Ortega no es de derecha. Es impresionante tener que decirlo, pero a más de alguno no le ha quedado claro. Su sistema de gobierno sólo es una forma suave de izquierda (sí, esto es suave; puede ser mucho peor) y por eso la izquierda «dura» –o, más bien, la que no tiene poder– lo ve como derechista. En el fondo es liberalismo adulterado y el liberalismo fue el segundo enemigo histórico de la derecha. Cualquier reaccionario lo sabe.
Las políticas sociales de Ortega que podamos catalogar como «conservadoras» son negadas por su política económica de forma activa. La ley, en el papel, busca proteger a la familia, pero la estructura económica de crecimiento por crecimiento, cosa del capitalismo (sí), demanda que la mujer trabaje y tenga independencia económica del hombre, lo que le quita muchos incentivos a la construcción familiar para empezar, por lo que tenemos leyes que defienden una institución siendo atacada desde la raíz por el resto del sistema.
Una figura derechista se aseguraría de que esto no sea así, al menos intentaría mitigarlo más allá de pasar una «ley» sin tener en cuenta el resto del edificio económico. Así mismo la ideología igualitaria enseñada desde la primaria hasta la universidad (pública o privada, no importa) va minando desde la infancia la idea del matrimonio y, en general, de las relaciones armónicas entre hombres y mujeres.
El aborto es ilegal, cierto. Este hecho lo esgrimen como característica fidedigna de derechismo, pero omiten otro hecho: se permite desde hace años la existencia de ONGs promotoras y ejecutoras de toda clase de procesos abortivos, así como la enseñanza de ideología pro-aborto en las universidades. Podrán rezar todo lo que quieran al inicio de los actos públicos y hablar de cristianismo en su propaganda, pero cosas como esta demuestran que la Iglesia no tiene ninguna clase de poder formalizado; lo vimos durante la crisis también.
De haber tenido la Iglesia poder formal, la política económica del régimen hubiese sido muy distinta y las contradicciones de este no se hubiesen formado para empezar. No fue tanto que la Iglesia «pactase» con Ortega, fue más que Ortega utilizó a la Iglesia para legitimarse. Si Ortega hubiese legalizado el aborto, la Iglesia poco podía hacer más que apelar a un levantamiento de la gente y ya hemos visto cuánto tarda en reaccionar el pueblo nicaragüense cuando su bienestar está siendo amenazado -unos doce años- y cuán veloz es cuando se trata de caer en manos de oportunistas -un instante basta-. El poder real de la Iglesia es casi nulo y eso es un problema. Quien diga lo contrario tiene alguna rencilla con esta y la quiere pintar como algún mounstro a vencer cuando su realidad es más como un símbolo, una suerte de reina Isabel II.
Muchas medidas progresistas y de corte socialista existen dentro del régimen. Los planes de asistencia social son lo principal, pero el tipo de educación brindada, la expropiación injustificada y el discurso general también van añadidos, como ha sido costumbre. No podemos ignorarlas tampoco. Las partes conservadoras son sólo circunstanciales, porque Nicaragua es un país conservador, y no son núcleo del discurso sandinista necesariamente, como lo demuestra el MRS. En los ochenta también hubo conservadurismo en el Frente, pero nadie va a llamarles por otra cosa que no sea socialistas (sólo otros socialistas, que quieren hacernos olvidar los colores de ese fiasco).
Al final, Rosario es tan feminista como Yerling, un poquito menos que las chavalas de la UCA. Daniel es tan socialista como El Necio. La cuestión es que ni Yerling, ni El Necio (por fortuna) han blandido poder como estos dos seres y dado que el poder (especialmente el poder inseguro) genera sus propios imperativos y limitaciones, el paraíso socialista (y el capitalista también) se queda en el papel invariablemente. Claro que van a decirnos algo sobre anarquismo, horizontalismo, transversalidad, democracia líquida con ascendencia a gas del internet cuántico; todas son justificaciones extrañas para blandir poder de manera oculta, lo que es repetir el ciclo de conflicto y dialéctica, la debacle izquierdista. Ellos no lo saben sí, son muy buena gente con ideales honestos. Échenle un vistazo a sus tuits.
Lo que queda claro acá es la existencia de una alianza curiosa: los capitalistas (liberales) y los sandinistas (socialistas) han estado en amoríos en este país desde los tiempos de Somoza, siempre minando a la derecha genuina. Ninguno de los dos logra su sistema ideal (capitalismo desregulado, dictadura del proletariado) bajo el sandinismo de Ortega, pero es una situación relativamente estable. Es un acuerdo: socialista no expropia a liberal, liberal no financia resistencia ni se lleva su dinero del país.
