Texto de Mencius Moldbug, publicado en Unqualified Reservations el 17 de julio del 2007.
Aparentemente, antes existía una forma obsoleta de proto-blog llamada «libro».
Un «libro» era como un blog, excepto que su autor guardaba sus posts por uno o dos años para luego lanzarlos todos en un tiraje gigantesco. Este producto costaba miles de micro-créditos y tenías que mandar tu solicitud al Departamento de los hechos si querías escribir uno. E incluso si ahí te sellaban tu carné del partido, aún tenías que convencer a Información para que te promoviera y quienes lograban excelencia en esta tarea gloriosamente opaca tendían a hacer ver a Telleyrand como Motaigne.
Esto era tan hastioso como suena, pero tenía sus ventajas. Una de ellas era que tus lectores obtenían un argumento limpio y estructurado en vez de un río de excremento cuya consistencia y color pueden variar de forma alarmante. Esto era así porque el «libro» era, casi siempre, «revisado» y «editado», practicas hoy consideradas anti-éticas.
Y con justa razón, por supuesto. No queremos volver al pasado, nadie quiere. Sin embargo, si escribís en línea y querés hablar con algo de confianza, tenés que ser capaz de cambiar de opinión. Idealmente esto no incluiría editar artículos en los archivos, como uno haría con un «libro».
Como les he recordado ad nauseam a todos mis lectores, una de mis más excéntricas opiniones es que la tradición que muchos occidentales sofisticados del 2007 sostienen es mejor vista como una secta del cristianismo. Dado que la tradición se ve a sí misma como un producto puro de la ciencia y la razón y no como sectaria, ni cristiana, ni siquiera tradicional, mi perspectiva es herética en el sentido más estricto de la palabra. No podemos los dos tener razón.
Mi argumento es que, aunque su carácter teológico se atrofió, sus posiciones morales y políticas y sus patrones personales e institucionales de transmisión, lo identifican como el legítimo sucesor moderno de la línea principal del protestantismo progresista. Al ser esta la rama más poderosa del cristianismo en el país más poderoso del planeta, creer en sus declaraciones de inocencia entre lágrimas de cocodrilo es algo difícil para mí.
Mi herejía implica un revisión sustancial y cualitativa de la realidad como la conocemos. Por ejemplo, Richard Dawkins se considera a sí mismo un seguidor de lo que él llama «religión einsteiniana», que parece no diferir del todo de la tradición antes mencionada. Desde la perspectiva de Dawkins, él está defendiendo a la razón ante las embestidas de la superstición. Desde mi perspectiva, está persiguiendo a una secta cristiana en nombre de otra. Doh.
Es poco realista esperar que alguien haga este análisis o que incluso lo evalúe de forma justa sin ajustar el lenguaje que usa como «marco de referencia» del problema. Para esto, he diseñado algunos neologismos. Tales serían ultracalvinismo y criptocalvinismo, y también me satisfizo que los nombres existentes, como liberalismo, sean igual de inútiles y confusos como aparentan.
El problema de los neologismos es que prejuzgan al argumento. Es imposible no hacerlos peyorativos. Tal vez esta tradición por nombrar es un bolo de antiguas mentiras oscuras y tal vez sus seguidores son zombis embrujados u oportunistas sin principios que necesitan ser detenidos. Pero el punto de nombrarla es sintetizar una «pastilla roja» que podamos entregar a los primeros. Tal pastilla no tiene por qué ser amarga.
Así que he decidido utilizar el nombre «Universalismo», en mayúscula. La mayoría de universalistas lo aceptarían como sustantivo común porque, después de todo, consideran sus creencias universales. Es decir, piensan que todos deberían compartirlas y eventualmente lo harán. Lo único que deben tragarse con este nombre es la mayúscula. Pasa fácil con un trago de agua, se disuelve rápido en cualquier bebida caliente y puede ser molida y mezclada al gusto.
El Universalismo es la fe de nuestra casta dominante, los brahmanes. Es mejor vista como el credo victorioso de la segunda guerra mundial y es sencilla de conectar con las instituciones internacionales nacidas de esa victoria, que los universalistas ven como sagradas, si acaso manchadas por faltas humanas; así mismo un católico inteligente ve a la Iglesia católica (no es coincidencia que católico y universal sean sinónimos).
El Universalismo, de hecho, comparte nombre con una doctrina cristiana, la doctrina de la salvación universal. Esta idea de que todos los perros van al cielo y que no existe el infierno es mejor entendida como una mutación extrema del calvinismo, en la cual todos somos parte de los escogidos. La concepción moderna de la salvación universal viene de pensadores unitarios como Emerson y forma la segunda mitad del unitarismo universalista, cuyos devotos son, obviamente, devotos del Universalismo (es un ejercicio interesante comparar los dogmas del unitarismo universalista con los de la «corrección política»).
