Texto de Richard Cocks, publicado en The Orthosphere el 22 de noviembre del 2018.
I
Introito.
Muchas feministas cuentan la historia de la humanidad como una tiranía masculina oprimiendo y maltratando a la mujer en cada oportunidad. El nombre que dan a esto es «patriarcado»; nombre puesto para provocar escalofríos a cualquiera que lo oiga.
Habiendo sugerido esta caracterización de la totalidad de la existencia humana, lo único que hace falta es evidencia. Así, en una instancia de lo que conocemos como «sesgo de confirmación», se buscan delitos perpetuados contra la mujer con nulo interés en hechos horribles cometidos contra hombres, cosas buenas sobre los hombres o buenos actos que los hombres han hecho por la mujer.
El resultado es un feo y repelente recuento de la forma en la cual hombres y mujeres están conectados entre sí.
Una lista de contribuciones masculinas a la arquitectura, el arte, la música, la literatura, la filosofía, la poesía, el teatro, la medicina, las matemáticas, ciencias como la biología, la química, la física y en campos como la ingeniería – los acueductos que proveen de agua el chorro de la cocina y la ducha, la plomería, los sistemas de carreteras, de hospitales, el teléfono en tu bolsillo, etc., todos ellos presentarán una imagen más positiva de la contribución masculina a la humanidad.
Pero, gracias a la propaganda anti-masculina, es posible leer publicaciones en Facebook donde una mujer comenta casualmente a su compañera «los hombres son basura, no sirven» mientras esta, una mujer casada quizás, le responde en blando acuerdo.
De nuevo, los hombres construyeron tu casa. Diseñaron, erigieron e instalaron el sistema de calefacción y corriente alterna. Minaron el carbón y el uranio para las plantas energéticas, manejando estos sistemas a un riesgo enorme, siendo así responsables de crear amplias líneas de suministros. Ellos extrajeron y refinaron los metales utilizados en los productos que comprás. Conceptualizaron y fabricaron tus automóviles. Redujeron radicalmente la mortalidad en el parto; también inventaron los tampones y anticonceptivos. Ellos recolectan tu basura, reparan tus carreteras, el techo cuando gotea. Inventaron los lentes, de marco y contacto. El estéreo que escuchás, la televisión que mirás. También el alfabeto, latino y cirílico. Igualmente la imprenta, el internet, ambos vienen de su ingenio; los aeroplanos también son muy geniales si me preguntás. Todos estos logros suenan muy bien para una clase de personas que, nos han dicho, son «basura».
En términos junguianos, hay un rey tirano y un buen rey. Hay una reina melévola y una buena reina. La noción de la «tiranía patriarcal» hace espacio para el rey tirano, pero omite al buen rey. El buen rey es sabio y justo. Merece gobernar porque es competente. Los hombres dominan el mundo de la plomería y la aeronáutica porque han demostrado ser competentes y estar interesados en estas áreas. Sabemos muy bien por estudios empíricos que los hombres, como grupo, suelen estar interesados en cosas y las mujeres tienden a estar más orientadas hacia personas.
La reina malévola es la mujer emasculadora que ve a todo hombre fuerte, masculino y competente como malo. En Blancanieves, la reina malévola, la reina sombría, no soportaba que alguien sobrepasara su belleza. La mera presencia de un hombre en el tope de una jerarquía es igualada a una expresión de poder y, por tanto, de opresión. La competencia es removida de la ecuación. Los hombres no deben buscar ser competentes en tanto opriman. Así, el único hombre bueno es uno incompetente, emasculado, impotente; un hombre inofensivo. El relativo fracaso de los hombres en la secundaria o la universidad es visto como algo positivo. Muchas veces ni es considerado siquiera. La buena reina es compasiva y quiere que podamos, sin importar nuestro sexo, lograr un estado óptimo.
Es posible afirmar que ninguna mujer quiere ser juzgada por su sexo ni que sus opciones sean limitadas por estereotipos. Y no lo deben ser. Lo que es verdad como generalidad de un grupo no es necesariamente verdad en un individuo. Las generalizaciones son útiles para explicar los resultados entre grupos. Si una mujer alza una queja sobre discriminación contra su colectivo -su poca participación en las ciencias duras, digamos-, y aduce que tal discriminación se debe al sexismo, entonces estamos hablando de grupos.
Como mencioné, los hombres tienden a preferir cosas y las mujeres son más de tratar con personas. Es de esperarse que haya una predominancia masculina en ocupaciones como la ingeniería, plomería, cirugía, mecánica y que tal predominancia tenga una contraparte en los campos relacionados a las personas: psicología, trabajo social, enseñanza y cuidados generales. Este es el caso, de hecho. Grandes cantidades de mujeres en ingenierías nos estarían indicando que las preferencias de las mujeres están siendo ignoradas. Ese es el caso en la India e Irán, donde el 50% de los ingenieros son mujeres.
Por supuesto, esto no significa que al relativamente pequeño número de mujeres interesadas en las ingenierías se le deba prevenir o desalentar a seguir sus deseos. Ciertamente no implica que las ingenieras sean inferiores a los ingenieros, tanto como no indica que los psicólogos hombres o los enfermeros trabajen peor que sus colegas mujeres.
Cuando toca hacer juicios morales, nadie debería ser juzgado por su pertenencia a un grupo si este grupo es determinado por características inmutables, como el sexo. Esto en contraposición con la adherencia al partido comunista o nacional-socialista.
Moralmente, nadie debería ser despreciado por su raza, sexo o etnia. Todas las personas deben ser juzgadas, si acaso, por sus méritos y la calidad de sus acciones.
Recientemente, el actor Liam Neeson comentó que una amiga suya, hace tiempo, fue violada por un hombre negro. En un estado de desapego moral, él afirma haber salido a la calle con un bate de beisbol buscando al primer hombre negro que le diese una excusa para bapulearlo. Volver a una persona moralmente responsable por las acciones de otro no tiene sentido. Un hombre negro no debe ser castigado por los crímenes de otro. La idea de una culpabilidad colectiva es un sinsentido moral. Lo que es verdad de los negros es verdad de hombres y mujeres en general.
Incluso si «los hombres» (una abstracción) oprimen a «las mujeres» (otra abstracción), ningún hombre individualmente es responsable por esto. Odiar a un hombre en particular, o a todos los hombres, por lo que alguno haya hecho, es maligno e irracional. Hacer a uno o más hombres responsables por lo que algunos hayan hecho no es más racional que el delirio racista de Neeson: el querer castigar a un hombre negro por las acciones de otro.
La moralidad requiere que el individuo sea considerado sacro y de valor infinito, hecho a la imagen de Dios como un ser moral, conectado a la divinidad. El resto de consideraciones deben ser subordinadas al valor intrínseco de cada persona, ignorando sexo, raza u otra característica. Aunque desiguales en toda característica humana -intereses y habilidades-, cada persona constituye un mundo o universo en sí misma y debe ser exaltada igualmente.
Lo característico de las ideologías es que ponen algún valor sobre la persona. Ejemplos incluyen al feminismo, el nacionalismo; la humanidad como grupo o el bien social; el comunismo, el fascismo, la justicia social entendida desde la modernidad, el utilitarismo; igualdad, progreso, felicidad, ciencia, bienestar. Todas las ideologías son cultos al sacrificio que prometen exterminar y volver chivos expiatorios a tantas víctimas haga falta en honor a «la causa». Stalin mandó a matar a miembros leales del PCUS con la misma voluntad con la que ordenó la ejecución de verdaderos disidentes ideológicos. Bajo el hechizo de la ideología, la persona es nada; el bien común imaginario lo es todo. Las ideología son malignas porque reducen a la persona a una nulidad, una nada desechable sin valor intrínseco lista para ser sacrificada en cualquier momento. Nadie está seguro confrontando una ideología, sea hombre o mujer, incluidos los mayores proponentes de esta.
Anunciar la devoción propia a respetar al individuo concreto como poseedor de un valor infinito, a ser protegido contra las demandas sangrientas de la masa en todas las circunstancias, es abandonar las ideologías. Los grupos no existen realmente, sólo los individuos concretos. El grupo es una abstracción. Categorizar a alguien como miembro de un grupo es anatemizar al grupo y eliminar a la persona de la escena. La deshumanización es el precursor de la cámara de gas. El chivo expiatorio, para la masa, representa algo trascendental: el mal puro, la cara del patriarcado, el opresor. El chivo en realidad es una persona cuya humanidad está a punto de ser negada por la masa, congregada por su odio compartido, a punto de desatarlo y revelarlo. El lazo temporal que resulta es como una parodia diabólica del amor. Suple la misma necesidad de conectar sentida por la mayoría de nosotros.
Lapidar es el método perfecto de la masa para inmolar a la víctima porque todos son partícipes. ¿Cuál fue la respuesta de Jesús cuando una muchedumbre trató de lapidar a una mujer adúltera?
«Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra».
Juan, 8:7
Las ideologías no tienen tiempo para los hechos y la verdad. Son hostiles a estos, de hecho, ya que contradicen sus objetivos. Sacrificar a alguien a través del proceso del chivo expiatorio requiere de ignorar la posible inocencia de la víctima. Sólo la verdad de que las brujas no existen y de que no causaron ningún malestar social pudo haber prevenido los juicios de Sálem. El mal requiere de mentiras.
