La entrevista reproducida al final de esta entrada es de interés desde varios ángulos. Primero porque es un texto primario del propio Anastasio I. Se trata de la voz del Soberano significador, quien dice mucho aun extendiéndose poco, e incluso sin quererlo. Luego está el comentario previo de José Coronel y Joaquín Zavala (probablemente escrito sólo por José, siendo junto a Joaquín la entrevista). Ahí en ambas extensiones de texto podemos notar varias cosas:
Primero, que las juventudes reaccionarias, conformadas por los Grupos de Renovación Intelectual Somocista, las fuerzas de choque de los Camisas azules y agrupaciones reaccionarias de Granada, Chinandega y Managua, poseían una fe inquebrantable en la candidatura de Somoza, pero no por lo que el propio Somoza pensase o dijese. Ha de notarse así la división entre ambas figuras: la Vanguardia y Somoza. Mientras José y Joaquín hablan sin tapujos de «un gobierno fuerte, libre y durable», Anastasio I recurre a la «aspiración popular [con] raíces profundas en la opinión nacional». Los vanguardistas aluden a una tradición más antigua, más «agresiva» con cómo se presenta ante la periferia, mientras que Anastasio trata de acercar la periferia al centro, llegando a ponerla ahí a su ver, aunque esto no sea posible en verdad.
Luego está el hecho de que, vista de primeras, esta devoción a Somoza parece contradecir al propio Somoza, quien mantiene una postura liberal, con matices vanguardistas, como lo es el rechazo a la partidocracia, pero liberal a fin de cuentas. No ha de olvidarse que salía Anastasio del partido liberal, y que era inteligente sin dudas, sabiendo medir sus palabras. No dudo que las ideas robustas de los vanguardistas calasen en él, pero la situación política, o más bien, la disposición de los distintos centros de poder, y el propio imperativo jouveneliano de centralización ofuscadora, le debieron haber metido más presión, de modo que tuvo que recurrir a lenguaje más lodoso, más anárquico si se quiere. Ahí estaba el germen de la caída de su monarquía en formación.
Entonces, vemos que lo que se admira de Somoza no es su persona en sí, aunque pueda parecerlo, sino su promesa. No lo habrán puesto en estas palabras los vanguardistas—porque no las tenían—pero lo que querían de Somoza era su ocupación del centro, esperando que así, ocupado el Poder, pudiese formalizarlo y hacerlo estable, cosa que logró hasta cierto punto, y que después perdieron sus hijos a consecuencia de la profundización de su bagaje liberal.
En otras palabras, no se esperaba que Somoza, el liberal, gobernase a Nicaragua. Se esperaba que el centro social de Nicaragua lo gobernase a él, que lo transformase en el último caudillo; como decían, votaban para dejar de votar, y Somoza, bien pudiendo acabar con las elecciones, vio más prudente que siguieran votando por él.
Claro que, en verdad, el centro le gobernó, sólo que el centro social de Nicaragua estaba ya dispuesto de modo caótico, influenciado además por fuerzas externas. La derrota del Eje en la segunda guerra mundial sepultó el sueño nacionalista de la Vanguardia, alejando a la mayoría de sus mentes de la actividad política reaccionaria, y volviendo al somocismo cada vez menos capaz de ordenar a Nicaragua. Parte de esto fueron errores personales, otra parte conspiraciones, traiciones y falta de serenidad, que generaron ofuscaciones sobre la naturaleza del Poder y el estatus de Nicaragua como provincia en el imperio de los Estados Unidos.
No quita nada de esto que el somocismo fue generalmente una época buena, y que le debemos mucho a los últimos tres Soberanos, con todo y errores. La bonanza del somocismo, imperfecto como fue, nos esclarece la necesidad de perfeccionar sus aspectos más benignos: la autoridad, la unificación nacional, el militarismo. Hubiéramos deseado nosotros, los jóvenes reaccionarios, que la imagen de la propaganda izquierdista fuese veraz, que en verdad el somocismo hubiese sido—por lo menos—fascista, y no simplemente liberal-autoritario; que viniera la monarquía a liberarnos del conflicto eterno de la república, pero no fue así.
Lo hecho, hecho está, sin embargo, y tenemos que sacar de ello lo mejor, pues hemos de estar orgullosos de algo, ¿no es así? Por esto, desde que empezó Albarda, he hablado de la necesidad de «un Somoza, pero más que un Somoza», o sea, la necesidad de completar y mejorar el proyecto de la Vanguardia, de tomar a este caudillo y convertirlo de verdad en un monarca, formalizando y afianzando así la situación del centro en nuestra sociedad. Esa es la posición del somocismo esotérico, el que queda olvidado entre la propaganda izquierdista y la nostalgia acrítica del liberal yanquizante. Es la posición de la albardanería, que no es otra cosa que el perfeccionamiento de la Vanguardia, o bien la única política genuinamente nicaragüense.
