mujer. Cercenar todo tipo de influencia intelectual extranjera -fuera de las CTIM- hasta donde se pueda: cero estudios de género, cero pseudociencia sociológica, cero escatología del cambio climático, cero creacionismo secular (uniformidad biológica humana) y demás locuras. Si vamos en serio con este proceso, uno se dará cuenta que, después de esto, las cosas andan mucho mejor de lo que andarían si tratamos de liberalizar todo de una. La «libertad» es más la consecuencia de un proceso que un mecanismo independiente. Podemos llamar a ese proceso civilización.
Hace falta, igualmente, refundar la fe y limpiarla de influencias nocivas, darle un lugar formal en el Estado, sin entregárselo del todo (¡trono y altar, el modelo a tomar!); acaso hará falta inventarse una narrativa del vaticano usurpado por jesuitas, pero creo que muchos de nuestros mejores músicos y poetas han hecho un buen trabajo en la tarea de «nicaragüizar» el cristianismo. Hay que considerar darle mejor dirección a eso. Sólo es una opción.
Tocará revertir todo el daño que hicieron once años de comunismo, diecisiete de liberalismo y doce de socialismo. Yo no abogo acá por ninguno de esos sistemas, yo abogo por el bienestar de nuestro país, por las formas de gobierno bajo las cuales mejor funcionamos, las que aparecen recurrentemente en nuestra historia. ¿Por qué tenemos que gobernarnos como griegos, sajones o franceses si acá no somos nada de eso? El cacique Nicarao no era aliado feminista deconstruido, Pedro Arias Dávila no votó por la gran doña Isabel (y le sirvió excepcionalmente), José Santos Zelaya no convocó a elecciones cuando cimentó nuestro Estado moderno y el granero de Centroamérica no se construyó bajo la dictadura del proletariado.
Para nosotros los nacionalistas, al menos, es necesario un centro que defina cómo se organizará nuestro país, un significador, y respaldarle, entender que es humano y que quitarlo por un par de fallos sin entender todo lo que está detrás sólo nos asegura un gobierno sanguinario y menos competente. Hay que dejar gobernar de vez en cuando. La historia, no sólo de mi país, sino la del mundo entero, no me deja mentir.
Considero que hemos tenido ya suficiente de «instituciones» sin cara que venden hasta la dignidad, que roban; suficiente de líderes mediocres, comandantes que no comandan y sólo perpetúan masacres, sin virtud que compense sus incontables fallos. A lo mejor necesitamos un líder carlyleano, uno de esos reyes que alguna vez gobernó y nos dio esperanza, nos permitió vivir tranquilamente bajo la sombra de nuestros ancestros, esos valores a los que hoy echa tierra nuestra juventud.
Tal vez necesitemos un Somoza, pero más que un Somoza a la vez: alguien que nos movilice bajo nuestra propia bandera, sin fe ciega en el norte ni en el este ni en el sur, que mire hacia su tierra y hacia su sangre mezclada antes de actuar, de modo que haya menos injusticias (porque sí las hubo bajo el somocismo, pero mucho más bajo el mando de sus enemigos) y, sobre todo, alguien que nos hermane de una vez por todas. Espero y sepamos apreciarlo una vez lo tengamos ante nosotros.
En resumen: hace falta una autoridad coherente, pero, ¿dónde se esconde el Cincinato nica?, ¿estará leyendo esta entrada?
Dónde se puede leer el libro completo?
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Se encuentra (en inglés) en el Internet Archive: https://archive.org/details/nicaraguabetraye00somo
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Los pueblos centroamericanos hemos sido un experimento del imperialismo, doctrina que realmente no ha desaparecido, leí este libro cuando era adolescente, ahora lo he vuelta ha leer con la responsabilidad que nos da el conocimiento. y la objetivad mejor dicho la verdad oculta, siempre indigna.
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