Muchos ven a la revolución del ’79 como ven a una vieja novia. Fue una novia que los tomó en un momento bajo de sus vidas y les dio sentido, emociones potentes. Les hizo sentir especiales, que tomaban parte de una causa más grande que ellos. Iban a salvar a la nación, no, al mundo entero de las garras del capitalismo salvaje y la ultra derecha imperialista.
Claro que la novia, en retrospectiva, no resultó ser tan especial. Su recuerdo, aparte de borroso, está lleno de tensiones. Hoy día ya ni siquiera se parece a lo que alguna vez fue, tal vez para peor, tal vez para mejor. Ha envejecido su rostro, aunque no ha cambiado su actuar degenerado. Ya no quiere salvar a nadie más que a sí misma. Todavía quiere que le ayuden. Muchos, movidos por el recuerdo, acuden al llamado. Prefieren ignorar que la novia revolución es ahora una puta bolivariana, aunque la diferencia puede medirse en grados nada más.
Logro entender por qué el revolucionario aún piensa en la novia revolución. Entiendo por qué el indiferente lo ve cómo algo necesario, tal vez no dulce, pero sí necesario. Lo que no entiendo es cómo un opositor puede ver a la revolución del ’79 como un evento benigno, menos llamarle «necesario».
A veces pienso que olvidan su verdadera función. En teoría nuestra oposición es la derecha liberal, ¿no? Se supone que cree en la libertad por sobre todo (hasta por sobre la democracia), en sobriedad y, consecuentemente, en orden, ¿por qué ve como positiva la usurpación violenta del poder a manos de guerrillas comunistas, degeneradas y de fines anárquicos? y lo más importante, ¿por qué ve este tipo de cosas como cambios estrictamente necesarios?, ¿acaso tuvo que haber guerra para sacar a Franco de España o a Pinochet de Chile? La historia ha de moverse, ¿por qué dejar que sean los marxistas quienes la muevan?
Pienso que tal vez los opositores no son tan derechistas como aparentan. Claro que al lado del FSLN clásico hasta los socialdemócratas son reaccionarios pero los sandinistas ya no son lo que eran antes (agradezcamos eso) y su nuevo rostro es más fácil de llevar con todo y asperezas.
Abundan en los medios pensadores de tendencias fuertemente progresistas. Gente que, si se les pregunta, dirán que la revolución fue lo mejor. Fue hasta gloriosa. Somoza (cualquiera de los tres), él era el diablo. Nada que lleve su nombre sin epíteto es bueno. Cada respiro suyo era maldad, maldad y perfidia. («Todo era peor con el granjero», dice el cerdo Napoleón a los demás animales.)
Recordemos que los «conservadores» que venció Zelaya eran más liberales que el propio revolucionario y sus huestes. No era una lucha entre conservadores y liberales, era una guerra entre Tories y Whigs. Más bien, un bache en una guerra histórica entre Tories y Whigs.
Puede que los opositores sean, en muchos aspectos, más izquierdistas que el propio Frente Sandinista. Resulta irónico, ¿no?
No defiendo al régimen, pero tampoco puedo llamarme opositor, por lo menos no un opositor convencional. A diferencia de la mayoría, yo no quiero una socialdemocracia redistribuyendo la riqueza a punto de votos. Se supone que el objetivo es nunca volver al comunismo que nos hundió como nación por una década entera y el sistema que apoya la oposición como alternativa no es más que una forma suave de ese mismo veneno. ¿Me podrían recordar qué sistema permitió a Ortega regresar al poder? Resulta algo reminiscente a la situación venezolana donde tanto oposición como oficialismo son partidos socialistas.
Colectivamente, tenemos que olvidar a la novia revolución, darnos cuenta de que sólo nos hizo daño, que todas sus iteraciones son malignas para la integridad económica, social y espiritual de nuestra Nicaragua y que pudo haber sido distinto y hasta mejor. Todavía puede serlo.
En resumen: tenemos que ser la derecha, los que abogan por la libertad, la sobriedad y, consecuentemente, por el orden.