Como la Vanguardia, y quizá incluso mejor que esta, comprendemos a Somoza no como un perfecto César apuñalado por la carcasa de la república que se niega a morir, más bien como una necesidad: la necesidad del monarca, incapaz de ejecutar su función si es impedido por ideologías caóticas y fuerzas extranjeras. Es el punto de partida, la estrella que anuncia el porvenir, pero no es, en sí mismo, un futuro asegurado. Mucho trabajo nos toca si queremos cambiar la disposición y percepción del Poder en este país. Es una tarea ardua, con o sin Somoza, requiriendo más que intoxicar a las masas, en verdad la parte fácil una vez se ha conquistado el trono de las élites.
La Vanguardia, y por extensión la albardanería, ve al nacionalismo como más que un culto a la voluntad popular, si bien no la desprecia, y celebra su acierto tanto como castiga su error. El nacionalismo es el camino hacia el robustecimiento del Estado, no el fin último. No es bueno porque el pueblo lo quiera, sino que el pueblo lo quiere, cuando lo quiere, porque es bueno. Si (cualquier) Somoza dice «Yo me debo al pueblo», el vanguardista debe replicar: «es verdad, General, pero es Ud. también quien manda lo que quiere el pueblo. No lo olvide, por el bien de todos».
—R.
Entrevista del 10 de mayo de 1936 realizada a Anastasio I Somoza por José Coronel y Joaquín Zavala Urtecho para Ópera Bufa, suplemento del semanario La Reacción, reproducida en la Revista conservadora del pensamiento centroamericano en febrero de 1972.
Aunque no lo crean, aunque no lo confiesen los políticos chapados a la antigua, la vida nacional está pasando por una era de transición. La Juventud intelectual, los obreros, los campesinos, van marcando con paso lento pero seguro hacia una nueva organización política y social de Nicaragua. En el alma profunda, en la conciencia oscura de las masas se agitan hoy pasiones antiguamente desconocidas, y el descontento inmenso de las multitudes se concentra en contra de las instituciones políticas existentes y en contra de los hombres que gozan del poder únicamente en beneficio de la casta política. El sentimiento del pueblo se iba levantando bajo dos signos contrarios. El signo revolucionario, reformista y pacificador que dominó en el cielo de la patria con la estrella militar de Somoza.
Con el triunfo del ejército sobre las fuerzas revolucionarias, la estrella de Somoza ha venido guiando la transición nacional hacia el afianzamiento del orden y el robustecimiento del Estado. El sentimiento del pueblo en ambos partidos[, liberal y conservador,] se manifestó desde temprano, orientado hacia la ocupación de la jefatura del Estado por el jefe del ejército, dando con eso origen a la candidatura presidencial del General Somoza.
La juventud reaccionaria, a que nosotros pertenecemos, amiga de un gobierno fuerte, libre y durable, reconoció desde el principio que la ruta de la salvación nacional era anunciada por esa estrella que alumbraba el destino del jefe del ejército. Esos jóvenes, procedentes en su mayor parte de antiguas familias conservadoras, descendientes muchos de ellos y hasta homónimos de los presidentes conservadores de los treinta años, estaban unidos en un credo político realista y verdadero, que anulando todas las diferencias políticas hereditarias, creaba entre todos un verdadero espíritu de unidad y les permitía saltar sobre las barreras de los partidos para seguir a un hombre fuerte de cualquier partido. Más todavía, se unificaban íntimamente en la política empírica y en el nacionalismo integral los hijos de los dos políticos más duramente enemistados y hostiles entre sí, de los dos políticos que encarnaron la lucha intelectual más encarnizada de los partidos históricos como lo fueron Diego Manuel Chamorro y Manuel Coronel Matus. Toda esa juventud, que representa una tendencia nueva, se adhirió a la candidatura del General Somoza porque la considera la más a propósito para operar la reforma del Estado y la reorganización del pueblo.
Para nosotros, Somoza es la paz— porque lo ha sido y porque representa la fuerza y la unidad, la disciplina militar y la unión nacional.
Somoza es la reforma— porque su candidatura inconstitucional la exige.
Somoza es el gobierno libre, fuerte y durable— porque significa la voluntad general sin compromisos, la opinión pública sin partidarismos y la fuerza militar permanente con la concentración de los efectivos militares y el amor del ejército.
Hemos estado con el General Somoza desde el primer día y lo estaremos hasta el último. Lo hemos visto conquistar a las masas liberales y conservadoras de una manera definitiva. Lo hemos visto siempre resuelto, siempre firme, siempre adelante. Mientras la política oficial, secreta, sinuosa e irresoluta, mientras la política de los políticos artera, partidarista y variable, han girado y tomado cien posiciones alrededor suyo, él ha permanecido en su puesto, con su mismo ideal y con sus mismas fuerzas. Cuenta siempre con su ejército, con su pueblo liberal y conservador, con su pueblo nacionalista, y cuenta con la juventud a que nosotros pertenecemos.
