La paradoja de la tolerancia.

La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada aun a aquellos que son intolerantes; si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto con ellos, de la tolerancia.

–Karl Popper, 1945

Cuando Popper formula la paradoja de la tolerancia en 1945, nos deja clara una cosa: el valor inherente de un orden social liberal, abierto, como él describe, es la tolerancia. Partiendo de ahí, se establece que, a cualquier costo, este ideal debe ser mantenido, así sea siendo intolerantes contra formas más «convencionales» de intolerancia. De acá se justifica la censura hacia voces consideradas «de odio» (a menos que sean comunistas).

El razonamiento de Popper para justificar la censura dentro de estas «sociedades abiertas», sin embargo, puede ser utilizado también para justificarla en sociedades cerradas. De hecho, es sospechosamente similar a otras justificaciones para la censura, lo que debería llamarnos más la atención. ¿Será verdad eso de que el progresismo consiste en una ideología libertaria que no calla ninguna voz, o es como cualquier otro sistema donde la disidencia es aplacada, pero con un disfraz sofisticado de ideas?

Hay que entender el tiempo en el que Popper suelta esta idea. Recién el mundo se estaba terminando de quemar por la segunda guerra, los intelectuales estaban escupiendo sobre la tumba de los fascismos, dizque por sus crímenes de lesa humanidad, mientras se hacían de la vista gorda ante las atrocidades que los soviéticos venían perpetuando básicamente desde su toma del poder en 1917.

El nacional-socialismo llegó al poder en Alemania de manera democrática, lo que puso a muchos intelectuales en jaque, «¿cómo hacemos cuando la gente escoge mal?» creo que pensaron. Algunos venían predicando que la democracia debía ser salvaguardada por los intelectuales, porque el pueblo no puede escoger él solo, supongo*, y creo que Popper formula esta paradoja respondiendo a esa actitud, queriendo darle una respuesta a la cuestión.

Sin duda ha calado esta idea. Muchos, con Abascal, Bolsonaro y Trump, por ejemplo, propusieron desde la paradoja quitarle las plataformas a estos candidatos y a sus seguidores. Para cuando el fiasco de Charlottesville se dejó ver, todos se volvieron popperianos aún sin saberlo. Estoy seguro que ustedes se acuerdan, o incluso llegaron a conocer esta idea a través de una infografía de Pictoline. Nefasto.

El fallo más grande que veo en el razonamiento de Popper, es que utilizar la tolerancia como valor central genera una contradicción y una dialéctica. La contradicción es evidente a todos nosotros, ¿cómo vas a salvaguardar un ideal negándolo? Por sí solo esto bota la idea de que la tolerancia per se sea aplicable como valor central. Todos, al final, discriminamos todos los días en distintas dimensiones. La civilización, no, cualquier sociedad, depende de discriminar sobre ciertas características para mantener un orden comprensible. Cuando el progresista se ve en la necesidad de discriminar a elementos disidentes que desafíen a su proyecto, descubre que es incapaz de admitir que la tolerancia sea por sí sola una virtud. Además, necesita demostrar su fe en el progreso, por eso Popper y sus seguidores acuden a esta clase de solecismos.

La dialéctica surge entre los puristas de la tolerancia y los popperianos. Hoy día los tenemos paleo-liberales (liberales clásicos a anarcocapitalistas) y neo-liberales (progresistas a socialcristianos), respectivamente. La sociedad tolerante rápidamente cae ante los subversivos intolerantes y la sociedad abierta de Popper se vuelve, paradójicamente, igual o más cerrada que sus alternativas. ¿Será que la apertura de mente absoluta no es viable? Quién sabe.

Por esto los Estados democráticos modernos son incoherentes. Al poner a la democracia como valor central, se ven obligados a sacrificar cualquier cosa para mantenerla, lo que implica censurar voces anti-democráticas sin importar qué tan mayoritarias puedan ser.

Los métodos de censura en los Estados liberales (progresistas, neo-liberales, ustedes mandan con el término) son, así, más ocultos. Pueden utilizar la mano larga del Estado. Cuando lo hacen, los medios hegemónicos -una rama más del gobierno a efectos prácticos- se encargan de ponerlo debajo del tapete. El capital y la censura corporativa son sus principales formas de callar voces, sí, precisamente por lo esenciales que son estas corporaciones en las sociedades liberales. Como los medios, son herramientas de gobernanza informal. Tal vez nos haga falta reconsiderar eso de la libertad económica como un valor derechista.

Igualmente esta es la razón por la que ninguna ideología capitalista fuera del anarco-capitalismo es consistente. En la mayoría de ellas, el valor central son los derechos de propiedad y el Estado debe defenderlos (John Locke), pero para defenderlos necesita infringir derechos de propiedad a través de los impuestos. Puesto de otro modo, el liberal sabe que el Estado es necesario para lo que él busca, pero no puede decirlo directamente porque sería anatema, por eso adopta una serie de ideas similares a las de Popper cuando descubrió que la censura es muy útil para lograr su sueño de la sociedad abierta.

Esto lo señala Hoppe en su libro sobre la democracia:

Un gobierno es un monopolista territorial de la coacción y la expropiación de los propietarios particulares, es decir, una agencia que de forma continua y permanente se permite violar los derechos de propiedad mediante la expropiación, los impuestos y las reglamentaciones. Presumiendo el interés personal de los agentes del gobierno, cabe esperar que todo Estado hará uso de su monopolio, manifestando una tendencia al aumento de la explotación.

Hoppe, H. H., (2001) Democracia, el Dios que fracasó. Universidad Rey Juan Carlos. p. 85. Madrid, España.

Si esto es verdad, significa que no es posible cuidar los derechos de propiedad a través del Estado, pues este es por definición misma una entidad violadora de tales derechos. Sin embargo, que el anarco-capitalismo sea internamente consistente en este aspecto no lo salva de tener otros fallos.

El único valor central viable es el orden, ya que no hay contradicción a la hora de aplicarlo y defenderlo. Cuando se pone en el centro a un orden en específico, a una autoridad, es plausible cobrar tributo tanto como silenciar subversivos. Por esto una sociedad de orden es una sociedad fuerte, capaz de hacer y deshacer; es una sociedad con motivo y dirección.

Aparte, esto nos dice mucho sobre la naturaleza del progresismo (neo-liberalismo en el sentido reaccionario): busca defender un orden pero no lo dice abiertamente, sino que lo justifica utilizando valores demagógicos como la tolerancia o la emancipación. No es transparente con su poder ni con su constitución, por tanto, es incoherente y propicio a la inestabilidad y el desorden, por eso intenta centralizarse a través de procesos leninistas y bio-leninistas. Es, en esencia, una fuerza de destrucción, un agente anti-civilización; el liberalismo es entropía.


* = ¿Por qué les habrá costado tanto darse cuenta de esto si nosotros en la derecha lo venimos diciendo desde hace siglos ya? Ojalá nos escucharan más.

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