La síntesis Universalista unificó dos tradiciones americanas que en el pasado estaban en conflicto. Una era la rama principal y ecuménica del protestantismo, ilustrada por instituciones como el Concejo Federal de Iglesias, cuyos teólogos más atrevidas iban en dirección al humanismo. La otra es lo que podemos llamar (como homenaje a Edward Bellamy) el movimiento nacionalista, una vasta serie de secularistas pragmáticos, socialistas, anarquistas, comunistas y otros reformadores que acudían al sistema universitario germanizado que se desarrolló a finales del s. XIX, volviéndolo una suerte de cebo para las malas ideas.
Uno de los filósofos nacionalistas más sensibles, William James, seriamente propuso una política de labor forzado impuesto paramilitarmente como cura para los problemas de la sociedad, en 1906. Oh, Billy, ¡si supieras! Y la utopía que Bellamy escribió en su influyente Looking Backward (1888) es esencialmente la Unión Soviética.
Estos grupos generalmente cooperaron durante la era progresista, pero había tensiones. Por ejemplo, las posiciones protestantes sobre la prohibición, que los nacionalistas seculares no se tragaban del todo. El New Deal los tranquilizó, más que todo por el brillante golpe en el cual los progresistas capturaron al partido demócrata, previamente sus opositores, y lo convirtieron en un movimiento progresista radical a la vez que repelieron la prohibición. Franklin D. Roosevelt incluso tiene un libro llamado Looking Forward publicado a su nombre.
Curiosamente, tanto los protestantes de línea principal como los nacionalistas seculares tienen raíces profundas en el malévolo Calvino, el ayatolá de Genova. Los protestantes de línea principal descienden de Calvino a través de los puritanos. Los nacionalistas fueron fuertemente influenciados por esta tradición también, en sus formas unitarias y trascendentalistas, pero otros también estudiaron en el sistema universitario prusiano, donde aprendieron la versión secular del Estado divino de Calvino propuesto por el Rousseau de Génova y luego por Hegel. La muerte es un maestro alemán.
Luego de la segunda guerra mundial, no había distinción visible entre estas facciones. Cualquier perspectiva que contradiga al Universalismo se ha vuelto socialmente inaceptable en todos los contextos corteses. El cristianismo progresista, a través de los teólogos seculares como Harvey Cox, abandonó los últimos trazos de su teología bíblica y completó su transformación hacia el socialismo. El nacionalismo se volvió un término inapropiado y, de todas formas, con el crecimiento del poderío estadounidense, se transformó en internacionalismo o como lo llamamos ahora, transnacionalismo. En vez de gobiernos regionales sacralizados, los transnacionalistas quieren construir un gobierno planetario consagrado en el principio que Albert J. Nock describió cuando dijo «si una cucharada de ácido prúsico te mata, una botella es justo lo que necesitas para sentirte bien».
Los credos del Universalismo no son difíciles de encontrar. Soy muy fan de los manifiestos humanistas (uno, dos, tres); lo dicen todo. La declaración de los derechos humanos de la ONU es muy buena también. Ningún protestante de línea principal encontrará algo objetable en alguno de esos documentos. En un intento probablemente vano de resumir estos cantos, he concretado los cuatro ideales principales en Justicia social, Paz, Igualdad y Comunidad. Como hemos visto antes, la justicia social significa violencia política y paz significa victoria. Vamos a ver qué son igualdad y comunidad en breve.
El último capítulo de esta triste y salvaje historia se escribió en los sesenta, cuando la primera generación de la pos-guerra tuvo edad suficiente para romper cosas. Estos jóvenes fueron educados por el establecimiento universalista que ganó la guerra y estaban muy confundidos sobre cómo una persona inteligente podía estar en desacuerdo con el consenso universalista. El resultado fue una apabullante talibanización en la cual las doctrinas del Universalismo se volvieron cada vez más extremas, un proceso que continúa hasta nuestros días.
Hoy puede que la definición más simple de Universalismo sea «la adherencia al credo enseñado en las universidades estadounidenses» (al menos las que son financiadas federalmente). Pero, de nuevo, es fundamentalmente una secta cristiana y sus posiciones morales y políticas encuentra ecos en Massachusetts y Nueva York desde 1830. El Blithedale Romance de Hawthorne, por ejemplo, es una sátira a los jipis escrita en 1852. Lo único que le falta es el pachulí.
Los universalistas, como buenos descendientes de la escatología postmilenial calvinista, quieren construir el reino de Dios en la Tierra. Los postmilenialistas religiosos consideraban que, una vez establecido este reino, Cristo volvería, una curiosidad teológica hace tiempo descartada. La visión es la de una ciudad en una colina, continuamente emergiendo desde John Winthrop hasta Barack Obama. En Gran Bretaña, el movimiento evangélico utilizaba el término «Nueva Jerusalén», el cual, me temo, ya ha cruzado el charco, pero expresa la visión más clara del concepto. Siempre me imaginé a esta Nueva Jerusalén («en los prados verdes y sosegantes de Inglaterra») involucrando varias torres de concreto, unas enormes, con Guns of Brixton de Clash sonando desde un ghetto-blaster, mientras una abuela cuarentona le grita a su hija drogadicta, pero no estoy seguro de cómo lo idealizaban allá por los 1890s.