Con motivo de los recientes pactos partidaristas lo hemos entrevistado. Su criterio es el mismo de ayer y el mismo de mañana.
—¿Podría Ud., General Somoza, darnos a conocer sus ideas respecto al nacionalismo y al gobierno nacional?
—El nacionalismo para mí—responde reposadamente el Jefe del ejército—procede de una profunda y espontánea unión del pueblo que por encima de las barreras de los partidos en que se encuentra organizado para la vida política republicana, comulga en los mismos ideales, en los mismos anhelos y libremente se dispone a escoger un gobernante que pueda hacer el bien de la nación contando con la simpatía general. El movimiento nacionalista ha de ser, pues, antes que todo, un verdadero movimiento popular, de abajo para arriba. y de ningún modo una imposición en sentido inverso, es decir, de arriba para abajo. Si observamos, por ejemplo, el movimiento nacionalista que se ha formado alrededor de mi persona, nos encontramos con que libre, espontáneamente, sin compromisos, ni pactos ningunos entre mis partidarios y yo, he sido acuerpado y proclamado por la mayoría del pueblo de todos los departamentos, juntándose alrededor mío liberales y conservadores de las ciudades y del campo sin obedecer a ninguna orden ni consigna de nadie, sin consultar la opinión de los organismos dirigentes de sus partidos y obedeciendo solo al impulso natural de sus simpatías y respondiendo a la patriótica tendencia de mi causa por la paz y por la unión nacional. Así me he visto yo al frente de un amplísimo movimiento nacional y sin embargo libre de compromisos y de intereses creados que me quitarían la independencia necesaria para gobernar con verdadero espíritu de armonía nacional y escoger mi gobierno en un sentido de verdadera cooperación nacionalista. Siempre he dicho y siempre sostengo que mi gobierno daría una justa participación al partido conservador, sin que esto dañara la armonía y unidad del Estado, antes la afianzará más, por la libre y atinada escogencia que se haría y por la compenetración en el ideal nacional que entre los elementos escogidos existiera. Esto mismo se lo sostenía al propio General Chamorro en los últimos días y después de los acontecimientos recientes. «Podemos estar frente a frente en la lucha política—le decía—pero después si yo triunfo, cumpliré con mis ideales y propósitos de siempre dando a su partido y sus amigos la justa participación que corresponde a las minorías».
—Pero los pactos, General—le interrumpimos—no cumplen con ese ideal…
—No cumplen—continúa diciendo—porque invierten el orden natural de las cosas y tienden a formar un gobierno de compromiso en que los representantes de los partidos entran con el espíritu partidarista, impuestos por el pacto, a continuar la lucha política en el seno del gobierno. No puede así haber unidad, armonía, ni independencia y, en consecuencia, vendría la guerra civil. Formar ese gobierno de repartición de puestos públicos sin las garantías necesarias sería un armisticio que no puede durar. Lo que en realidad están haciendo el General Chamorro, los doctores Cuadra Pasos y Morales y los demás sostenedores de los pactos, es ennavajar dos gallos para echarlos a pelear en no lejano día.
—En consecuencia, General, no puede, no debe Ud. aceptar esos pactos.
—Estoy obligado en consecuencia a oponerme a ellos. Si existiera algún poder sobrenatural que me garantizara que el gobierno surgido de los pactos aseguraría la paz y la felicidad de mi patria me consideraría dichoso en poder cooperar a que los partidos compartieran el gobierno. Pero eso es imposible. Además, y sobre todo, ni los políticos que han hecho los pactos, ni el General Chamorro, ni los doctores Cuadra Pasos y Morales, tienen derecho a imponer al pueblo ese documento convenido entre ellos mismos que atenta contra la soberanía popular e imposibilita el bien nacional. Como demócrata que soy me opongo terminantemente a que se imponga a los votantes un pacto de camarillas. Mi voluntad se mantiene firme en garantizar que la Guardia Nacional vela porque el pueblo nicaragüense pueda darse el Gobernante que quiera.
Yo no debo, ni puedo renunciar a mi candidatura que ha nacido como aspiración popular y que tiene raíces profundas en la opinión nacional. El único medio para que yo desista es que se consulte la voluntad popular y que el pueblo exprese libremente su preferencia por otro candidato o su deseo de que yo me aparte. Yo me debo al pueblo. Además, creo que solamente un gobernante que cuente con el respaldo de la opinión pública puede hacer un gobierno nacional que garantice la paz y asegure la felicidad de la patria.
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