Una de las dos partes rompió el acuerdo, sí. Ortega, digo, Rosario (¡no vayamos a invisibilizar a las mujeres en la historia!) mandó a las turbas en contra de la población, lo que es malo para los negocios, ¿quién va a querer invertir en un país «dictatorial»? Eso acabó desestabilizando el asunto. El conflicto que tenemos ahora dio incentivos a los capitalistas para dejar de apoyar al régimen y empezar a subvertirlo, utilizando sus medios económicos (los paros, dicen). Eso pasa cuando tenés múltiples centros de poder en conflicto dentro de una misma estructura estatal: imperium in imperio.
Si algún Somoza y Ortega tienen algo en común es esta separación de poderes en sus regímenes; los Somoza permitieron que exitiesen centros de poder económico (capitalistas) y social (PJC y La Prensa). Igualmente Ortega, pero Ortega trató de contrarrestarlos mejor incluso. Los Somoza no pudieron (Anastasio I) y luego no quisieron (Anastasio II) formalizar el poder. Anastasio I porque Estados Unidos estaba con los ojos rojos y con ganas de pleito después de vencer a Alemania. Anastasio II porque era muy liberal, increíblemente liberal.
Ortega trató de ganarle desde un inicio a los centros de poder social creando instituciones informáticas paralelas. Fue una movida inteligente, porque desde su posición en el dominio del Estado pudo beneficiar y dar prioridad a sus medios en deprecio de los demás. Ese es su imperio mediático, asegurado por su familia, pero que es, al final, un sistema informal (el somocismo intentó algo similar, pero su fuerte no era la propaganda).
A los capitalistas trató de apaciguarlos a la vez que dejó al país abierto, pero ahí nace su fin. Al no formalizar sus instituciones de control de opinión deja unos centros de poder social (Prensa, UCA, ONGs) que florecen gracias a la apertura del país; centros de poder actuando con mucha fuerza. La Prensa es quizá el más fuerte de Nicaragua -recordemos que fue el principal contribuyente interno a la caída del somocismo-, porque está en línea con el centro de poder más fuerte del mundo: La Catedral.
La masacre sandinista del 2018 fue causada por lo que llamaremos centros de poder azul (Prensa-Capitalistas-UCA-ONGs) aprovechando un levantamiento popular para atacar al centro de poder rojinegro (Partido FSLN, que controla al Estado) a través de la agitación y la condena internacional en busca de un aislamiento económico y diplomático de este último. El centro rojinegro va a tratar de mantener su poder a través de la fuerza, atacando a los poderes azules y a sus herramientas, entre las cuales está la población, por desgracia.
No quiero implicar con este análisis que el centro rojinegro esté en igual posicionamiento moral con los azules. Todos ya sabemos quién es quién. Lo que trato de decir es que este conflicto viene de la separación de poderes y no de su opuesto, como otros han querido decir. Los centros azules van a afirmar que son (los más honestos, que representan a) la población y no que la están usando siempre que pueden.
El centro de poder rojinegro va a decir que la población lo apoya igualmente, porque bajo la democracia eso es lo que te legitima, no es sólo un subproducto de tu buen mando. La población autoconvocada es, entonces, herramienta y no poder en sí misma; tampoco puede serlo. La democracia es un sueño de locos.
Puede que «el pueblo» se beneficie más bajo el mando de los poderes azules que bajo el poder rojinegro, pero no lo va a hacer a pleno en tanto cualquiera de los dos siga siendo informal y permita el imperium in imperio y la subversión externa.
Si Ortega fuese, de verdad, un derechista, habría formalizado su poder hace mucho tiempo (eliminado la constitución, el circo del sufragio, etc.) y neutralizado a todos los demás centros, así como dejando al país cerrado; en general hubiese aplicado este plan que elaboré.
La formalización del poder no sólo nos evitaba abril, producto del conflicto entre el Estado y los centros de poder informales, sino que también nos aseguraba un gobierno estable, sin contradicciones y muy ordenado. Capaz que hasta hubiese sido una buena manera para el Frente de redimirse de sus pecados ochenteros, pero árbol que nace torcido…
Pronto escribiré una síntesis de la ontología absolutista para aclarar mucho de lo que he venido diciendo. Sé que tuve que haberla escrito para ayer, pero ando los pensamientos demasiado alborotados por las muchachas de la UCA.
Gracias, de nuevo, por leernos acá.
2 comentarios sobre “Ortega no es de derecha.”