El periodismo es la producción y distribución de reportes sobre cuestiones actuales, siendo uno de los rubros más grandes en el mercado de la información dada su utilidad a la hora de hacer negocios, programar actividades y, en general, tomar decisiones que involucren roces con la realidad.
El periodismo moderno es sólo la expresión más reciente y funcional de un rubro que ha tenido varios homólogos en el pasado. Estos mismos homólogos sirvieron de base e inspiración para un sujeto intermediario, que sería el periodismo de masas del s. XX, dando luego lugar al modelo que conocemos hoy, con grandes firmas moldeando la opinión pública y “cuestionando al poder”, citándoles a ellos mismos.
Esta idea del periodismo como herramienta de balance, como un “cuarto poder” –quinto en el caso de Nicaragua-, es un desarrollo moderno, y más que moderno modernista, dado por hecho. En las universidades se enseña una historia whig del periodismo como, primero, una herramienta del poder para manejar la vida de sus gobernados que, luego, con la llegada de la imprenta y la “democratización” de la información, fue independizándose a tal punto que ahora se opone a las formas que le dieron vida –entiéndase, el Estado o “el poder”- y las puede, incluso, hacer tambalear.
Pero considero que esta idea debe ser sujeta a más escrutinio. Yo creo que, en realidad, la prensa moderna es una herramienta de un poder informal y disfrazado mucho más insidioso, tiránico y potente que cualquiera de los poderes pasados. Para sustentar esta afirmación, haré un recorrido sobre la historia del periodismo y, sobre todo, del periodismo moderno.
Contar historias es parte sustancial de la condición humana. Somos una especie cuentacuentos. Desde el inicio hemos erigido relatos para explicar una u otra faceta del mundo que nos rodea y es aquí donde los primeros pasos del periodismo pueden verse; también son los primeros pasos de la historia como disciplina.
En Grecia, la vieja Palestina, Egipto, antes en Sumeria, y luego en otras civilizaciones de la antigüedad, existieron una serie de historias que, de la tradición oral, pasaron a una forma escrita. Odisea, siendo para la vieja Grecia un texto religioso de mucha importancia, consiste en uno de los principales desarrollos periodísticos de la antigüedad clásica: se cuentan sucesos, de forma lineal y con un orden; sucesos de interés son, pues a los griegos concernía su pasado, pero también tenía su novedad.
Recordemos que, según Spengler, la idea griega del tiempo era muy distinta a la moderna, estando los griegos en un eterno presente, donde los eventos del pasado se juntaban todos y perdían su temporalidad, y los futuros apenas y existían. Para el griego culto, entonces, leer la Odisea, aunque trascendental, no era muy distinto de escuchar las noticias del jueves pasado, dándole a este texto una importancia vasta como precedente periodístico, aunque quizá no muy empírica.
Con los siglos, la idea permaneció estática: contar algo. De Odisea pasamos a los Evangelios, memorias escritas a finales del s. I sobre lo acontecido en Galilea entre los años 8 y 30 d.C. Destaca el Evangelio de Lucas por su precisión y su enfoque en la humanidad de Jesús.
La periodicidad sería una característica más tardía, expresada por los romanos a través de los annales, recopilaciones de hechos importantes que la República Romana emitía todos los años, interrumpidas en el año 133 a.C., y luego, gracias a Julio César, de las actas diurnas, minutas diarias que reportaban los acontecimientos sociales, el estado de los negocios, así como servían de diario oficial para el Senado Romano. Fueron iniciadas a eso del año 69 a.C. y prohibidas por César Augusto, sucesor de Julio, por lo que apenas y podemos llamarle un parpadeo de periodismo.
Es en Europa durante la modernidad temprana (1500-1800) cuando empezamos a ver periodismo como lo entendemos hoy. En Venecia, por ejemplo, surge entre los comerciantes un mercado de información, más que todo para establecer la viabilidad de los negocios. Nacieron las avvisi para suplir esta demanda, papeles escritos con información sobre precios, acontecimientos de relevancia comercial, y misceláneas mercantiles. Las avvisi son muy similares a los periódicos actuales, pero difieren en que los avvisi estaban pensados para una clase limitada –comerciantes- y trataban aspectos puramente económicos.
La imprenta de Gutenberg agilizó muchísimo la creación y divulgación de información, lo que permitió el nacimiento de publicaciones más estandarizadas y periódicas. Desplazó a los juglares que cantaban las noticias de un pueblo a otro, aunque de manera gradual. Para el s. XII ya existían diarios locales por toda Europa y algunas publicaciones de alcance elevado circularon por centros de comercio como Antwerp, Londres o Ámsterdam. Los temas usualmente tenían que ver con la guerra, los chismes y los asuntos de la corte. Muchos gobiernos también montaron sus propios periódicos oficiales para tener su parte a la hora de controlar el discurso, tal fue el caso de la Gazette de France, que servía como canal escrito de la monarquía francesa.