Las ideologías son valoradas como medios para un fin por sus adherentes: el supuesto mejoramiento de las condiciones de la mujer como grupo, digamos. Sin embargo, el valor extrínseco depende de los valores intrínsecos. Un medio a un fin vácuo no tiene valor. Si la mujer como colectivo es el fin con valor intrínseco, cualquier mujer puede y debe ser sacrificada dado que esté en el interés del colectivo. Pero la mujer como individuo concreto es el único tipo de mujer que existe y es el único tipo de mujer que podemos beneficiar. Las personas, como entidades concretas, son sacrificadas en el nombre de abstracciones sin sentimiento, sin existencia real: los grupos.
Sin la verdad de un infinito valor intrínseco en cada persona, independiente del sexo o la raza, caemos en el nihilismo. Cualquier mujer u hombre puede ser asesinada en cualquier momento, o en su defecto acusada, llevada al ostracismo en tanto sea conveniente. Las feministas anatemizan a la mujer femenina que es «definida por los estereotipos de género», salvando así a «la causa».
II
Descripciones más bellas y veraces sobre cómo hombres y mujeres se relacionaban.
El feminismo puede a veces parecernos el producto de un cinismo exhausto venido de alguna mujer divorciada en sus cincuentas que no quiere relacionarse con los hombres. O tal vez nos parezca la incapacidad de dicha mujer de decir algo bueno de sus hijos varones o de su padre; un frío, unilateral y poco preciso asesinato de la reputación. Esto es lo último que un padre amoroso debe querer infligido en sus hijos, o un instructor sobre sus estudiantes.
El meme (meme = idea) del patriarcado es un recuento reciente movido por la ideología. Caracteriza a los sexos como en una guerra constante entre sí. La Biblia, en el Génesis, nos provee una narrativa de origen más benigna:
[2] 20Y el hombre puso nombre a todo ganado y a las aves del cielo y a toda bestia del campo, mas para Adán no se encontró una ayuda que fuera idónea para él.21 Entonces el Señor Dios hizo caer un sueño profundo sobre el hombre, y éste se durmió; y Dios tomó una de sus costillas, y cerró la carne en ese lugar. 22 Y de la costilla que el Señor Dios había tomado del hombre, formó una mujer y la trajo al hombre. 23 Y el hombre dijo:
Esta es ahora hueso de mis huesos,
y carne de mi carne;
ella será llamada mujer,
porque del hombre fue tomada.24 Por tanto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.
La mujer, en esta historia, fue pensada como colaboradora y acompañante del hombre, no como esclava u objeto de maltrato. Dado que hombre y mujer han de ser una misma carne, tal relación resultaría de una naturaleza masoquista.
Un mito pinta verdades que no pueden ser expresadas en prosa blanda o en silogismos. El elemento narrativo lo hace más accesible que la filosofía. Las historias cuentan, la filosofía teoriza. El mito puede tocar más fácilmente el lado de la condición humana que la teoría, dado que la teoría está restringida al análisis racional. El «patriarcado» es teoría e interpretación. Está diseñado para darnos en la cabeza a los hombres.
La historia feminista del «patriarcado» es un insulto infeliz a los hombres y una mala representación de la naturaleza de la relación entre los sexos. Una mejor representación sería el mito de creación maorí, con sus paralelismos en el resto de culturas del mundo. En este, el mundo como lo conocemos proviene de la separación de la Madre Tierra y el Padre Cielo. En la historia, la lluvia son las lágrimas que Padre Cielo llora por la ausencia de su amada. Esto es muy profundo y bello.
En el Simposio, Platón nombra a su personaje -Aristófanes- como una famosa obra cómica que cuenta el mito explicando la naturaleza del amor romántico. En este mito, los humanos comenzamos como seres globales con dos rostros, cuatro manos, cuatro piernas.
Las caras estaban posicionadas en lados opuestos de la cabeza, viendo en direcciones distintas. Estas gentes primigenias fueron tan poderosas y desmesuradas que podían amenazar a los mismos dioses. Zeus, como castigo y tal vez movido por el miedo, los cortó por la mitad. Las partes resultantes quedaron en trauma, intentando juntarse de nuevo hasta sucumbir a la sed y el hambre. Zeus, como gesto de piedad, les concedió el don del sexo, de modo que ambas mitades pudiesen unirse temporalmente y de forma extática en este ser original antes de volver a sí mismos.
El amor romántico es, así, caracterizado como un deseo de unidad y holística. Hay una dependencia mutua y un deseo de acompañamiento. Esto es una descripción más verdadera y, ciertamente, más bella, de la relación entre hombres y mujeres. Reducir las relaciones entre los sexos a una lucha competitiva por el poder, como se hace bajo la idea del patriarcado, es tomar un elemento pequeño del todo y utilizarlo para representar su totalidad; esto es una característica de la ideología.
La mujer tiene poder de persuasión sobre el hombre a través del deseo sexual de este y la promesa de acompañamiento. La feminidad añade un toque de delicadeza y suavidad al viaje duro de la vida donde los hombres, muchas veces en competencia unos con otros, parcialmente ganan afecto y admiración de las mujeres.
Tanto hombres como mujeres somos una mezcla interesante de tendencias masculinas y femeninas que pueden calzar entre sí como un rompecabezas. Cada sexo fascina al otro y representa para este una suerte de misterio. Muchas veces acaban supliendo las deficiencias de su contraparte; la mujer, por ejemplo, muchas veces es quien se encarga de mantener una vida social activa en la pareja.
En el pasado distante, tanto hombres como mujeres debían cooperar por intereses de supervivencia mutua. La competencia entre los sexos simplemente no era concebible. Los cazadores-recolectores de entre 25 y 45 años eran los únicos generando más calorías de las consumidas y esto lo compartían con las mujeres de todas las edades, a través de ellas llegaban a los niños y a los hombres mayores y menores por último.
En el pasado reciente, contenido en la memoria de mi padre (nac. 1928), la jornada laboral tomaba prácticamente un día. Los calefactores de querosén eran puestos bajo grandes bañeras para hervir telas durante horas. La tela era luego puesta en líquidos colorantes agregados al agua para hacer a los blancos más fuertes, pasados por un escurridor, puestos en línea para ser secados y finalmente los planchaban. Una estufa de madera ardiente calentaba las planchas, que eran reemplazadas cada que la presente se enfriaba. El desayuno requería de cortar leña, empezar un fuego en la estufa y esperar una hora para empezar a cocinar. No había anticonceptivos. Una mujer podía tener montones de hijos mientras hacía todo esto, sin chances de acceder a la educación y sin trabajo fuera de casa. Mientras la mujer hacía esto, era responsabilidad del hombre ganar tanto como pudiera.
El poder es un elemento a considerar en todas las relaciones humanas. Padres e hijos, por ejemplo. Si el poder y su abuso predominan en esas relaciones, algo ha ido terriblemente mal. La relación entre padre e hijo debe ser, principalmente, una de cuidado, atención, amor y supervisión; la formación y la socialización de un niño, enseñarle auto-control, disciplina, respeto por los demás. Los padres tiránicos existen, por desgracia, pero esto representa una excepción patólogica, en ningún momento una normalidad.
En la post-modernidad hay una tendencia a enfatizar el poder por sobre todo. Viene parcialmente en respuesta a un rechazo de la noción de verdad objetiva, implicando la existencia de, supuestamente, infinito número de interpretaciones posibles sin forma de seleccionar alguna como superior. Esta visión vuelve al asunto un pleito por dominación más que una manera de buscar la verdad. El feminismo ha adoptado esta visión perversa de rechazo a la verdad para concentrarse en el poder sobre todo lo demás por motivos de propaganda política. Los comunistas rusos en los años veinte argumentaban que «la causa» debía ser sobrepuesta a la verdad, aunque esto es altamente contradictorio: si es verdadera, y la verdad ha de perseguirse como causa, entonces no es cierto que alguna causa legítima pueda eclipsar a la verdad.
Existe entre los sexos el riesgo de caracterizar las vidas de hombres y mujeres a través de la historia como una lucha por poder, generadora de una competencia para ver quién tiene una peor parte del trato. Algo similar ocurre cuando se señala que la consideración principal de los hombres,
con respecto a la selección de una compañera romántica, es la belleza femenina y que el mayor interés de la mujer a la hora de conseguirse un hombre es el estatus social de este y sus ganancias. Los hombres compiten entre sí, generando jerarquías de competencia, y las mujeres seleccionan a los ganadores, típicamente escogiendo hombre de igual o superior estatus al suyo (hipergamia). Aunque estas sean verdades importantes de las cuales todos debemos estar informados, realmente obscurecen los lazos de amor y dependencia que conectan a los sexos.
