Una historia de resurrecciones vacías.

La dicotomía política que gateaba en Latinoamérica durante la colonia, se reduce en la frase del filósofo español José Ortega y Gasset: “Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral”.

La polarización de la izquierda y la derecha en nuestro continente a lo largo de veinticinco años no ha dejado nada más que humo vendido como un sistema democrático, en donde gracias a la incompetencia del mismo, permite a tiranos -o personas poco aptas en los puestos de dirigentes- tomar las riendas de nuestros países, traspasando cada cierto periodo el poder o no haciéndolo en ciertos casos.

Desde que las dictaduras latinoamericanas declinaron y las guerras civiles cesaron a comienzos de los años noventa, la región sufrió una metamorfosis en sus sistemas electorales que permitió obtener poder a dirigentes de la derecha. los cuales trataban de recrear un escenario progresista y globalizado para acabar con la miseria en la región, prometiendo llegar igualarnos con nuestros homólogos europeos. Pero los mismos mandatarios olvidaron que la corrupción y toda la sátrapa que la acompaña fagocitaba todo intento de progreso y hasta en casos agudizaba la misma pobreza.

Los actos de corrupción se reflejan en gobiernos como Nicaragua durante el mandato de Arnoldo Alemán, el cual robó la ayuda monetaria para beneficiar a los damnificados del huracán Mitch. Por otra parte, en el Perú de Alberto Fujimori, se practicó la eugenesia en la población en la indígena y en México, gracias a los gobiernos priístas, se dio la decadencia del estado de bienestar socio-económico.

Gracias al sistema democrático, la región transitó hacia un estado de paz y libertad, pero a costos muy altos; la incompetencia de los gobiernos derechistas fue excesiva. Por tales motivos los ciudadanos, hastiados de su situación, permitieron a la izquierda, partidos siempre relegados a la oposición, tomar las riendas de su países en aras de construir y dar forma al progreso que tanto les fue prometido. Gracias a la naturaleza democrática, los partidos obtuvieron el poder.

De lo anterior, Mencius Moldbug explica que la democracia gesta la oportunidad perfecta para que los tiranos lleguen al poder y arrasen con todo rastro del gobierno pasado y en esta situación los partidos de izquierda y grupos afines lo lograron, así explicamos cómo los términos de “socialismo del siglo XXI” o “Foro de Sao Pablo” connotaron en la agenda latinoamericana. La izquierda mediante las malas políticas monetarias y populistas, no acabaron con la pobreza, más bien la volvieron un arma y corrigieron ciertos males a cambio de la perversión de las constituciones de los países para permitir la permanencia de ciertos mandatarios.

Hugo Chávez en Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua, Los Kirchners en Argentina, Lula y Dilma en Brasil, Evo en Bolivia, etc; son los agentes de esta transición radical en la cual llevaron al régimen democrático a su consecuencia lógica y repelieron las políticas económicas de la derecha, que más mal que bien daban cierta seguridad y figuraban un buen futuro económico a la región.

En la actualidad, no nos sorprende ver cómo la política democrática que conocemos en América Latina es inexistente en ciertos países, esto claro por la naturaleza nefasta de la izquierda, donde los testimonios de Venezuela, Nicaragua y Bolivia nos trauman, y otros países que se lograron rehuir de estos males como Ecuador o Argentina. Los mermados logros de esos años fueron para los pocos que estuvieron parasitando al sistema político, pero no para los ciudadanos los cuales dieron el poder a los “Mesías rojos”. En consecuencia del muladar político latinoamericano, se crea una gran incertidumbre que conturba a los ciudadanos con ideales progresistas, en aras de veinticinco años al futuro.

En el aspecto político, hace falta asegurar un modelo de poder en el cual no haya antagonistas que se lo disputen, sino que realmente busquen actuar en favor de las sociedades que lo eligen sin borrar el progreso de sus antecesores, en donde se garantice un sistema que confirme la capacidad de nuestros futuros mandatarios para los puestos, exigiendo un filtro anti-populismo, deconstruyendo desde la base a la democracia o buscando otro sistema que se adecue a las libertades, derechos y obligaciones colectivas e individuales y corrija las fallas del método actual. El neo-cameralismo molbugano puede que sea una respuesta a esta necesidad.

En economía, es imperativo buscar la ejecución de programas o ideologías progresistas que sean inmunes a los males de la corrupción y estén a favor de las libertades individuales, buscando imitar los modelos o políticas que hayan funcionado en otros países, en favor siempre de un progreso que garantice la diversificación, inclusión social y buen manejo de las riquezas y recursos de cada nación.

Buscar que un sistema que ha demostrado sus falencias ontológicas y que es propenso a la creación de tiranías, nos salve de nuestra inminente desgracia, es una utopía que no se realizará. De seguir con el rumbo que usualmente se transfigura como trágico, podríamos acabar como la civilización que vio nacer a la democracia, completamente extintos o dominados por una potencia tiránica (a como quizás actualmente sucede). La historia y el presente vaticinan las quimeras duraderas que podrían desahuciarnos en los próximos veinticinco años, para caer en las indómitas y diáfanas fauces de Saturno, relegándonos a una tortuosa digestión de involuciones.

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