Discurso pronunciado en septiembre de 1968 por el entonces ministro de educación pública Roberto Sacasa Guerrero, publicado un mes después por la Revista conservadora del pensamiento centroamericano.
Hace un año, justamente en este mismo sitio de amplio acogimiento democrático, prometisteis amar y defender a Nicaragua.
En espectáculo más que conmovedor, en medio de banderas desplegadas, se oyó el eco de un sí multiplicado por millares de voces juveniles y esparcido por el viento a través de todo el territorio nacional.
Levantasteis la mano conque escribís vuestras tareas cotidianas, y atentos a la mano firme del Presidente de la República, General de división Anastasio Somoza Debayle, que con acierto dirige al gobierno y guía a la nación, prometisteis empeñaros en forjar una Patria grande y poderosa, plena de luz y de esperanza.
Prometisteis, como inquebrantable norma, cumplir vuestro deber, estudiando todos los días, con verdadero ahinco, aquellas disciplinas que ayudan a conformar vuestro espíritu y a determinar los factores indispensables para desarrollar con dignidad, así como reconocer el valor y la perennidad de los próceres que—luchando hasta morir—nos legaron una nación libre, soberana e independiente
No debe asombraros la sistematización de este acto cívico que, si año con año se realiza, es porque su repetición implica una devoción y un aprendizaje, una obligación con la Patria, un deber con la propia cultura y un compromiso con la nacionalidad.
Así se manifiesta el verdadero espíritu religioso de un pueblo que, firme en su fe cristiana y religado en creencias, mitos y costumbres, revive el gesto heroico de sus emancipadores, para constituir una amalgama que es el fundamento de la nicaragüeidad.
Recuerdo que en el vibrante discurso que el Presidente Somoza Debayle en aquel acto pronunciara, dijo, al recordar uno de los episodios más brillantes de nuestra historia, que «en San Jacinto, un conspicuo nicaragüense que amaba a su Patria, Andrés Castro, campesino como lo somos todos en Nicaragua, en el momento decisivo recurrió precisamente a lo que nosotros debemos amar más, a nuestra tierra», y tomando un pedazo endurecido de ella, lo convirtió en instrumento de salvación del país.
Recalcó así el Presidente la importancia fundamental de la tierra en los destinos de Nicaragua, y por eso su empeño en que los Programas Educativos sean sustancialmente modificados para incorporar entre las materias de estudio las que enseñan el cultivo de la tierra y su defensa, aprovechamiento y cuidado, ya que siendo la agricultura la fuente principal de producción del país, la educación servirá como camino práctico de capacitar a cada nicaragüense para que, sin perjuicio de su ilustración general, humanística y culturizadora, pueda participar más adecuadamente en el proceso productivo, con mayor utilidad para él mismo, para su familia y para la Nación.
Si conquistamos la libertad en San Jacinto y si de la tierra extraemos el sustento; si al agro le debemos, pues, la libertad y la vida, ¿cómo no incorporar su culto en nuestros Programas de Estudios, para devolverle en la paz lo que los abuelos no pudieron darle por causa de las guerras?
Y al veros marchar ahora con penachos blancos y azules, entre himnos y tambores, no he podido evitar algunas reflexiones alrededor del acontecimiento histórico del 14 de septiembre, sin duda el más respetable que poseemos.
Se encontraba en San Jacinto el coronel José Dolores Estrada, en cumplimiento de una misión de observación y abastecimiento que le había encomendado el entonces General en Jefe del Ejército libertador de la república, don Fernando Chamorro, ciudadano de resplandecientes virtudes. Componían la tropa del valeroso coronel Estrada—que después fuera ascendido—ciento sesenta hombres mal armados, divididos en tres compañías ligeras, comandadas respectivamente por los capitanes Liberato Cisne, Francisco Sacasa y Francisco de Dios Avilés.
Y al amanecer del catorce fueron atacados por una fuerza expedicionaria dirigida por el socio de Walker, Byron Cole, llevando oficiales como el Mayor J., C’Neal, Wiley Marshall, los capitanes Watkins, Lewis y Morris, los Tenientes Brady, Connor, Crowel, Hatchins, Kiel, Reader Milhingan y Sherman, todos veteranos de gran experiencia bélica, y trescientos hombres magníficamente equipados.