Pero si nos concentramos en el poder, las mujeres ejercen poder sexual, entre otras clases de influencia. Actuar como un imbécil y expresar desprecio por la mujer es una actividad contraproducente para la reproducción. Por ejemplo, cuando los programas televisivos muestran a los hombres de la industria comportándose como jabalíes alrededor de las mujeres, casi como un documental de vida salvaje, muestran una mentira. En realidad, tales hombres probablemente acabarán siendo perdedores sin descendencia. El estatus social y el empleo puede que sean las consideraciones más importantes, pero no son las únicas. De igual forma, la belleza puede ser la característica más deseada, pero si una mujer es necia, un sentimiento de auto-preservación minimizará la probabilidad de una propuesta de matrimonio. Sólo basta un alto estatus y un buen actuar con las mujeres para que un hombre sea exitoso en el proceso selectivo de las mujeres.
El amor involucra respeto, admiración y confianza. El desdén es más dañino, repulsivo y contraproducente que la ira. Cualquier hombre o mujer que tenga volición en el asunto, con un poco de sentido común y poco impulso auto-destructivo, no escogerá a un imbécil para casarse.
Son los perdedores masculinos en el juego de la selección los que tienden hacia la acidez. Esto exacerba sus posibilidades de ser rechazados. Mucho del feminismo exhibe similar escozor hacia el otro lado, pero es ira preventiva promoviendo cinismo y concentrándose en el poder antes que en experiencias románticas iniciadas por la mujer como individuo.
En grupos exclusivamente masculinos, o femeninos, ocasionalmente los sexos harán mofa de su opuesto; comparten sus experiencias y las enfatizan para aparentarlas más naturales y comprensibles de lo que en verdad son. Es una clase de grito: «¡Hombre/Mujer!, ¿qué vas a hacer?» Esta clase de juegos, hechos sin malicia, son consistentes en ambos sexos cuando se comportan en ambientes muy sociales y de forma amistosa en compañía mixta, mostrando un grado de humor en las proclividades de cada sexo.
III
Contrarrestando la narrativa victimista.
Dado que las relaciones de género son típicamente retratadas desde una perspectiva ideológica, distorsionada y femenina, es necesario presentar una visión alternativa. De no hacerlo, es probable que predominen muchas cuestiones sin respuesta y aseveraciones sin base persistan sin refutación en la mente de algún inocente. Muchas personas jamás habrán encontrado alternativas a la idea de la mujer como víctima. Esto es altamente peligroso. Sin embargo, existe el riesgo a la hora de proponer alternativas a esta idea, creando entonces una opción en la ecuación, que resulte en un juego de arrebatos y victimismo. Este juego es uno de razones culturales y biológicas; las mujeres casi necesariamente van a acabar ganando. Al lector le pido que detenga sus tendencias agónicas (competitivas) e intente ver las cosas desde otra perspectiva; una formulada con el afán de reducir, no de aumentar, el sentimiento de indignación.
Para empezar, un retorno al mito es necesario. En Génesis., de nuevo, Adán y Eva comen del árbol del conocimiento; obtienen el saber del bien y del mal, marcando así una transición de la existencia animal, la inocencia, al ser humano. Lo que sigue es parte fundamental de la condición humana:
[3:16]
En gran manera multiplicaré
tu dolor en el parto,
con dolor darás a luz los hijos;
y con todo, tu deseo será para tu marido,
y él tendrá dominio sobre ti.
Los cerebros gigantes y, por tanto, las cabezas de los humanos, implican que las contracciones para la mujer son mucho más severas y dolorosas que para otras hembras. La idea de que el esposo domine a la mujer es explicada después de leer lo que Dios manda al hombre:
[3:17-19]
…maldita será la tierra por tu causa;
con trabajo comerás de ella
todos los días de tu vida.
Espinos y abrojos te producirá,
y comerás de las plantas del campo.
Con el sudor de tu rostro
comerás el pan
hasta que vuelvas a la tierra,
porque de ella fuiste tomado;
pues polvo eres,
y al polvo volverás.
Una cosa es obvia de primeras: nadie la tiene fácil. Históricamente, hombres y mujeres trabajaron juntos en un esfuerzo compartido por la supervivencia, siendo el matrimonio una necesidad para asegurar el bienestar de la descendencia. La imagen del hombre fumando un cigarro, sentado mientras señorea a la mujer, como una normalidad, es algo que no lo sustentan ni los hechos ni las anécdotas.
Es posible encontrarse con largas discusiones entre feministas sobre las relaciones de género en las cuales los niños no son nunca mencionados y aún así la crianza ha contribuido su parte al dimorfismo y a la formación de roles femeninos y masculinos. La indefensión extrema del humano infante, el hecho del embarazo y el lapso entre infante y adulto parecen ser independientes a la discusión.
La división del labor sexual en los humanos comparte muchas similitudes con la de los pingüinos. Un padre (el padre) cuida al huevo y a los polluelos mientras el otro (la madrre) busca el sustento a través de la pesca. Incluso más similar es el de los búhos: la madre cuida al bebé mientras el padre caza y mantiene un flujo constante de alimento.
Camille Paglia nota que «la mujer rara vez trabajó lado a lado con el hombre como lo hace en el puesto de trabajo moderno, cuyos sistemas operativos de competencia fueron constituidos para la máxima productividad masculina. A pesar de su afluencia general, la mujer profesional de Occidente ha sido crónicamente infeliz durante décadas y conjeturo que esto es parcialmente debido a que se les ha enseñado a pensar que la felicidad deriva del ambiente de trabajo mecánico, ambiente que, para más inri, ni siquiera hace feliz a los hombres”.
La mayor parte de cualquier labor no es idílica o particularmente plena. La mayoría de hombres estará subordinada a otros hombres. El número de hombres en la cima de la jerarquía de competencia será, por esta medida, muy pequeño.
Con la agricultura, tal cual fue descrita en el pasaje del Génesis antes visto, el hombre se transforma en el principal proveedor de comida. Las responsabilidades de crianza también han contribuido a la dependencia económica de la mujer. Con las exigencias de la necesidad, la cuestión de si esto es malo o bueno no importan en verdad.
Gracias a la agricultura, el hombre deja el trabajo doméstico y va al espacio público. La energía de la mujer se concentra el reino de lo privado ya que el hombre no está la mayor parte del día. La mujer suele señorear la casa y socializar con otras mujeres. Los hombres forjan asociaciones con otros hombres fuera de casa. Paglia comenta que «existía el mundo del hombre y el mundo de la mujer, cada uno con sus esferas de influencia y actividad. La mujer no tomaba muy en serio al hombre y vice versa.»
La dependencia económica de la mujer es el resultado de una división del labor necesaria. Puede que dé al hombre una ligera ventaja en cierto término de toma de decisiones, a eso se refiere el «dominio» bíblico. Sin embargo, dado que la mujer es la principal fuente de amor y afecto en la vida del hombre, él está en una relación de dependencia emocional y sexual con su mujer y, por supuesto, toda persona, hombre o mujer, emerge de un vientre materno y es criada por esta en la infancia.
Los sexos son mutuamente dependientes. La práctica de dar regalos de esposo a esposa puede ser vista en múltiples culturas como un pago en retorno por el afecto dado. Un esposo amoroso conquista el favor de su esposa.
Para los hombres, el rol de proveedor usualmente significó que los hombres fueron responsables por las transacciones económicas y de propiedad en la vida pública. Una casa o un auto usualmente han ido a nombre del marido. Él será usualmente quien firme el contrato y negocie los precios. Esto ha cambiado con la entrada de la mujer a la vida pública.
La mujer moderna típicamente tiene más recursos de apoyo moral y emocional que el hombre, tendiendo a mantener relaciones con otras mujeres adultas y con su familia de origen en vez de con hombres. Esto, junto al hecho de que cuando un hombre deja a una mujer esta suele llevarse a los niños con ella, significa que el hombre divorciado pierde todas sus fuentes de amor y afecto y es 8.3 veces más susceptible al suicidio que la mujer (véase Smith J. C., Mercy J. A. & Conn, J. M. “Marital Status and the Risk of Suicide” American Journal of Public Health, vol. 78, no. 1, January 1988, p. 79.). En este aspecto, el hombre es más débil, es el sexo vulnerable.
La mujer tiene una cantidad leonina de poder a la hora de la selección sexual, tendiendo a gravitar sobre aquellos hombres exitosos en la jerarquía monetaria, de estatus y prestigio social. El poder, se dice, es un afrodisíaco potente. Lo saben bien las celebridades. Hoy día, es un hecho muy presente el abuso de poder, pero este poder deriva de la atracción que tales hombres tienen por la mujer. Una mujer muy bella o un hombre con prominencia social pueden escoger utilizar estos atributos atractivos al sexo opuesto para propósitos mercenarios y en ambos casos resulta desagradable.
Cuando el poder de un hombre tiene la habilidad de otorgarle un rol a una actriz, el proceso entero se vuelve un asunto turbio, muy feo; convierte al sexo en un quid pro quo en vez de darle su lugar como proceso de amor.
Las jerarquías son en gran parte basadas en la competencia. Un chimpancé dominante que se comporta de forma tiránica será asesinado por sus subordinados. Debe ganarse el favor de sus subordinados y aliarse con otros chimpancés. Lo mismo aplica con nosotros.
