Dualismo incongruente.

Tenemos que referirnos a los que piensan vilmente de la carne… Esas personas parecen ignorar la obra completa de Dios… Pues ¿no dice la palabra: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza?». ¿Qué clase de hombre? Es manifiesto que Él se refiere al hombre carnal, porque la palabra dice: «Y Dios formó al hombre del polvo de la tierra, e hizo al hombre». Resulta evidente, pues, que el hombre hecho a imagen de Dios era de carne. ¿No es, pues, absurdo afirmar que la carne creada por Dios a su imagen es despreciable y carece de valor?»

Justino Mártir

Justino Mártir fue uno de los grandes Padres de la Iglesia, cuyas palabras, como las mencionadas anteriormente, aún deben resonar en los oídos de una sociedad inmersa en un desprecio de la moralidad, en una sociedad postmodernista, cuyas bases filosóficas son terriblemente ambiguas y por ende subjetivas.

¿A qué voy con esto? Bien, luego de leer el sinnúmero de acusaciones por parte de personas de mentalidad progresista (consciente o inconscientemente) en redes sociales, donde exponían casos de «abuso sexual» por parte de otras gentes, me he puesto a meditar en cuestiones en común que tenían tales denuncias, y es que, el gran porcentaje de ellas, empezaban con una noche de alcohol y desenfreno, con drogas, con «agarres» inesperados, etc.

El punto es que, llegué a preguntarme: ¿cómo es posible que en medio de la inmoralidad busquen que se les respete su moral? Me parece que existen grandes contradicciones lógicas en tal pensamiento. Por tanto, en este artículo me he aventurado y, quizás, he tomado el atrevimiento de tratar de exponer las bases de la cosmovisión subyacente en esas denuncias. Debo recalcar el hecho de que quizás muchas de sus acusaciones son justas, quizás otras no, pero mi punto no es dar una explicación moral de cada una de ellas, sino, más bien, tratar de entender y demostrar qué filosofía hay detrás de tales acciones, dónde yace la incongruencia y por qué veo necesaria la cosmovisión cristiana para afrontar casos parecidos.

 

El edificio de dos plantas.

El teólogo y filósofo Francis Schaeffer utilizó una metáfora a la que llamó el edificio de dos plantas. Básicamente, consiste en afirmar que, en la parte alta del edificio, se aloja todo aquello que es subjetivo, como la teología o la moral, es a lo que la gente responde con un: «esto puede ser verdad para usted, pero para mí no lo es». En la parte baja del edificio, se aloja todo aquello que es objetivo, es decir, lo científico, las verdades públicas que se espera que todos acepten.

Teología, Moral

Privadas, subjetivas, relativas.
Ciencia  

Pública, objetiva, válida para todos.

Ahora bien, traigamos tal metáfora a la cuestión en análisis. En todo caso, la primera parte del edificio estaría conformada por la personalidad que posee categoría moral y legal, y la planta baja estaría conformada por el cuerpo, un organismo biológicamente imprescindible.

Personalidad

Cuenta con categoría moral y legal.
Cuerpo

Organismo biológicamente imprescindible.

Lo que vemos pues en tales casos es un dualismo entre la personalidad y el cuerpo. Vemos que tales partes no son comprendidas como un todo, sino que cada una es independiente de la otra. En otras palabras, una persona puede hacer con su cuerpo lo que quiera, puede depravarse hasta donde ella desea, pero eso no necesariamente va a afectar su moral, eso no afecta su integridad como persona, porque simplemente ella así no lo desea, ya que entendiendo que la moral es subjetiva, ella puede decir que las acciones que manifiesta externamente no son necesariamente malas porque ella no las percibe así.

 

El problema con la teleología.

Desde nuestra cosmovisión cristiana entendemos que Dios ha creado este mundo con un orden y con un propósito, a esto se le conoce como teleología, y durante siglos la cultura occidental, impregnada por una herencia cristiana, entendía a la naturaleza bajo este concepto. Para el cristianismo, la naturaleza forma parte de la revelación de Dios, pues describe hermosamente sus atributos (cf., Sal. 19:1, Rom. 1:20), y así, como cada uno de los atributos están interconectados en Dios, así la naturaleza cuenta con un ajuste fino en donde todas su partes apuntan a un fin en específico. Entonces, si la naturaleza es teleológica y el cuerpo forma parte de la naturaleza, también el cuerpo es teleológico. Pero, ¿desde cuando la materia se comenzó a desvirtuar y a prácticamente no tener valor alguno?

Argumentando desde mi perspectiva reformada, observo que, gracias a las ideas filosóficas darwinistas, la gente empezó a ver la materia apartada de la teleología. Por ejemplo, Richard Dawkins argumenta que: «La selección natural, el proceso ciego, automático e inconsciente que descubrió Darwin… no tiene propósito en mente». Esas ideas influenciaron fuertemente a la moral moderna, porque, si la naturaleza no refleja el carácter de Dios, ni teleología alguna, entonces la materia, pasa a ser simplemente «una máquina impulsada por fuerzas naturales ciegas», y todo pierde su valor. Como bien argumenta la filósofa cristiana Nancy Pearcey:

Si la naturaleza no revela la voluntad de Dios, entonces es un ámbito moralmente neutro en el que lo seres humanos pueden imponer su voluntad. No hay nada en la naturaleza que los humanos estén obligados a respetar. La naturaleza se convierte en un ámbito de datos de valor neutro, accesibles para servir a cualquier valor que los seres humanos quieran escoger.