Después de cuatro horas de lucha tan desigual, en que muchos de los nuestros sucumbieron, pero también demostraron gran arrojo e intrepidez, los invasores huyeron derrotados por nuestra capacidad de resistencia, sorprendidos del valor nicaragüense, engañados por ciertas felices coincidencias, y al ser perseguidos con tal empeño que Francisco Gómez cayó muerto en la carrera de alcanzarlos, unos fueron aprehendidos y otros aniquilados.
La gesta de San Jacinto—que demostró la vulnerabilidad de quienes quisieron esclavizar al país—robusteció el noble afán de los nicaragüenses, que, unidos, apartando la mezquindad de las luchas internas y con el oportuno respaldo de los Generales Juan Rafael Mora, Santos Guardiola, Mariano Paredes, Ramón Belloso, Florando Zatruch y de Juan Santamaría y otros generosos hermanos de Centro América, lograron arrojar del suelo patrio a los invasores.
Mas no olvidemos la dura experiencia a que nos condujo el empecinamiento en mantenerse en el poder los unos y en recurrir los otros—por quitárselo—a una lucha con ayuda de extraños y, aprovechando esa lección, empeñémonos en que nunca vuelvan a aquel nivel pasional nuestras diferencias políticas, que si bien han de existir en un plan de emulación provechoso al país, deben mantenerse o la altura del civismo y del amor a la Patria, para dilucidarse mediante el cabal respeto a los derechos de todos, por los conductos que consagra la democracia.
Cumpliendo cada quien con su deber, respetando las opiniones ajenas, garantizando el ejercicio de la libertad ciudadana y procurando a cada instante la justicia social, como normas fundamentales en los esfuerzos para el desarrollo, debemos preservar la paz, que es el ambiente indispensable para que fructifiquen las semillas y el pan nuestro de cada día se haga realidad. Sólo en la paz se construyen edificios, puentes y carreteras. Sólo en la paz funcionan las escuelas. No puede haber educación ni progreso en tiempo de guerra o de intranquilidad. El adelanto de los pueblos necesita la paz, como el estudio necesita el sosiego. El campesino que tuviera que manejar el rifle, no tiene tiempo de empujar el arado. La juventud que piensa en guerrillas, no tiene tiempo de estudiar.
Aprovechando esta bendita paz, los nicaragüenses hemos podido volver al campo, en busca de trabajo y vida. Hemos entrado a la manigua, a transformarla para hacerla producir. E identificada con el pueblo, la Guardia Nacional ha podido convertir los rifles en taladros para abrir pozos que rieguen las tierras de nuestros campesinos, y con los tanques de guerra abrir caminos para facilitarles la salida de sus cosechas; y en vez de levantar fortalezas, ayudar a construir escuelas rurales, qua llevan a los sectores más apartados los adelantos de la civilización.
En ocasión de estos días patrios, quisiera poder ir con vosotros, jóvenes estudiantes, a la hacienda San Jacinto, por los intrincados senderos que Patricio Centeno y los caballos de la remonta recorrieron, para aparecer a la retaguardia de los invasores; mas ahora los encontraremos cruzados de anchos caminos y bordeados de hatos y obras de progreso. Quisiera reconocer en el llano de Ostocal las piedras que tocara Andrés Castro, y emplearlas para dar vigor a las fundaciones o basamentos de las muchas escuelas que se están levantando por todo el territorio nacional.
Recordar, entre San Benito y San lldefonso, el sometimiento y la muerte del contratista que trajera a Walker y sus bucaneros, el poderoso Byron Cole, como ejemplo de la fuerza que se logra con la unión, y contemplar ahora en San Benito mismo el ejemplo vivo de una colonia agraria de familias que laboran unidas con el apoyo de un Gobierno que pone en práctica sus principios de justicia social. Podríamos ir en mente con el campesino a la guerra y volver realmente con el campesino en la paz.
Tal como lo ha advertido el Presidente General Somoza Debayle, tenemos que persistir en las actividades del agro, que constituyen nuestro medio de subsistencia y nuestra esperanza de desarrollar. Por la agricultura nos alimentamos, por ella es que vivimos y por ella también es que adelantamos. De ella dependen las oportunidades de trabajo, el nivel de los salarios, las condiciones de vida de la población, la posibilidad de nuestros gobiernos para realizar obras de progreso, y hasta la independencia económica de nuestra nación.