Una mujer puede ser económicamente dependiente de un hombre si es un ama de casa, pero un hombre será siempre emocionalmente dependiente de su mujer. Actuar de forma tiránica generará furia y resentimiento en la esposa. Vivir con alguien que te odia no es una experiencia placentera. Si un hombre quiere que todo vaya bien, también querrá por consecuencia una esposa feliz, de ahí el proverbio «el amor de la mujer, en la ropa del marido se deja ver». Comentarios denigrantes y expresiones de repudio pueden venir -y vienen- de ambos sexos; los dos contribuyen a una relación tóxica. Cualquier fallo en la ejecución del rol masculino para mantener el empleo, conseguir una promoción laboral o cualquier otra flaqueza puede generar comentarios sarcásticos de una esposa y un hombre mediocre puede llegar a considerar a la mujer como un hijo más al cual cuidar.
No está en el interés del hombre ir intimidando por ahí. De hecho, la mujer tiene más poder adquisitivo que el hombre, sugiriendo que la mayoría de hombres son generosos y comparten libremente una porción considerable de sus ganancias. El extremo de esta actitud puede verse en Japón, donde es costumbre que la mujer reciba la paga del marido para luego asignarle su porción.
Antes de la agricultura existió la horticultura: hacer hoyos en la tierra, poner una semilla y cubrirla, tal vez con pescado podrido como fertilizante. Hombres y mujeres hacían esto en porciones iguales, así que la dinámica era equitativa. Estas sociedades son llamadas «matriarcales», pero el poder se compartía de igual forma. En el caso de los iroquesa, los jefes varones eran escogidos por mujeres, poniéndolas en una posición de poder.
A veces, estas sociedades pre-agrícolas son elogiadas, pero estas usualmente ejecutaban horrendos sacrificios humanos, en muchos casos siendo las niñas las más valiosas ofrendas. Dado que la horticultura es muchísimo menos eficiente que la agricultura, volver a ese método de organización implica una caída significativa en la producción de alimentos, lo que acabaría en muchas muertes.
Cuando el Génesis fue escrito, la agricultura era la forma dominante de producción. La ventaja física del hombre sobre la mujer es relevante a este proceso y a los arados impulsados por bueyes igualmente. La agricultura, el embarazo y la crianza no se mezclan bien. Una división sexual del trabajo entre los sexos simplemente era lo más lógico. Históricamente, la mayor parte del trabajo fuera del hogar era muy duro. En
los Estados Unidos, los esclavos de primera clase trabajan como «esclavos de casa» y los de segunda clase eran «esclavos de campo» (cf. The Myth of Male Power, por Warren Farrell, p. 39). El trabajo sucio que involucra labor físico intenso y exposición a los peligros sigue siendo un rubro masculino. La pesca profunda, la minería o la extracción de petróleo son buenos ejemplos.
El matrimonio surge en la mayoría de culturas por y para los niños, no como beneficio de los hombres. Ocasionalmente, arreglos matrimoniales no-monógamos han existido. En tales casos, el sultán o emperador de China eran lo suficientemente ricos como para costear el sustento y la protección de varias esposas e hijos.
Ambos sexos sacrificaban su placer personal y sus preferencias en beneficio de la siguiente generación de niños y niñas y los hombres, particularmente, arriesgaban sus vidas durante la guerra. La base es, de nuevo, la biología. Los hombres son más dispensables que las mujeres cuando hablamos de mantener una población estable. Un hombre puede impregnar a varias mujeres si hace falta, pero una mujer no puede tener múltiples embarazos a la vez. Es mucho más fácil mitigar los daños de la mortandad masculina que de la femenina.
Las mujeres, claro, solían morir en durante el parto, pero esto no era parte de ninguna decisión humana. Enviar a los hombres a la batalla tiene un componente de volición humana ausente en el parto; por eso la mujer espartana sentía horror al decirle a su hijo que volviera victorioso o en su escudo, es decir, muerto. El sentimiento de protección a la descendencia es eclipsado por las necesidades comunales de supervivencia.
Valorar al individuo en sí mismo, hombre o mujer, es quizas un desarrollo cultural reciente e, indudablemente, uno occidental. En el contexto de la comunidad («la tribu») que apenas trata de sobrevivir a las amenazas externas de otras comunidades o a la posibilidad de morir de hambre, en la infancia, por plagas, inundaciones, sequías o pestilencias, lo que resulta bueno para el grupo es considerado central y los individuos serán sacrificados si es necesario y muchas veces termina siéndolo para mantener la cohesión grupal. Las preferencias individuales sobre cómo exactamente alguien vive su vida tienen poca importancia en ese contexto. Valorar a los niños es un mecanismo de supervivencia. Fallar a la hora de mantener el tamaño de una población es terminal. Recalco, no se trata sobre mantener el bienestar de alguna persona o de algún sexo, es sobre los niños, ergo, sobre supervivencia.
Hubo algunas culturas-prisión para la mujer en la historia. Gran parte de la antigua Grecia lo fue y los países de Medio oriente en la actualidad excluyen a la mujer de participar en la vida social sin chaperones masculinos. Cuesta decirlo, pero estas actitudes devienen de un deseo excesivo de protección y de un temor a la promiscuidad femenina. Son hombres, no mujeres, los que tienen el mayor riesgo de criar a la progenie ajena, volviendo a la mujer adúltera más responsable que al hombre. Como muchos otros aspectos en la vida, tales comportamientos han sido eliminados en Occidente y el proceso ocurre en su periferia. La vida ha mejorado en general para ambos sexos.
Con respecto a la Grecia antigua, las restricciones a su movilidad la podemos contrastar con la actitud hacia la mujer en el mito griego antiguo, tal es generalmente positiva. Diosas representan poderosas figuras en el panteón: Hécuba, esposa de Príamo; Penélope, esposa de Odiseo; Ifigenia, Eléctra, Clitmenestra; Agave, la madre de Penteo; Medea y muchas más. Son figuras sagaces, poseedoras de un amplio rango de características humanas con cualidades admirables, capaces igualmente de resentimiento vengativo. Los griegos sabían que no podían subestimar la inteligencia de la mujer y su capacidad para el revanchismo.
Algo que no ha cambiado es el deber masculino de pelear en la guerra. En la vieja Grecia, se esperaba que todo hombre fuese a luchar cuando hiciese falta, lo que era muy común. Son los hombres hoy día los sometidos a servicio militar con consecuencias severas si fallan al llenar su responsabilidad. Más concretamente, aquellos que no cumplen suelen ser excluidos de ayudas financieras, préstamos federales, beneficios como el empleo federal o la aplicación a la ciudadanía si el hombre es un inmigrante; esto en los Estados Unidos. La mayoría de Estados lo harán una condición para obtener la licencia de conducir o la cédula de identidad, así como beneficios de educación avanzada y puestos a nivel estatal.
La vida de la mujer sigue siendo valorada más, incluso hoy día cuando la supervivencia no es una cuestión urgente en los países occidentales. En los Estados Unidos, dos trabajadores de construcción mueren cada día en sus puestos trabajos. En 1970 morían 38. Los mineros de carbón mueren de enfermedades pulmonares debido a la inhalación de polvo alrededor del mundo y Estados Unidos tiene un millón de bomberos voluntarios, 96% de los cuales son hombres arriesgando sus vidas para proteger a completos extraños. Muchos de estos hombres están destinados a morir jóvenes gracias a la inhalación del humo venido de la quema de materiales que constituyen a los edificios modernos. Los jugadores de futbol americano demuestran su masculinidad ignorando su bienestar personal y sufren concusiones repetidas con efectos desastrozos, muchas veces deviniendo en enfermedades mentales y hasta suicidio. Por lo menos, el trauma en sus cuerpos generará artritis a varios. No hay estadísticas equivalentes en mujeres.
El Departamento de salud y servicios humanos tiene diez oficinas regionales para la mujer y ninguna para los hombres. El Departamento de agricultura de EE.UU. tiene programas para infantes y mujeres. Si los padres no pueden producir más dinero que el gobierno, este entra a la escena y excluye al padre. El departamento de justicia de los Estados Unidos tienen una oficina de violencia contra la mujer, aunque la tasa de abuso doméstico es 50/50. Sólo un refugio admite a hombres víctimas de abuso. Hay una oficina de investigación de la salud femenina en el Instituto nacional de la salud, el CDC y existe una oficina de prevención para la salud femenina, así como una administración de la administración de drogas y alimentas dedicada a cuidar la salud de la mujer. No existen equivalentes masculinos (Farrell, The Boy Crisis, pp. 303-304.).
Igualmente, la idea caballerosa de «mujeres y niños primeros» puede parecer poco atractiva para los hombres.
En The Myth of Male Power (el mito del poder masculino), de donde he estado sacando o reformulando estos puntos, Warren Farrell señala que las cosas verídicas sobre los hombres negros son verdad de los hombres en general. Los hombres son veinte veces más susceptibles que las mujeres a ser encarcelados, tienen una probabilidad 2.4 veces mayor a la femenina de acabar en calle, morir jóvenes, no llegar a la universidad o no graduarse de esta, de sufrir enfermedades cardíacas e hipertensión, de exponerse a trauma corporal en boxeo u otra clase de deportes similares (Farrel, ídem., p. 39.).