Nancy Pearcey, Ama tu cuerpo, cap 1, pág 20.

Bajo esta perspectiva, entonces, el cuerpo pasa a ser un siervo de la moral. Es decir, si yo pienso que drogarme y emborracharme descontroladamente está bien, con mucho gusto dispondré de mi cuerpo para cumplir tal deseo a través de él, porque éste obedece las órdenes que mi moral subjetiva le da. Es imposible pensar que esto no traerá consecuencias, tanto físicas como morales, porque a como hemos argumentado (y lo haremos aún más en el siguiente punto), el ser humano no debe ser visto de manera dualista, sino como un todo: personalidad y cuerpo deben tener un perfecto equilibrio. El uno no puede imponerse sobre el otro.

 

El cristianismo: una cosmovisión que trae fin al dualismo personalidad/cuerpo.

Finalmente, he decidido exponer por qué creo que el cristianismo es la única cosmovisión que provee las bases necesarias para evitar las problemáticas morales que afectan hoy en día.

Para empezar, me gustaría retomar la pregunta hecha por Justino Mártir en la cita que he puesto de epígrafe: ¿No es, pues, absurdo afirmar que la carne creada por Dios a su imagen es despreciable y carece de valor? Tal pregunta es retórica y, por supuesto, contestamos diciendo que es absurdo, completamente absurdo. En primer lugar, porque Dios nos hizo personas en un plano material, Dios bien pudo crearnos como los ángeles cuya sustancia es espíritu y pertenece no a un plano físico, sino a uno trascendente, pero vemos que Dios nos dice que lo material que Él creo fue bueno en gran manera (Gn. 1.31), por tanto, bajo esa perspectiva, es claro que a Dios le importa lo material, le importa lo carnal.

En segundo lugar, nos encontramos con el grandísimo y santísimo misterio de la encarnación del Verbo, el cual muestra que Dios irrumpió la creación y se volvió a sí mismo carne, tomó nuestra naturaleza (sin pecado) y fue a la cruz para expiar el pecado de una vez por todas, de todos los que habían de creer. El declarar que Jesús no vino en carne, como las sectas gnósticas del siglo I, es completa herejía, por tal razón, el apóstol Juan nos hace unas declaraciones propias de la ortodoxia cristiana: «En esto conocéis el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios» (1 Jn. 4.2). La carne es una pieza fundamental del cristianismo. Si bien es cierto que creemos que en la muerte el alma se separa de lo material, en la resurrección ambos se juntan de nuevo.

En tercer lugar, las Escrituras nunca hacen ver una división entre lo material e inmaterial, sino que lo material es un reflejo de lo inmaterial. Pasajes como Salmos 44:25 y 63:1 nos enseñan en poesía hebrea, una de sus figuras propias de tal estilo de escritura, el paralelismo. Por ejemplo, Salmo 63:1 dice: «Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela». El paralelismo me dice que yo debo de interpretar la palabra alma y carne como una sola cosa, porque en las frases que contienen cada palabra, transmiten la misma idea. En este caso, que todo el ser del salmista pide a gritos la presencia del Señor. En palabras de Parcey:

A fin de cuentas, el cuerpo es la única avenida con que contamos para expresar nuestra vida interior o para conocer la vida interior de otras personas. El cuerpo es el medio por el cual lo invisible es hecho visible. «No tenemos acceso a un espíritu libre aparte de su encarnación en el cuerpo», escribe el teólogo Gilbert Meilander. «El cuerpo vivo es, pues, el locus de la presencia personal».

Nancy Pearcy, Ama tu cuerpo, cap. , pág. 31

Hemos visto, pues, que es una locura afrontar problemas morales bajo la lógica dual del progresista, porque si su cuerpo no está íntimamente ligado a su personalidad, entonces cualquiera puede hacer con sus cuerpos lo que dé la gana y recibir el mismo trato departe de alguien más. Peor aún, acarreando una moral subjetiva, ¿cómo saben ellos que el abuso está mal? Si la moral pertenece a cuestiones relativas, ¿qué derecho me da a mi imponer mi moral sobre la otra persona?, ¿qué derecho tengo yo de reclamar abuso a mi cuerpo si este no está ligado a ningún estándar moral ni obedece a propósito alguno?

(Es curioso cómo su moral, supuestamente subjetiva, acaba en ciertos puntos copiando y pegando las nociones cristianas de bien y mal; no en vano fue Occidente cristiano por tantos siglos.)

Concluimos así que el cristianismo provee una cosmovisión correcta para enfrentar el error del dualismo cuerpo/personalidad y para corregir los problemas morales que atraviesan las personas. Si no existen los valores morales cristianos en la sociedad, la búsqueda de la justicia se vuelve totalmente incoherente.

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