Lo que es impresionante del Universalismo es la forma en la que su viaje mesiánico de poder fantástico-juvenil atrajo, y sigue atrayendo, a tanta gente que no cree en el mundo espiritual, gente que apenas y fuma yerba los fines de semana y piensan que tienen los pies sobre la tierra. Por supuesto, la creencia de que todos los ideales universalistas pueden ser justificados por la razón sola es una condición necesaria, pero los apologistas del cristianismo han estado derivando al cristianismo de la razón pura por lo menos desde San Agustín. Uno pensaría que estos presuntos pensadores escépticos practicarían mejor el escepticismo.
Como un no-universalista, no puedo evitar admirar el éxito de este replicador particular. Está brillantemente diseñado, como la viruela. El hecho de que nadie lo diseñó -al igual que la viruela-, que es el simple resultado de las presiones selectivas en un ambiente competitivo, aumenta más que aplaca mi asombro.
Lo más genial del Universalismo es que posee una oposición perfecta. Si un cristiano cree que su fe está justificada por la razón universal, es un universalista; si un cristiano cree que su fe está justificada por revelación divina -en otras palabras, un cristiano como se define comúnmente hoy día-, podría llamarlo revelacionista.
Supongamos que tenemos a estas dos fes. Ambas declaran tener la absoluta e indubitable verdad. La fe A afirma que es una consecuencia de la razón. Fe B dice que es la palabra literal de Dios. ¿Cuál es probable que sea la más veraz?
La respuesta es que no tenés información del todo. Tal vez la fe B sea la palabra de Dios, pero no podés diferenciarlo de algo que alguien se inventó. Tal vez la fe A puede ser derivada de la razón, pero no tenés manera de saber si la derivación es precisa a menos que hagás el trabajo vos mismo, en cuyo caso, ¿para qué necesitás a la fe A?
De hecho, de las dos, la fe A es ciertamente más poderosa y peligrosa. Como cualquiera graduado en estudios marxista-leninistas sabe, es muy fácil construir un edificio de pseudo-razón tan vasto y amenazante que tratar de desmontarlo resulte muy impráctico y tedioso; este edificio es más libre de contradecir al sentido común y, de hecho, tiene un incentivo para hacerlo, porque los resultados del sinsentido son especialmente sutiles y difíciles de seguir, mientras que si la palabra de Dios contradice al sentido común, la idea de que puede no ser la palabra de Dios no es tan difícil de concebir. En otras palabras, la fe A contiene falacias que están efectivamente camufladas, mientras que el «Deus dicit» resalta los silogismos de la fe B en colores brillantes y la fe B paga el precio en escepticismo si la opinión de Dios está obviamente en contraposición a la realidad física.
Un observador razonable podría pensar que, de hecho, las doctrinas de la fe B son probablemente más verdaderas, simplemente porque es más difícil que se salgan con la suya si son falsas, pero, en realidad, las derivaciones no nos dicen nada. Probablemente la fe A tenga razón sobre algunas cosas y la fe B sobre otras.
Sin embargo, en el combate entre el Universalismo y el revelacionismo, el primero siempre gana y esto es porque los universalistas controlan el sistema educativo y los medios de comunicación, lo que no es sorprendente. Pero, como hemos visto, no es racional para el observador razonable escoger a la justificación a través de la razón por sobre la justificación a través de la revelación; cualquier sistema político en el cual los universalistas sean la resistencia y los revelacionistas el imperio es, con certeza, uno que propaga mentiras.
Hemos visto ya unas cuantas mentiras, y veremos unas cuantas más. Sin embargo, pienso que las dinámicas de la lucha están mejor ilustradas por las cuestiones en las cuales, por cualquier razón, los universalistas tienen razón y los revelacionistas se equivocan.
Por ejemplo, dado que mi código Zip es 94114 y, aunque soy tan hetero como cualquiera, no veo nada de malo con el matrimonio gay. De hecho, muestro mucha simpatía con la visión universalista del asunto, en la cual las parejas de sexos opuestos son una clase de residuo de la edad media, como los taburetes o los juicios fogosos. No me es claro por qué la homosexualidad, con sus causas concretamente biológicas, es tan común en las poblaciones occidentales modernas, pero es lo que es.
Sin embargo, porque soy heterosexual, y también porque no soy un universalista, pasa que no pienso que el asunto sea una de las cuestiones más importantes de la humanidad. Así, me pregunto cómo es que llegó a ser exactamente un asunto a debatir en primer lugar. Cualquiera haya sido la fuerza que lo trajo consigo, me cuesta pensar que alguien pueda describirla como «democrática» con seriedad.
Si a alguno de mis lectores le viene a la mente un ejemplo en el cual la opinión pública de los estadounidenses haya cambiado de este modo, pero el cambio haya ido en contra de los universalistas y a favor de los revelacionistas, sería realmente bueno oírlo. Pienso que hay pocas excepciones -notablemente en el dominio de la economía- pero todas parecen involucrar una intrusión dramática de la realidad, fuerza que rara vez tiene un impacto directo en la opinión del público estadounidense.