Cuando Farrel es invitado a dar una charla en alguna universidad estos días, es retratado como un esparcidor de «discurso de odio». Aparentemente, el discurso de odio es cualquier cosa que difiera del recuento feminista del patriarcado. El hecho de que el «discurso de odio» esté tan lleno de evidencia no es una consideración pertinente; otra causa más de la «causa» siendo más importante que la verdad.
Continuando con el hilo, los hombres son usualmente más propensos a ser sujetos de experimentos médicos. Un efecto secundario de tener a los hombres como conejillos de indias es que el efecto de las medicinas en las mujeres es generalmente menos conocido. Es común estos días oír a gente afirmar que no hacer suficientes experimentos en mujeres es una prueba de sexismo (!). Parte de la preocupación parece ser las consecuencias posibles de experimentar en mujeres que puedan estar embarazadas. Esto no es una conspiración en pos de deteriorar la salud colectiva de la mujer. Lo contrario puede ser afirmado.
Los hombres tradicionalmente demuestran reverencia a la mujer; dan su asiento, la dejan pasar primero, le ayudan con abrigos, le sirven primero las comidas. Estos comportamientos son los mismos que se esperaban de los esclavos; son signos de reverencia (Farrell, ídem., pp. 38-39.).
Si ser hombre fuese este nivel de empoderamiento maravilloso tan propuesto, los hombres adultos no cometerían suicidio tres y media veces más que las mujeres, no morirían siete años antes como media, no serían la mayoría de las víctimas del crimen violento en los Estados Unidos (los noventas fueron el apogeo) y los hombres no ganarían más que nadie a la vez que gastan mucho menos. El departamento de tiendas y malls reserva quizá siete veces más espacio a los objetos femeninos que a los masculinos. La mujer es el único grupo «oprimido» con las mismas probabilidades del grupo «opresor» de nacer en una familia rica y privilegiada (Farrel, ídem., p. 40).
Las mujeres depositan más del 50% de los votos. Hay más políticos que políticas, pero las mujeres tienen un mayor poder decisivo. Los hombre ganan más, las mujeres gastan más. En ambos casos, ¿quién tiene más poder?
A pesar de que el suicidio es un riesgo más presente en la vida del hombre que en la de la mujer, la Association of Social Workers estudia únicamente el suicidio femenino. De hecho, los fondos únicamente permiten el estudio femenino (Farrell, The Boy Crisis, p. 298). El director de la asociación americana suicidología ha dicho que le encantaría saber por qué los muchachos se están matando, pero nadie ha querido financiar su investigación.
La Affordable Care Act ofrece visitas femeninas de bienestar para estudiantes en las que una consejera ofrece consejos sobre anticoncepción y prevención de las ETS, tomando a la vez un historial sanitario. Si, en cambio, una abuela sufre de depresión o cáncer de mama, a la joven se le informará sobre los exámenes genéricos sobre el cáncer y los últimos desarrollos en mamografía. Se le otorgará un escaneo anual y un examen de Papanicolau, todo gratuitamente. No hay tal cosa como visitas masculinas de bienestar; no hay historiales familiares, no hay chequeos. «La ACA provee de estos tratos a la mujer y ninguno es dado al hombre. Para la mujer, los cuidados son gratuitos» (Farrell, The Boy Crisis, p. 298).
El Departamento de justicia de los Estados Unidos tiene enlaces y archivos en PDF recopilando las estadísticas de violencia contra la mujer. El motor de búsqueda de Google favorece resultados relacionados al maltrato contra la mujer, no contra el hombre. Todo esto junto es un indicio claro sobre cuál sexo importa más en este aspecto. Al final de este artículo encontrarán treinta y dos páginas de referencias a estudios que demuestran la igualdad existente entre hombres y mujeres a la hora de ser víctimas de abuso. Se estima que más hombres son violados que mujeres, dadas las violaciones en penitenciarios y otros lugares que sufren los hombres. Cerca de 279 758 hombres son violados o abusados sexualmente en prisión o fuera de esta (Farrell, The Myth of Male Power, p. 422). Esto está basado en un estudio de 1982 que encontró un 14% de prisioneros varones reportando violaciones y abuso sexual. La edad del estudio demuestra cuanta importancia le da la gente a este tema. 310 842 representan el 14% de toda la población carcelaria estadounidense, 90% de los cuales son varones, dándonos unos 279 758. Unas 120 000 mujeres son víctimas de violación o abuso sexual fuera de los penitenciarios (Farrel, ídem., p. 422). Si la cantidad de mujeres prisioneras siendo violadas fuera similar al número de víctimas masculinas, habría excitación social alrededor del asunto (Farrel, ídem., p. 336). No hay razón para pensar que una violación impactará emocionalmente a un hombre menos de lo que impacta a la mujer. Ya que se violan varias expectativas en roles sexuales, la humillación y pérdida de la dignidad pueden incluso ser peores para los hombres. Aún así, es común hacer mofa de este asunto.
De las representaciones de asesinatos en la industria del cine, en un 95% de estas los asesinados son los hombres. Intentemos imaginar cómo sería al revés.
Así que no, la sociedad patriarcal no existe para beneficio del hombre y la opresión de la mujer.
IV
Sobre el sufragio.
El votó comenzó en los Estados Unidos siendo un reflejo de las divisiones sexuales del labor. Las mujeres tenían primacía sobre el hogar y la esfera privada mientras que los hombres sostenían la esfera pública. En esa época la agricultura seguía siendo el principal motor de la economía.
La primera elección presidencial ocurrió en 1789 cuando George Washington fue escogido. La habilidad para registrarse dependía en muchos estados en el pago de impuestos, lo que significaba propiedades y riqueza material. Los hombres blancos, por muy blancos que fuesen, si eran pobres, eran excluidos del proceso. Lo que siguió fue una tendencia gradual hacia la expansión del sufragio, con las mujeres ganando el derecho al voto en 1920 gracias a la Decimonovena enmienda. Esto ocurrió antes de que muchos hombres negros, amerindios o inclusive algunos hombres blancos fuesen capaces de votar. Muchos hombres que murieron durante la primera guerra (1914-18) no podían pudieron votar en sus vidas. La mujer pidió y el hombre respondió de forma positiva.
La convención en Seneca Falls, Nueva York, ocurrida en 1848, es tradicionalmente considerada como el punto de partida del movimiento pro-derechos de la mujer. El sufragio no era el centro de esta convención, sí. El interés particular por el sufragio fue más prominente luego de la Guerra civil. Áreas como Wyoming, Utah y Washington obtuvieron el sufragio femenino antes de 1920. Si alguien fuese a enojarse porque el voto de la mujer no extendiese antes para la mujer, ¿cuál sería la respuesta?, ¿un «lo sentimos»?
Fueron los británicos quienes decidieron acabar con el comercio internacional de esclavos pagando el coste monetario y de esfuerzo, dando la vida en guerras también. Esto ocurrió en el s. XIX. ¿Hay que enojarnos con ellos porque no decidieron hacerlo antes o felices de que adoptasen como cruzada nacional acabar con esta institución? Tal vez. En ambos casos, la reacción debería ser una a alabanza.
V
Una profecía auto-cumplida.
Antes de aprobado el sufragio, algunos estaban preocupados con darle el voto a la mujer ya que consideraban que esta era demasiado emocional, irracional, con una tendencia a humanizar las disputas y una incapacidad de separarse a sí misma del tema a debatirse. Por lógica, darle el voto a esta clase de personas acabaría en una porción enorme del electorado incapaz de actuar sin sesgos, sin contribuciones sanas al debate público.
Las mujeres deben asegurarse de que nada de eso se convierta en realidad. Una consideración es la idea de que las mujeres son especialmente empáticas y con frecuencia tienen una preocupación maternal por cualquier persona que pueda ser considerada como una víctima. El opuesto de la empatía es la ferocidad patológica en contra de los supuestos perpetradores. Una madre osa empatiza con su cría y será capaz de destrozar cualquier semblante de amenaza en un acto tan sangriento como pueda imaginarse. Las reglas de la evidencia y la consideración calmada de hechos y consecuencias deben prevalecer sobre este espíritu maternal de modo que el inocente no sufra.
Janice Fiamengo, en un podcast del Rubin Report, comentó que algunas de las preocupaciones de los autores decimonónicos parecen estar presentes en las feministas modernas. Lo ejemplifica a través de cambios recientes en los cámpuses universitarios y en aspectos generales del movimiento #MeToo.
Algunas feministas afirman que el método científico y el requerimiento de objetividad son malévolos ejemplos de tendencias patriarcales, a veces denominados «falogocentrismo» en colectivo. Dichos comentarios son profundamente irracionales e incluso anti-racionales. Siguiendo este tren de pensamiento, algunas universidades canadienses han propuesto que la «ciencia indígena» sea involucrada en el currículum de las ciencias tradicionales pero, ¿cómo vamos a evaluar la legitimidad de la «ciencia indígena» si no es vía ciencias normales? Al utilizar estándares de objetividad eliminamos así cualquier categoría de ciencia «indígena» o «no-indígena». Simplemente es ciencia.
La introducción a la «ciencia indígena» parece ser un elemento más de la preocupación por las «víctimas» y es, por tanto, una expresión maternal.