Cuando el s. XIX acaeció, una serie de desarrollos técnicos y culturales cambiaron al periodismo para siempre. La llegada del telégrafo permitió la centralización y mayor difusión de diarios. Los partidos políticos del mundo occidental fundaron sus propios canales escritos con la baja en el coste de los materiales y el aumento de productividad de la maquinaria. Al alfabetizarse un gran segmento de la población debido a las políticas de las revoluciones liberales y a la migración del campo a las ciudades propiciada por la revolución industrial –y al hacerse también las ciudades centros poblados como nunca antes se vio-, el periodismo se vuelve un asunto masivo, lo que permitió la especialización del campo y aumentó el tamaño y potencial del mercado, atrayendo también a emprendedores. La figura del reportero especialista nace en esta época.
De muchas formas, en los Estados Unidos aparece la vanguardia del periodismo. Varias filosofías se disputaron su lugar en el mercado, estando el sensacionalismo en contraposición con el amarillismo, ambas alzando debates sobre ética en muchos niveles aún hoy relevantes. El s. XX vería el avance de otros medios donde ejercer periodismo, pero al final la base es siempre la palabra escrita y por eso me he enfocado en ella durante este breve recorrido histórico.
Ahora, viendo en retrospectiva, la vastísima mayoría de los periódicos funcionaron como herramientas de centros de poder, tanto poder duro y formal (Annales, Actas…, Gazette…) como poder económico (Avvisi). La idea imperante es que, a partir del desarrollo de Gutenberg y con el furor de la reforma protestante, el mercado de la información y, por consiguiente, el periodismo, fueron en constante democratización.
La historia oficial parece confirmar esta concepción, pero si la vemos desde los lentes del teórico Chris B., quien a su vez toma de base a Bertrand de Jouvenel y a Mencius Moldbug, esto toma una perspectiva distinta. B. asegura que la reforma protestante no fue un acontecimiento espontáneo, sino que se trata de un conflicto de élites –la Iglesia católica contra los monarcas germanos- que acabó socavando las bases del poder europeo y volviéndolo un elemento volátil que sigue en estado de caos hasta nuestros días. La base de este conflicto, la teología protestante que predicaba, entre otras cosas, la eliminación de intermediarios religiosos para alcanzar la verdad (sola scriptura, sola gratia), acabó siendo extrapolada a su punto máximo, creando así las doctrinas derivadas del liberalismo o, como lo llama Moldbug, universalismo; la doctrina que ha servido de base para los subsecuentes intentos de cada centro de poder para centralizarse utilizando a los presididos por los intermediarios.
Lo expone Chris B. en su ensayo The Patron Theory of Politics (2017):
Al poner el análisis en la forma en que las instituciones internas son dejadas operar en un estado de conflicto clandestino permanente, emerge una extraña imagen de una entidad gobernante con su centro en las universidades de la Ivy League, los medios de comunicación y, adicionalmente, las organizaciones no gubernamentales –oenegés- y las fundaciones de la sociedad civil, involucrada en un sistemático y lógico conflicto contra todas las estructuras intermediarias que han estado bajo sostenida y continua destrucción. El punto principal a notar es que el conflicto sistemático provee a todos estos centros con el contexto dentro del cual sus decisiones pueden ser efectuadas, volviendo estas acciones predecibles a un grado muy amplio. Por esto podemos ver a las instituciones progresistas actuar de forma similar sin la necesidad de un cuerpo central gobernando. El Poder inseguro es entonces definible como poder actuando en un sistema diseñado sobre –o degradado hasta- el conflicto.
Esto quiere decir que el poder que antes nos controlaba a través de un intermediario –la Iglesia- ha decidido prescindir de este para centralizarse y lo ha hecho utilizando a los elementos sobre los cuales este intermediario presidía. La Iglesia fue despojada de todo su poder sobre los medios de comunicación, bienestar y justicia social, así como su dominio sobre la educación. El reemplazo: la prensa secular, el periodismo moderno, las organizaciones filantrópicas y las universidades laicas; todos estos elementos, aunque declaran autonomía de cualquier ente gobernante y falta de sesgo, en realidad representan una herramienta de este poder informal para continuar eliminando intermediarios como la familia o las fraternidades.