De allí que la reforma pedagógica que él ha iniciado, tiene los carácteres de una revolución social, pues su empeño en que la educación y todas las actividades converjan a lograr una mayor y más eficiente producción agrícola, constituye una empresa de redención nacional.
Volvamos, pues, al campo, en donde los nicaragüenses reconquistamos la libertad en 1856. Por algo fue en una hacienda en donde se reafirmó el predominio de nuestra nacionalidad.
Por algo nuestros más heroicos combatientes: el capitán Liberato Cisne, los tenientes Miguel Vélez y Manuel Marenco, el sargento Macedonio García, el soldado Espiridión Galeano—por sólo mencionar a cinco de los que cita el parte que el coronel Estrada enviara a su superior, el General Fernando Chamorro—y el capitán Francisco Sacasa, el teniente Salvador Bolaños, los subtenientes Ignacio Jarquín, Francisco López «el Blanco» y Dolores Chiquitín, que no pudieron gozar la victoria porque, al morir en combate, pasaron a la gloria; no provenían de una sola clase social, sino que, amalgamados por un común ideal, insurgieron de todos los estrados, sensibles al deber y al dolor ciudadanos.
Por algo el General José Dolores Estrada, héroe y patriota, pasa de descollante guerrero a sencillo agricultor de provincia.
Por eso, ahora que el Presidente Somoza Debayle ha proclamado este año como el de la eficiencia agrícola, todos los nicaragüenses debemos hacer lo que nos corresponde y secundarle con entusiasmo, los estudiantes estudiando, los empresarios invirtiendo, los trabajadores labrando, para coadyuvar al éxito de sus propósitos, que son los de lograr mayor producción para hacer avanzar al país.
Y así, cumpliendo con el diario deber, y contribuyendo a esos objetivos, honraremos también a la Patria, cuya libertad, obtenida en 1821 y reconquistada en 1856, debemos reafirmar a cada instante, con el trabajo honesto y a conciencia.
Por eso, con toda razón se ha incorporado en esta ceremonia el reconocimiento que a la patriótica labor de los Maestros nicaragüenses, hace el gobierno de la república, al condecorar anualmente a quienes de su propio seno resultan escogidos, por mejores en los tres niveles de la educación nacional, como los más apropiados para representarles.
El Dr. Evenor Taboada Martín: Perteneciente a una familia de notables y talentosos profesionales que se han destacado por el estudio y la caballerosidad, fue propuesto por la Escuela de medicina y cirugía de la Universidad Nacional, después de veinticinco años de ser brillante catedrático y otros tantos de consagrarse con humanitario entusiasmo a la asistencia social, habiendo sobresalido entre veinte distinguidos profesores designados por las demás Escuelas de Estudios superiores de Nicaragua.
El Dr. honoris causa y Profesor don José T. Sacasa: Con cincuenta y seis años de continuo servicio en el Instituto Nacional y otros Centros de educación intermediaria de León, generaciones sucesivas dieron fe de sus luchas y desvelos; y su mote—Maestro Pepe—vino de León a Managua traído en andas por viejos y jóvenes profesionales que fueron sus alumnos, junto con los estudiantes que aún reciben sus enseñanzas; por organismos culturales, públicos y privados; por maestros agremiados y obreros sindicalizados. Informa el tribunal que lo seleccionó—constituido por representantes nombrados por diversas entidades magisteriales que no dependen del Ministerio—que su currículum y ejecutorias—invocadas por los Organismos docentes que lo presentaron como candidato—hacían indubitable su escogencia, que detallo en el procedimiento, ya que no puedo hablar de sus grandes merecimientos con imparcialidad, por ser su familiar, discípulo y admirador.
El Profesor José Humberto Amador López, de la escuela Leónidas Fletes, de la ciudad de Rivas. Después de medio siglo de duro laboreo, fue escogido por la Federación sindical como el mejor maestro de primaria entre candidatos presentados por los diversos departamentos de la república. Con él, Rivas sigue manteniendo su tradición pedagógica—que hace veinte días personalmente pude palpar en una fiesta de convivencia social y cultura popular—, pues el año anterior el galardonado fue otro notable Profesor rivense, don Eloy Canales, como si el maestro Enmanuel Mongalo y Rubio, con su fuego patriótico, alimentara la consagración de los suyos.