Muchas universidades han instituido políticas donde un estudiante o profesor acusado de mala conducta sexual es incapaz de cuestionar a su acusador o contratar un abogado a riesgo de ser expulsado/despedido. A veces la naturaleza de su crimen y quién le acusa son desconocidas para el acusado. Esta violación al debido proceso es defendido en los campos de que el estudiante no va a prisión. Simplemente su educación es acabada, su vida sacudida y su reputación arruinada.
Es común en los partidarios del movimiento #MeToo afirmar que a quien hace la acusación se le debe creer y que las mujeres no mienten sobre esas cuestiones. Ejemplos de mujeres mintiendo, sin embargo, abundan. Las razones incluyen tratar de explicarle a algún padre, marido o esposo dónde estuviste toda la noche, cómo acabaste embarazada aunque tu esposo estaba de viaje o sirviendo en el ejército durante la concepción; venganza hacia un amante, evitando así la vergüenza y el sentimiento de uso. Los abogados recomiendan a veces utilizar estas acusaciones como método de adquirir propiedad del marido o la custodia de los niños. El hecho de que las mujeres casi nunca son procesadas por acusaciones falsas es muy importante. Significa que por mentir no hay consecuencias. En China, si una mujer hace alguna acusación falsa contra un hombre, es sentenciada a servir el tiempo que aquel hombre hubiese servido de haber sido culpable. «Una mujer [estadounidense] acusó a su repartidor de periódicos de haberla violado a punta de pistola una vez que necesitaba una excusa por haber llegado tarde al trabajo». Esta mujer ya había hecho la misma acusación sin consecuencias. La segunda vez recibió orientación (Stephen Buckley, “Unfounded Rape Reports Baffle Investigators,” The Washington Post, June 27, 1992, pp. B-1 and B-2). Otras veces las acusaciones falsas vienen siendo producto de alguna enfermedad mental. Esperemos que aquella haya sido una instancia de esto.
(Farrell, p. 325)
La Fuerza aérea de EE.UU. encontró que el 60% de sus alegaciones de violación fueron falsas (Correspondencia del Dr. Charles P. McDowell, agente supervisor especial de las F.A. de EE.UU., oficial especial de investigación. Páginas 332 y 420. McDowell no publicó sus hallazgos por miedo a las repercusiones). Altos grados de deshonestidad en contextos civiles fueron encontrados al revisar los datos. Cuando el Washington Post logró que los condados abrieran sus archivos, dos de los condados más grandes habían encontrado falsas o infundadas el 30 (Prince George, Maryland) y 40% (Fairfax, Virginia) de las acusaciones (Buckley, ídem.).
En el estudio de la Fuerza aérea, muchas de las acusadoras se retractaron de sus acusaciones y admitieron mentir una vez informadas de que el acusado sería sometido a la prueba del detector de mentiras. Es importante recalcar que no confesaron una vez hecha la prueba (la cual es poco confiable; los resultados no los aceptaría ninguna corte), sino ante el prospecto de que dicha prueba sería administrada.
La idea de que la mujer no tiene deseos de venganza y es, por tanto, incapaz de inventar es, por desgracia, una mentira.
El caso de Tawana Brawley es una de las instancias más notorias en las que una mujer hizo una acusación falsa. Quince años tenía la muchacha, no había llegado a casa en cuatro días. La encontraron en un basurero cubierta en heces y con epítetos raciales escritos con carbón en su cuerpo. Ella acusó a cuatro hombres blancos, incluidos un oficial de policía y un fiscal, de haberla atacado y violado. Su caso fue causa célebre para Al Sharpton y otros publicitando los eventos. Miles marcharon apoyándola.
Nada en su historia era cierto. Aparentemente, estaba demasiado asustada de que su padre, un hombre estricto, supiese de sus acciones en aquella salida alargada. Tawana fabricó la historia para salvar su pellejo. Nunca imaginó que su excusa se convertiría en un escándalo nacional. Cuando se supo de su mentira, Sharpton y otros dijeron que la verdad no era importante; era el principio lo importante.
La gente del #MeToo ha dicho, de forma similar, que si algunos hombres inocentes pagaban por crímenes que no cometieron el precio era valioso si significaba que los violadores se las viesen con la justicia. La verdad, para ellos, debe ser secundaria a la causa. Estas aseveraciones, como dije antes, son contradicciones performativas. ¿Debe ser la verdad la relegada a una causa secundaria? Si esta verdad sobre la verdad no importa, debe ser entonces ignorada y podemos volver a tratarla como una importancia primaria. Si esta verdad importa, entonces vuelve a reinar.
La civilización occidental, luego de unos dos mil años, ha redefinido lenta y dolorosamente la manera en la que la evidencia es presentada ante la corte y qué clase de evidencia, determinando así que si el precio para evitar condenas equívocas es que algunas personas culpables se salgan con la suya, entonces vale la pena. Los rumores no son admitidos como evidencia porque cualquiera puede inventarse un rumor. El acusado debe ser capaz de confrontar a su acusador y el acusador debe poder pasar un examen de rigor. Los chismes, que son «escuché a Roberto decir que Susana lo hizo», resultan inadmisibles. Si esta acusación fuese cierta, deberíamos escuchar directamente de Roberto y cuestionarlo. ¿Estaría él bromeando, mintiendo?, ¿fue la misma Susana, pudo haberlo él sabido? Y luego de eso, escuchamos lo que Susana tiene que decir.
Lo más importante es la presunción de inocencia. Generalmente no es posible probar una inocencia. Un individuo es incapaz de probar que él no ha matado o violado. Esto por definición no puede hacerse. Entonces, es absolutamente crucial que la responsabilidad de probar recaiga sobre la persona haciendo la declaración. En este caso hablamos de un hombre cometiendo un crimen sexual; la evidencia del acto debe ser presentada y el acusado debe tener la oportunidad de cuestionar las fundaciones de la acusación y tratar de encontrar agujeros e inconsistencias en su evidencia. Se trata de lógica directa. Poner la responsabilidad de probar un argumento en una declaración negativa («yo NO hice algo») es un error fatal en la búsqueda de la verdad y, en nuestro caso, de la justicia.
Carol Gilligan declara en A Different Voice, un libro laudado por muchas feministas, que los hombres tienden a tener el favor de la aplicación imparcial de las mismas reglas en todo mientras que las mujeres suelen sentir pena por los «perdedores» y quieren hacer excepciones.
El deseo maternal de proteger al vulnerable que muchas mujeres sienten puede combinarse con una brutalidad terrible y un descontento por la verdad y la lógica. Siendo verdad que muchos hombres pueden también ser irracionales, no son los hombres en general quienes cuestionan el valor de la objetividad, el debido proceso, la presunción de inocencia o la ciencia. Sin embargo, muchos hombres han probado estar dispuestos a dejar ir estos conceptos para ganarse la gracia de las mujeres y jugar a ser «caballeros blancos».
VI
La misandria y feminismo de segunda ola.
«Misandria», odio hacia los hombres, término esotérico comparado a la «misoginia». A este punto, en muchos contextos, no participar en misandria eleva sospechas morales.
El feminismo de segunda ola empezó en los sesentas y buscó ayudar a las mujeres a acceder al trabajo fuera del hogar. Los legisladores varones inmediatamente fueron a aprobar leyes que facilitasen esto. La Civil Rights Act del ’64 hizo ilegal la discriminación laboral basada en el sexo, entre otras cosas. La Equal Pay Act del ’63 enmendó la Fair Labor Standards Act, que buscaba abolir las diferencias salariales entre hombres y mujeres.
Betty Friedan, una feminista prominente, fue entusiasta de la entrada femenina a la fuerza laboral. Sin embargo, ella tenía sus propios caprichos sobre cómo las mujeres tenían que lograr esto. Friedan se dio cuenta de que si las mujeres querían acceso a trabajos antes ocupados por varones, debía enfatizar que la mujer era capaz de exhibir características más tradicionalmente asociadas a los hombres. Esto incluyó fortaleza, capacidad, competencia, responsabilidad, etc. Friedan rechazaba la idea del victimismo en toda circunstancia. El victimismo implica debilidad, subyugación, falta de agencia sobre uno mismo y la necesidad de salvación y protección externas. Ninguna de estas cualidades parecía compatibles con los empleos que pedían ni mucho menos con ganarse el respeto de un trabajo bien hecho. Pero poner al hombre de chivo expiatorio probó ser demasiado tentador y efectivo, por desgracia.
Los departamentos de estudios de la mujer (como muchos otros departamentos de «estudios») no existirían sin esta figura de hombre-diablo.
Al utilizar un chivo expiatorio, la masa es unificada y movilizada por un odio hacia la(s) víctima(s). Negando toda realidad, la masa se dice víctima de la persona que inmola. Una masa perpetrando un linchamiento declara que una sola persona terroriza al pueblo, a las mujeres, digamos, creando desorden y haciéndoles temer por su seguridad. La masa declara estar salvándolas del perpetrador quien es, en realidad, la víctima de la masa. La masa entonces lincha a la víctima misma creyendo defenderse de sus maltratos.