Este centro de poder reside en los Estados Unidos y está en un conflicto pasivo con el resto de centros de poder del mundo, considerando a la mayoría intermediarios y poniéndolos en situación de inestabilidad al estimular las ideologías que siempre ha utilizado como justifiación: liberación, derechos humanos, emancipación, autonomía, equidad, etc.; al ser una entidad de gobernanza informal, lo hace utilizando medios que no son considerados extensiones de su poder: las oenegés, el periodismo, las fundaciones e incluso la enseñanza universitaria. Así operan los poderes inseguros: desde las sombras.
Esto no implica en ningún caso que los regímenes intermediarios sean necesariamente morales, que el periodismo modernista sea enteramente falso o que estén justificadas las respuestas brutales de dichos regímenes contra la población movilizada por estas ideas. En muchos casos, los intereses estadounidenses se alinean con los de la población de dichos países, otras veces no; muchas veces el periodismo modernista es muy veraz, otras veces falsifica información; muchas veces está justificado responder a la subversión con fuerza, otras veces pueden encontrarse métodos más limpios.
Este conflicto, a mi parecer, lo describe muy bien Charles K. Bartle en Getting Gerasimov Right (2016), yendo a la página 32:
Para los rusos, el patrón de cambio de régimen por la fuerza de los Estados Unidos ha seguido estas líneas: decide ejecutarse una operación militar; se encuentra un pretexto apropiado, puede ser evitar un genocidio o neutralizar armas de destrucción masiva y, finalmente, se lanza la operación para cambiar al régimen.
Sin embargo, Rusia empieza a creer que el patrón de golpes de Estado apoyados por EE.UU. ha sido suplantado en gran medida por un nuevo método. En vez de una invasión militar, la primera señal de un ataque estadounidense viene de la implantación de un bloque político opositor a través de propaganda estatal (CNN, BBC), el internet y las redes sociales, así como también a través de organizaciones no-gubernamentales (ONGs). Luego de una instalación exitosa de estas entidades que promueven la disidencia, el separatismo y/o la agitación social, al gobierno legítimo enfrenta muchas dificultades para mantener el orden. Mientras la situación empeora, los movimientos separatistas son alimentados y se fortalecen; operaciones especiales no declaradas, milicias convencionales o privadas (contratistas de defensa) pueden ser introducidas para luchar contra el gobierno y así causar todavía más estragos. Una vez las fuerzas del gobierno legítimo son forzadas a aplicar medidas cada vez más agresivas para mantener el orden, los Estados Unidos adquieren un pretexto para la imposición de sanciones económicas y políticas y a veces incluso sanciones militares como zonas de exclusión aérea, maniatando a los gobiernos sitiados y promoviendo incluso más disidencia.
Eventualmente el gobierno colapsa resultando en anarquía. Fuerzas militares bajo el nombre de Peacekeepers pueden ser empleados para pacificar el área, de ser necesario, y un nuevo gobierno afín a los Estados Unidos y Occidente puede ser instalado.
Y el caso de que los medios son una herramienta de gobernanza y cómo llegaron a serlo, lo explaya, quizá de forma inintencionada, Walter Lippman en Public Opinion (1922). Por lo demás, Mencius Moldbug, base del trabajo de Chris B., es un buen autor para tomar en consideración al estudiar este tema. Recomendaría su análisis del espejismo de Dawkins.
Este sesgo es muy notorio a veces: véase la cobertura partisana de las elecciones estadounidenses de 2016. Todos fuimos testigos de los constantes ataques personales hacia el candidato republicano Donald Trump, en su mayoría infundados o exagerados, y de la conspiración en su contra relacionada a la trama rusa (que un ejecutivo de la CNN llamó “bullshit”). Otras veces el sesgo está más oculto, como la falta de cobertura de la epidemia de violaciones perpetradas por inmigrantes ilegales en Europa, el genocidio de los bóeres en Sudáfrica; también llegan a crear marañas míticas como lo ocurrido en Tiananmen.
La pretensión de que nuestros medios modernos son, a pesar de lo visto, independientes, es un obstáculo para un periodismo veraz, cosa que veo como un artefacto necesario para cualquier sociedad civilizada. La idea, sí, detrás de reconocer a este periodismo como herramienta informal de gobernanza, es la de comprender mejor cómo funciona para mejorarlo dentro de lo posible. También es para romper con el mito de que ahora el periodismo es una cosa independiente del poder, cuando en realidad nunca dejó de serlo y tal vez nunca lo hará. La diferencia es que ahora el poder, en virtud de su división, es difícil de detectar, cuesta encontrarlo realmente, actúa de formas irracionales, peligrosas y, sobre todo, existe en múltiples centros, centros en conflicto.