También se premian la aplicación y la puntualidad de los estudiantes en sus clases, y al efecto resultaron seleccionados, en riguroso concurso, como los mejores alumnos: el niño Aníbal Rodríguez Téllez, del sexto grado de primaria de la Escuela Nacional anexa al Instituto pedagógico de Diriamba. Joven de extracción popular que, por su propia dedicación, y llevado por la mano blanca del Reverendo Hermano Hipólito Constancio, de la Venerable Congregación La Salle, que tanto ha hecho por nuestra juventud, ha de continuar sus estudios para ser un profesional destacado y, sobre todo, un buen nicaragüense.
Y la señorita Amelia Margarita Barahona Cuadra, del quinto año de secundaria del Colegio teresiano de Managua. Ella, la única estrella en esta constelación de luceros, ha probado las excelentes capacidades de la mujer nicaragüense y que su colegio, recientemente incorporado a nuestro plan de estudios, marcha avante con paso firme en las vías de la nicaragüeidad.
En el nivel superior, resultó escogido como el mejor alumno universitario, el Br. Jorge Buitrago Solórzano, de la escuela de ciencias jurídicas de la Universidad Centroamericana. Su escogencia constituye un caso especial, único tal vez en este torneo del espíritu, ya que fue su espíritu sobresaliente el que se impuso, pues él, que descendía de grandes triunfadores en los campos del derecho, como el Cid, después de muerto, ganó una batalla. Su madre, doña Conchita Solórzano de Buitrago Ajá, recibirá ahora la simbólica medalla como póstumo homenaje, que tributa la república a su juventud y a su corrección.
Y a propósito de la obligación de trabajar por la producción del país, recuerdo el pensamiento que expresara el Dr. Jaime Torres Bodet, eminente mexicano, de figuración mundial, en un mensaje que, siendo secretario de educación de México, dirigiera en 1963 a los alumnos y a los profesores:
En el surco, en la fábrica o en la escuela, el minuto que no se produce para la Patria, es vivido contra la Patria, porque en el surco, en la fábrica o en la escuela, debemos rendir cada día más, si queremos luchar contra la pobreza, no para regalar abundancia a algunos, sino para proporcionar a todos un nivel justo de bienestar en la independencia y de cultura en la libertad.
En tal virtud, cuando hablamos de eficiencia agrícola, no es que esperemos que la sola mención de la palabra va a producir mejores cosechas, sino que deseamos formar conciencia del deber de todos de sumar esfuerzos con técnica y constancia para conseguirlas.
Por eso ha querido el Presidente Somoza Debayle que la enseñanza sea, más que informativa, formativa y tanto práctica como académica. Que mirando al campo, que ha sido nuestra fuente de libertad y de vida, volvamos con sentido crítico los ojos al pasado, pues, en este caso, desandar lo vivido no es retroceder, sino cotejar los pasos para avanzar con acierto. Debemos recordar el momento feliz en que, mediante el pacto patriótico entre el General democrático Máximo Jerez y el General legitimista don Tomás Martínez, se unieron en León todos los nicaragüenses. Que la soga con que Bartola Sandoval lazó filibusteros en los alrededores de San Jacinto, sirva para unirnos en comprensión de hermanos. Que los gritos de Joaquín Artola detrás de su yeguada, y el ruido de sus cascos, retumben para ahuyentar a todos los interventores. Que los liceos agrícolas que el gobierno viene estableciendo, sean como la casona de aquella hacienda, con alta cumbrera y anchos corredores, para resguardar laboratorios en vez de carabinas y libros en vez de espadas. Que la primera promoción de técnicos de nivel medio egresados este año, se llame Faustino Salmerón, el campesino que avisó al coronel Estrada cuando los atacantes se aproximaban, después del combate le prestó su caballo para perseguirlos, y con su propia cutacha ajustició a Byron Cole. Que los relatos que de aquellos hechos nos dejaron los aguerridos escritores José Siero y Alejandro Eva, sean más divulgados, para que nuestros cronistas puedan, como Bernal Díaz del Castillo, referir la verdadera historia de Nicaragua; de ella, poco o casi nada conocemos. Y que al pensar en el incendio que, en el mesón de Rivas, Mongalo provocara para sacar al invasor, se inflame el corazón de todos los nicaragüenses en sentimientos de cooperación, y de fraternidad.
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