El sacrificio de hombres en honor a las mujeres posee una dimensión particularmente perniciosa, ya que loshombres son capaces de volverse cómplices en su propia demonización gracias a su rol tradicional y tendencia biológica de protectores y proveedores de las mujeres. Si la mujer dícese necesitada de protección masculina, muchos hombres confundidos tratarán de salvarla incongruentemente, siendo capaces de todo por ganarse le amor de la mujer.
A los hombres que han renunciado a su bienestar personal les llamamos «héroes». Aquellos que se odian a sí mismos pueden aspirar a este título, a los ojos de las mujeres, sin siquiera tener que morir en el campo de batalla o rescatar a alguien de un accidente automovilístico, o de un edificio en llamas, para hacerlo. Metafóricamente, estos hombres cometen autoflagelación, golpeándose la espalda con tiras de cuero cargadas con ganchos de hierro y luego mostrarán a las mujeres su espalda dañada preguntando «¿ya soy bueno?».
Las víctimas de esto van a creerse las acusaciones en su contra de todos modos. Dada la tendencia humana a la conformidad y la mimesis, propensión a imitar a otros, si la masa comparte esta visión negativa de la víctima, esta de seguro terminará estando de acuerdo. Si nadie le ofrece apoyo moral, habrá más instancias de esto. Además, dado que el rol del hombre es dar su vida por las mujeres y los niños, la consideración de que este sacrificio es necesario es menos alocada; a la víctima esto le parece masculino y tanto hombres como mujeres están disgustados por actitudes anti-masculinas. Un hombre que necesita ser salvado es despreciado, ¿quién lo va a salvar? No es responsabilidad de la mujer salvar al hombre.
Dado que los hombres cumplen el papel masculino, en parte para merecer el amor, el afecto y la admiración de las mujeres y el respeto de los demás hombres, cualquier intento masculino de protegerse de los chivos expiatorios de las mujeres producirá toda clase de paradojas y dobles ataduras. Se puede esperar el desprecio de ambos sexos. El equivalente msculino de un movimiento feminista probablemente seguirá siendo un fenómeno de nicho. La táctica actual es llamar a los grupos de hombres, grupos de «odio». Todo lo que se requiere para calificarlos de este modo es desafiar cualquier elemento de la ortodoxia feminista.
Cuando la mujer se queja esta es «damisela en apuros» y tanto hombres como mujeres responden de manera positiva. Las feministas ochenteras se decían disgustadas por esta dinámica y algunas reescribieron los cuentos de hadas salvándose ellas mismas. Sin embargo, de forma contradictoria, las feministas ochenteras fueron directamente a demonizar a los hombres, diciéndose víctimas.
Las feministas gustan de repetir que la biología no es destino. Que las mujeres puedan dar a luz y pecho no implica que su rol en la vida sea la maternidad y, a pesar de esto, el grito pidiendo ayuda masculina demuestra que las feministas siempre han tomado a la biología en cuenta y lo siguen haciendo.
Las mujeres dijeron ser víctimas en los sesenta. Los hombres, en su auxilio, aprobaron leyes, tratando de ser héroes y salvadores. Las víctimas necesitan de opresores. Si la mujer es la víctima sólo puede haber un opresor: su mitad. Esto significa que la mujer odia al hombre y el hombre se odia a sí mismo. El odio reflexivo de los hombres es un fenómeno real muchas veces movido por la falla de uno a la hora de llenar los roles; el desempleo, por ejemplo. Pero esto resulta de hombres bienintencionados tratando de asistir a la mujer.
Los hombres fueron vueltos chivos expiatorios por causa de los problemas femeninos, inclusive siendo que estas lo que pedían era un cambio en los roles tradicionales, roles puestos en pie para mejorar la vida de los niños; los hombres salieron al rescate. Lo que era socialmente aceptable para la mujer cambió rápido. El sexo masculino, sin embargo, persiste en sus roles, lo que implica la existencia de múltiples vías para la mujer y sólo una para el hombre: el dador de sustento.
Las mujeres son libres de trabajar a tiempo completo, medio tiempo o no hacerlo. Pueden cuidar de los niños a tiempo completo, parcial o decidir que no es lo que quieren. El imperativo masculino es el mismo: proveé. Para lograr respeto máximo y la consideración de ser un compañero deseable, es trabajar a tiempo completo o nada. Los hombres desempleados y atractivos no son considerados deseables para la mayoría de mujeres mientras que una mujer desempleada y bella no es vista como una carga; en realidad, es una compañera deseable. Los postulados de la biología siguen presentes en esta esfera.
A veces, la relativa escasez de logros científicos y culturales de las mujeres se presenta como evidencia de opresión. Esto es porque la inteligencia masculina tiene una dispersión más amplia que la femenina. Mientras que la inteligencia promedio de hombres y mujeres es la misma, hay más genios masculinos y hombres que sufren de retraso mental, así como delincuentes violentos varones. Solo una de los cien mejores jugadores de ajedrez del mundo es una mujer. Dado este hecho, nunca habrá el mismo número de mujeres científicas, escritoras, pintoras, filósofas, etc., con un talento supremo, como los hay hombres. Pero tampoco habrá tantas criminales violentas o mujeres con problemas mentales. El resentimiento ante la prominencia de los hombres en la parte superior de muchas áreas de logros está fuera de lugar. En gran medida, los hombres que compiten en estas arenas jerárquicas están tratando de complacer indirectamente a las mujeres de todos modos. Ser enormemente exitosa económicamente como mujer a menudo no hace gran cosa para aumentar su atractivo como pareja.
La campeona de ajedrez femenino en la estadística anterior asegura que ve al ajedrez como un hobby; considera que tal vez sería mejor si se lo tomase en serio. Esto indica que su valor auto-percibido no está particularmente atado a sus logros. Los hombres son mucho más obsesivos y ultra-competitivos, dado que su estatus está directamente
relacionado a su valor en una jerarquía, ya sea en poesía o motocross. Una expectativa razonable sería que los cien mejores jugadores de ajedrez se tomen demasiado seriamente su esfuerzo, entregando grandes cantidades de su tiempo y esfuerzo en elevarse en la jerarquía.
Vivir con alguien que te odia no es divertido, por lo que muchos esposos intentarán seguir la corriente para mantener a su esposa feliz, irónicamente confirmando de forma oral que los hombres merecen ser odiados, ¡para ser menos odiados! Y luego, si un hombre aún no estuviera casado, estaría ansioso por ganarse el favor de las mujeres adoptando su perspectiva y cualquier punto de vista al que parecieran responder bien. Tantos hombres se convirtieron en colaboradores voluntariosos de su propia ejecución a tal punto de que es posible escuchar a hombres blancos denunciando su propia existencia y culpándose a sí mismos por todo lo que está mal en el mundo. El hecho de que esta posición requiera de su suicidio inmediato no parece ser evidente para ellos. Se convierte en un ejemplo de la llamada «demostración de virtud». Un aspecto de este comportamiento es que no se requiere un sacrificio real, sólo hace falta articular ciertos tropos de moda.
Mientras más quiera un hombre ser el salvador de las mujeres (bomberos, policías), llenar el rol tradicional, más debe odiar todo lo que incluya «paternalismo», es decir, ¡el deseo de proteger a la mujer! Ahí nacen las leyes en contra del acoso sexual concernientes a los «ambientes laborales hostiles» en los que las mujeres se encuentran, mientras que los hombres, como mineros u obreros, arriesgan sus vidas con tan poca protección y tan manifiesta falta de protesta. Podría decirse que esto ha resultado en una sociedad en la que muchos hombres se han unido para identificar al opresor en ellos mismos.
Warren Farrell apunta hacia la dualidad moral de los sexos, ambos poseedores de un lado oscuro y uno luminoso. Los hombres serán violadores y asesinos tanto como son padres y salvadores. Si alguien necesita rescate de un edificio en llamas o si una nación debe ser defendida de amenazas externas, es muy probable que quienes se apunten a la tarea sean hombres; es mucho más probable también que un hombre arriesgue su vida por un extraño. Pero este aspecto benefactor ha sido ignorando en las últimas décadas y ocultado de la vista pública utilizando expresiones de género neutro al referirse a estas profesiones (policía, ejército, bomberos) que tienen un 97-98% de hombres en sus filas.
El lado oscuro de la mujer incluye ser las perpetradoras de la mayor cantidad de asesinatos infantiles. Su rol en el abuso sexual de los niños también ha sido obscurecido. Se estima que la mitad de los abusadores de niños son mujeres, esto a través de encuestas anónimas hechas por teléfono. Las mujeres también representan la mitad de los perpetradores de abuso doméstico, utilizando armas y la prohibición de la violencia de homme à femme para compensar su menor tamaño y fuerza.
En los ochenta, un popular refrán rezaba «todos los hombres son violadores». La frase fue utilizada por el personaje de una novela escrita por Marilyn French, quien se arrepintió y dijo que aquello no reflejaba la realidad. Pero lo que era hasta hace poco el nadir para hombres ocurrió en la década de 1990 con el temor de los pedófilos masculinos. Ser hombre de alguna manera se asoció con la pedofilia. La histeria fue tan intensa que ha cambiado dramáticamente la mayoría de las culturas anglosajonas en la medida en que los niños ya no pueden caminar a la escuela o jugar al aire libre sin supervisión. Si lo hacen, es probable que sus padres sean tachados de irresponsables. Este cambio cultural no fue provocado por ningún cambio real en el riesgo de secuestro, asesinato y violación de niños, sino por un temor generalizado a los hombres. Air New Zealand y Qantas tienen la política de que ningún niño sin acompañante puede sentarse junto a un hombre.
