Managua, Nicaragua
Sé que de seguro ha pasado mucho tiempo desde que escribí esta carta y te llegó. Quizá ya me haya olvidado de todo lo que voy a tallar, esté en España disfrutando de un lujo que no merezco y, posiblemente, con una pareja tal vez, con una con quien medianamente o plenamente ame. Bueno, el contenido y la intención de esto tiene un propósito, el cual, como siempre, es razón del alcohol y de un libro que rumié lentamente durante muchos meses.
La última llamada que tuvimos secó mi mar de dudas pero, más allá de aliviar mi conciencia, me arruinó la última gota de esperanza que tuve de haber generado un sentimiento de amor o cariño; me ofusqué y enfurecí en gran medida. No te culpo de ello. Ahora por fin medité a excelencia los dos últimos dos años de vida que he vivido con el mismo espíritu nihilista, recorrido sin vacilaciones ni reflexiones, buscando llenar el vacío que ni la religión ni Dios llenaron. Pues bien, la cuestión central era esa, la última quimérica célula de un amor con vos se extinguió con la quimioterapia verbal que arrojaste, que se escuchó con un rastro de tristeza muy sutil, tal y cual estuvieses relatando tus pecados junto a un capellán que nunca perdonará tus pecados.
Recientemente leí un libro de Murakami—el único que me ha enseñado verdaderamente de amor—que se llama Norwegian Woods; te lo recomiendo. La cosa es que la trama me hizo delinear el verdadero sentimiento (sufrido) que tengo hacia vos. Uno de los personajes se enamora de la ex-novia de su amigo suicidado sin razón alguna, y genera un amor condicional bastante raro, que en mi opinión es una sentencia a la esclavitud perpetua hacia ella. Sin embargo, él cambia, si bien después de un tiempo y circunstancias que lo marcaron, pero que le otorgaron un aliento de libertad y la oportunidad de enamorarse de nuevo.
El lazo que me ata a vos, el es mismo que el de Watanabe, una muestra de mi amor a la humanidad que por tu sufrimiento y mala vida, me obliga a cumplir penitencia por todas las desgracias que toda nuestra especie carga; soy un ser muy sentimental y utópico que lo que desea es el bienestar de todos, bienestar que la vida misma nos niega por mera contingencia. Yo en aras de intentar ser agente de cambio, de amar y servir, se desvive por una causa perdida internamente, que no sabrá si llegará a vivir eternamente, si es que la tentación del suicidio no te invita a pasar por sus puertas.
Cargaré la estirpe de nunca haberte salvado, de no haberte otorgado una mejor vida, mejores sentimientos, mejores condiciones, mejor amor, a pesar de que no fui yo el que lo cohibió, fuiste vos, nublada en tu eterna arrogancia. Sin considerar lo anterior, quiero que sepás que habrá alguien que te guardará en la última gaveta de su corazón, no cómo la alhaja de valor perpetuo que le otorgó las más gratas felicidades y momentos, sino como un vívido testimonio de la injusticia que sólo en las letras adquiere sentido y comprensión.
No me importa si estas palabras te llegan a dañar o perjudicar más de lo que ya estás. Es el resultado de toda la vorágine que causaste. Por ese motivo nunca pienso perdonarte, porque el aprendizaje que se toma en los campos de la muerte, es el que verdaderamente cala en nosotros. No quiero volver a saber de vos si seguís en las mismas condiciones tan decadentes y pútridas en las que siempre te has mantenido, sino en una en donde superés a todos tus enemigos y venzás todos tus males, incluso llegués a superar mi relativo éxito en la vida. Ser la versión encarnada del superhombre, si tal cosa se puede esperar.
Ahora, después de atizar la verborrea de emociones que necesita expulsar, te quiero decir no te amo, te tuve pesar todo el tiempo, pero siempre estuve ahí con una intención, verte crecer desde mi pequeño pulpito. Ojalá se cumplan mis predicciones, porque sino serás una mas de esas historias que me recordarán la decadencia y podredumbre humana que somos. No tendrás cabida en el libro de historias de todos nosotros que página tras página expone esas historias que si nos constituye como especie.
¿Adiós? No sé, quizás y ojalá sea así por siempre, hasta que arribe ese momento incómodo cuando, quizás en un restaurante, nos miremos y saludemos cínicamente para auto-examinarnos y desear eso que nunca tuvimos juntos. No voy a firmar nada.