Del mismo modo, la sospecha hacia los hombres también se evidenció en la década de del noventa por la forma en que los psiquiatras convencieron a sus pacientes femeninas de que sus padres habían abusado sexualmente de ellas. Las mujeres se presentarían con síntomas como ansiedad generalizada y depresión, y se les diría que se debió a los recuerdos reprimidos de ser abusadas por sus padres. Esto tuvo que ver con un pico de popularidad que experimentó la psicología Freudiana en el momento. Ahora se sabe que cuando las personas sufren eventos traumáticos, no suelen reprimirlos, sino que no pueden dejar de pensar en ellos. La mayoría -quizá todos- de los veteranos de la guerra de Vietnam que sufren de trastorno de estrés postraumático no reprimen sus recuerdos, sino que tienen pesadillas sobre ellos y no pueden sacar los recuerdos de sus cabezas. Muchos padres fueron demonizados erróneamente y los abuelos a menudo fueron privados del contacto con sus nietos hasta que llegó el momento en que muchas mujeres se dieron cuenta de que habían sido engañadas por sus psiquiatras bien intencionados, pero mal orientados. Las mujeres han escrito libros que detallan la miseria que han causado y las vidas masculinas que arruinaron a través de estos procesos.
El auto-odio para los hombres es un cáncer. Al demonizarse ellos mismos, la masculinidad misma es atacada, al igual que las virtudes tradicionalmente masculinas, teniendo esto malas consecuencias para todos. El nuevo nadir para los hombres es la frase «masculinidad tóxica», una idea que muchos colegios están enseñando como si fuera un hecho. Va dirigida a hombres que reprimen su emoción para llenar el rol (hablan de cirujanos, soldados, atletas, bomberos, socorristas, paramédicos), siendo que, de hecho, este tipo de hombres tienen mayor probabilidad de desempeñar un papel a la hora de salvar las vidas de las mujeres. Para ellos, no hay una versión saludable de la masculinidad. La implicación es que «masculino» es igual a «malo».
Esto pudo habernos conducido hacia una cultura en la que el equilibrio entre la sensibilidad masculina y femenina ha cambiado enormemente en favor de lo femenino; una especie de retirada cultural de la masculinidad. Uno de los ejemplos más famosos de este tipo de cosas es la noción de que “ningún niño debe quedarse atrás”. Esto puede sonar bien para algunos oídos, quizá como expresión de compasión, pero para un educador es extraño. La única manera de lograr algo como eso sería rebajar los estándares a tal punto que incluso el caso más desesperado pueda «pasar». Esta, de hecho, es la tendencia. Cosas como la inflación de notas, obtener calificaciones más y más altas para el mismo trabajo mediocre, parecen estar sobre-determinadas; probablemente también haya algún componente económico, pero definitivamente es un sentimiento de «compasión», de no herir sentimientos, el que se siente.
Ciertamente, algo malo le ha sucedido a los logros masculinos en contextos educativos. Los niños están siendo superados por las niñas en todos los niveles de educación (un estudiante recientemente me contó que en su secundaria se ha promovido como hecho que las mujeres son más inteligentes que los hombres; algo infundado). Esto parece ser una combinación de factores, como el retiro de maestros varones de la escena, particularmente en el nivel inicial, aparentemente en respuesta al temor a la pedofilia y un cambio de las evaluaciones de alto riesgo, que beneficia más a los niños, por una evaluación que requiere la entrega constante de trabajos y, por lo tanto, capacidades organizativas consistentes que tienden a favorecer a las niñas. En el pasado, en Nueva Zelanda, las niñas tendían a mejorar en la escuela primaria y los niños despegaban durante la escuela secundaria, llevándose a casa los premios de la escuela mientras preparaban la escena para tomar su papel de sostenes económicos. Ya no es así. Muchas mujeres siguen interesadas en casarse con hombres de altos ingresos, por lo que pueden trabajar a tiempo parcial mientras crían a sus hijos. Este deseo es cada vez más difícil de cumplir, lo que puede estar contribuyendo a las bajas tasas de natalidad de Occidente.
Sabemos que las parejas casadas producen un mejor resultado de vida para sus hijos. Si la masculinidad fuese tóxica, las madres solteras criarían hijos más felices, más saludables y con mejores historias de vida. Este no es el caso. Niños y niñas sufren con la ausencia de padres, pero esta ausencia afecta más a los hombres que a las mujeres. Las drogas y el abuso del alcohol son mayores entre quienes crecieron sin padres, así como las probabilidades de ir a prisión.
Los asiáticos están en el tope del desempeño académico y vocacional por raza en los Estados Unidos, luego van los judíos, los blancos, los hispanos, amerindios y por último los negros. Esto corresponde a la distribución racial de familias casadas; dos padres. Solo dos de cada diez asiáticos nacen fuera del matrimonio, tres de cada diez blancos, cinco de cada diez hispanos, seis punto seis de cada diez amerindios y siete punto siete de cada diez negros.
El igualitarismo, la idea de que todos somos iguales, es también una doctrina rampante y típicamente del lado femenino. Denota cierto amor que no espera nada de vuelta. Es incondicional. Nadie es mejor que nadie. Todas las ovejas son queridas igual. Nadie debe quedar afuera en el frío. El amor incondicional es bello pero, en la práctica, necesita ser mejor, debiendo desarrollar nociones de mejoramiento, desarrollo y firmeza al estilo tradicional y masculino. En vez de elevar el autoestima por gusto en alguna clase, el autoestima debe elevarse a través de la adquisición de habilidades que puedan enorgullecer.
Quienes abogan por el igualitarismo pueden también acabar afirmando que hombres y mujeres son exactamente iguales, llevando así a contradicciones, como que los hombres y las mujeres son tan similares que cualquier desviación de las mujeres en el 50% de cualquier ocupación tradicionalmente masculina es injusto, al tiempo que se afirma que las mujeres son tan diferentes de los hombres que tener mujeres en un trabajo contribuirá a una diversidad de puntos de vista vitales. Las contradicciones deben ser razón de anatema. Una vez es permitida aunque sea una, la racionalidad se acaba. Cualquier cosa, incluyendo algo falso, puede ser «probado» sin importar qué tan permisible sea la contradicción.
El igualitarismo también resulta ser una falsedad. En casi cualquier característica humana que uno pueda pensar hay diferencias, hay gente mejor y gente peor. Hay igualdad ante la ley, lo que es ideal, como la idea del sufragio universal. Son principios políticos y legales. Cada persona hecha igual ante Dios, como sugería Locke. Pero, típicamente, el igualitarismo es extendido hasta la crítica y cualquier demostración o mera insinuación de superioridad es causa de incomodidad. Es una filosofía muy atractiva para los resentidos.
Irónicamente, dado el nombre, la lógica del feminismo militante a menudo ha terminado demonizando al ser femenino. Las mujeres que eligen quedarse en casa y criar a sus hijos a veces son vistas como ‘alienadas’, incapaces de ayudar a la causa de las mujeres. El uso de vestidos, el maquillaje, la pintura de uñas y la forma en que se ajustan a los roles tradicionales de género tienden a considerarse malos. Así que, al final, el deseo de algunas mujeres en la década del sesenta de hacer uso de la damisela en apuros para ayudar a la causa de la mujer ha terminado por demonizar a los hombres, generando un gran vacío cultural e ideológico lleno de valores femeninos a un gran nivel degenerados. El costo social y cultural e enorme y, como la serpiente que se come la cola, también tiende a producir un odio hacia todo lo femenino. Es un cáncer.
Dado que las feministas aún desean éxito profesional para la mujer, siguen empujando a las mujeres hacia la adopción de tendencias masculinas. Sin embargo, para promover su causa, las feministas continúan demonizando estos mismos impulsos masculinos y al hombre en sí, utilizando su condición fabricada de víctima. Hay una contradicción inherente a todo este asunto.
Dado que el feminismo moderno no puede sobrevivir sin la dinámica de opresor/oprimido, los hombres masculinos serán vilipendiados y presentados como la causa de todos los problemas de la mujer. El único hombre bueno es el hombre que es como una mujer, el hombre femenino, y la única mujer buena es la que se comporta como un hombre, lo que es loco ya que los hombres y sus cualidades -la masculinidad- son considerados «tóxicos».
Dado que las mujeres tienden a ser más femeninas que los hombres y que tanto la femineidad y la masculinidad son, aparentemente, malignas, las mujeres acaban convirtiéndose en hombres psicológicos que se odian a sí mismos. Es más probable que piensen que los hombres están causando sus problemas en vez de apuntar a la fuente real: la ideología feminista. Es sabido que la felicidad femenina ha decaído desde los sesenta y esta dinámica puede que sea consecuencia de una serie de procesos patológicos dirigidos por la ideología. Tanto hombres como mujeres han perdido la brújula y ya no pueden volver a casa.
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